lunes, 27 de octubre de 2014

El autor y los libros (ante la inminente demolición de una Biblioteca Pública en Las Palmas)


Mientras pende con fuerza la vergonzosa sentencia de derribo sobre la Biblioteca Estatal de la ciudad de Las Palmas, en el Día de las Bibliotecas un compañero me pregunta por los libros que tengo y la manera en que he ido seleccionando mis lecturas. Si la dinamita y los tractores llegan a derribar este símbolo cultural de una ciudad alicaída, tendremos que replantearnos muchas cosas, mucho tendremos que analizar acerca de los fundamentos de la sociedad en la que vivimos, en la que el ideal depredador, el dinero y los individualismos priman sobre el resto. Y ahora he de precisar que, naturalmente, un escritor no solo se define por lo que escribe, no solo por lo que emborrona, no solo porque a veces se divierte escribiendo, no solo porque corrige hasta la exasperación lo que va a publicar sino que también se define por lo que lee y por los libros que ha ido acumulando. Estamos hablando, claro, de libros en papel, no de libros virtuales. Porque, si bien a las nuevas generaciones le van los libros electrónicos, espero que los libros de siempre puedan ser guardados todavía muchos años en las bibliotecas y en las estanterías. Es que el progreso es acumulativo, y no al revés. Los inventos que los humanos han ido construyendo no se anulan mutuamente, sino que se complementan. El libro electrónico no ha de anular al libro tradicional, de la misma forma que el automóvil no extinguió a la bicicleta, ni la radio mató al periódico, ni la televisión mató a la radio, ni el whatsapp ha de matar al libro, a pesar de que en nuestra civilización todo está montado para fabricar ciudadanos sin cerebro, encumbrar la distracción vacía y erradicar el pensamiento. Con todo ello, la banal y pérfida TV ha hecho resucitar a la radio, particularmente en nuestro país.

Y, al cabo de los años, uno no puede dejar de aceptar aquella frase que un día lejano me dijo Miguel Delibes cuando le hacía una entrevista: “un escritor es hijo de cien padres.” Efectivamente, al cabo de los años uno tiene la conciencia de que ha leído algunos libros imprescindibles por su calidad o por su oportunidad, pero en otros casos da la impresión de que casi por azar los libros lo han elegido a uno como lector. Cada libro, sobre todo si es bueno, deja alguna huella en el alma del escritor. Y eso que llaman estilo se irá fraguando de manera lenta y progresiva a lo largo del tiempo.

A finales de los años 60, mientras estudiaba Derecho en La Laguna y me involucraba mucho más en los estudios y la práctica del periodismo, estaban en boga los autores latinoamericanos del boom, que tanto me enseñaron. ¿Cómo no dejarse seducir por Alejo Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes, Borges, Sábato, Onetti, Rulfo y un largo etcétera? Existían proximidades de lenguaje y de sentimiento, nuestro carácter casi latinoamericano forjado en la emigración de ida y vuelta me empujaron a leer ávidamente cuanto venía de la otra orilla. Y, casi paralelamente, admiré el grupo de escritores del existencialismo francés, con el gran Albert Camus a la cabeza, y el siempre disidente Sartre, y su Simone de Beauvoir para completar. Y qué decir de la gran Generación Perdida norteamericana, toda esa exquisitez y esa furia que va desde Faulkner a Steinbeck, Dos Passos, Scott Fitzgerald, Hemingway… ¿Y cómo no elogiar autores tan clásicos como Homero, Flaubert, Proust, Dostoievski? Y en poesía ¿cómo no amar a los griegos Kavafis, Seferis, Elitys, Ritsos, a los que quizá admiro por ser tan insulares?

Uno leía a salto de mata, de manera obsesiva, con una avidez total, en la época lagunera Juan Cruz y yo intercambiábamos libros. Otras veces, los libros se quedaban en el camino. Ya se sabe que libro prestado, libro perdido. Más de una vez compré Cien años de soledad y más de una vez me quedé sin él por haberlo prestado. Y se colaban, claro está, autores europeos como Kafka, Cesare Pavese, Italo Calvino, Samuel Beckett, más tarde Milan Kundera, Margueritte Yourcenar, hasta llegar a gente universal de ahora mismo como Murakami, Amos Oz, Philip Roth, Coetzee. Autores españoles siempre los hubo, en mayor o menor medida, desde las lecturas casi obligatorias de Pérez Galdós y Cervantes hasta llegar a Sánchez Ferlosio, Luis Martín Santos, el enorme Gonzalo Torrente Ballester, Carmen Laforet, Cela, Miguel Delibes, Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina, Ana María Matute, ciertas obras de Javier Marías. Me doy cuenta de que he leído a pocas mujeres, son pocas pero tan significativas como Virginia Woolf, la Yourcenar, Marguerite Duras, la propia Ana María Matute. Ciertamente, en la novela y el ensayo son minoritarias las mujeres, no así en la poesía. En el caso de Canarias, las mujeres han estado agazapadas hasta hace 15 o 20 años, solo desde entonces contamos una explosión de talentos femeninos, incluso en la narrativa.

He pretendido y todavía pretendo hacer una literatura con raíces, las islas están en el mundo pero desde aquí hay una mirada diferente sobre el mundo. De ahí que sigo pensando en el valor pionero que tuvo Agustín Espinosa, para mí el mejor escritor surrealista español. Y también han estado en mi mesilla de noche Pedro García Cabrera, Agustín Millares Sall, Pedro Lezcano, y la legión de narradores, desde Isaac de Vega y Rafael Arozarena a compañeros de generación. Es tanto y tan bueno lo que se ha publicado en la historia de la literatura universal que, lamentablemente, no llegaré a conocer ni al cinco por ciento de los mejores. A veces uno duda de si vale la pena escribir cuando algunos han alcanzado tal nivel de excelsitud. Pero siempre he tenido claro que cada cual, yo incluido, tiene un compromiso que no puede rechazar: hacer su propia obra. Aunque uno nunca llegue a ser Galdós ni cosa que se parezca, hay que seguir escribiendo hasta que llegue la despedida final. Tras la cual vendrá el inevitable olvido, como le sucede a todo hijo de mujer. El destino de los que escriben es padecer una inevitable melancolía por esas grandes obras que nunca escribimos, porque en definitiva nos sabemos perdedores frente a la muerte. Pero pequeños triunfos hemos tenido y, en todo caso, ¡que nos quiten lo bailao!
 
(Fotos de la Biblioteca del Estado en Las Palmas, cuya demolición es inminente)

No hay comentarios:

Publicar un comentario