Del 9 de octubre al 9 de noviembre va a ser un mes excesivamente
largo si lo seguimos con la agenda en la mano, las recusaciones, los pactos
entre bastidores, alguna que otra indefinición, la campaña puerta a puerta del
independentismo, como si esos agentes estuvieran ofreciendo las rebajas de
otoño de las grandes superficies o el nuevo catálogo de Ikea. El pulso sigue en
pie pero los titulares de prensa ya cansan igual que las tertulias, los
análisis, la proyección de las encuestas que dicen esto y lo otro, ya se sabe
que las encuestas las carga a su favor el ente que las convoca, y como pronto
habrá movimientos electorales, la cosa se anima. La penúltima señala un grave
deterioro del bipartidismo cara las elecciones previstas para el año que viene,
noticia estrella que tal vez nos pondría en manos de gobiernos inestables al
modo italiano pero que, en todo caso, serían más interesantes que las
peligrosas mayorías absolutas.
Aunque tal vez ellos no se hayan dado mucha cuenta, empeñados como
están en sus guerras internas, a los profesionales de la política les va
llegando la hora. Queda poco tiempo para actuar y necesitaríamos conocer el
perfil de los candidatos para el mes de mayo y para el otoño, si son caras
viejas, si son caras nuevas de los meritorios. En medio está el desencanto de
muchos ante quienes no supieron atajar la podredumbre, sino tolerarla o
incrementarla. No es raro que Podemos continúe subiendo en las encuestas,
incluso que dé un buen salto en Cataluña. Y en esta tesitura, hasta el
Financial Times, biblia de los negocios desde la City londinense, opina que
España debe alejarse del riesgo del choque de trenes. La cuestión catalana se
está convirtiendo en un conflicto de identidad envenenado que pronto no tendrá
ningún ganador, pues la intransigencia de Madrid y el aventurerismo en
Barcelona acabarán mal.
Pero ya sabemos que ni las encuestas ni los vaticinios valen, como
en el fútbol, solo cuentan los resultados. Si Rajoy llegara a pasar a la
historia por haber contribuido a que Cataluña se desgaje, flaco favor sería
para él. Su pasividad ha sido tan torpe que solo supo hablar de la “algarabía”
de las calles catalanas. Si Artur Mas se arriesga a declarar unilateralmente la
independencia al estilo Kosovo tampoco le sería cómodo administrar ese triunfo,
habría que ver cuántos países reconocerían esa situación que encendería
demandas parecidas en más de un territorio de la actual UE.
Nadie sabe qué pasará en
los ejercicios de prestidigitación, nada por aquí, nada por allá hasta que sale
un conejo de la chistera del mago. Hasta Paulino Rivero asoma con su consulta
popular sobre las prospecciones petrolíferas, como si Soria no se la fuese a
tumbar, qué delicado antagonismo el de estos dos próceres de la patria. Y en el
caso catalán, acaso podría ser el propio Rajoy quien salvase a Mas, dándole un
respiro. Ambos podrían haber llegado a un acuerdo para desencallar la situación,
que asfixia al catalán, pero que también supone un problema para el gallego. El
Gobierno central ha recurrido la Ley de Consultas Populares y el decreto para
convocar el referéndum, pero podría haber sorpresas. El Constitucional podría
anular el decreto de convocatoria del referéndum al considerar que la pregunta
que se plantea es ilegal y está fuera del marco competencial. Pero al mismo
tiempo, una de cal y otra de arena, los jueces ratificarían la Ley de Consultas
Populares y abrirían la puerta a una reforma de la Constitución.
Tal vez Mas podría conseguir que el derecho a decidir fuese legal
y, hasta, con el tiempo, celebrar su referéndum. Lo de ganarlo sería otra
cuestión, lo de ver al Barsa jugando la Liga Catalana sería la cuadratura del
círculo, a ver qué negocio iban a sacar las televisiones.
El problema no es que no haya cabeza, Luis, que lo es...Para mi el problema es que no hay corazón...ni na...un abrazo
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