jueves, 18 de septiembre de 2014

La bota del neoliberalismo

Eduardo Sanguinetti (Mar del Plata, Argentina)
 
Sin dudas se puede aprender a pensar, el valor más espontáneo del mundo. Sin embargo, se ha desviado el pensamiento llegando incluso a desaprender a pensar, objetivo de las sociedades anónimas que escriben una historia simulada y falaz de lo que jamás ha tenido espacio, nuestro presente, nutrido de espanto y desmesura.
La dictadura del consumismo compulsivo de cualquier cosa anula los ideales del individuo original, transformándolo en un ser temeroso, leve, funcional y conformista, que se sumará a la legión de comunidades uniformes y manipulables, programadas por el poder de las corporaciones que rigen en este planeta.
Hoy, todo cuanto afecta a los dueños del mundo del ‘homo consumus’ y sus riquezas es criminal. Tienen que conservarlas a toda costa, incluso creando crisis de activos incorpóreos y jamás poniendo en tela de juicio su legitimidad. Fingir que se olvida que siempre los beneficiados son las mismas corporaciones asesinas, cuyo poder se acrecienta con la sangre derramada de miles de hombres, mujeres y niños en guerras fabricadas, en hambrunas evitables y en desapariciones en serie de sujetos-objetos traficados para el turismo sexual, de ese reducido grupo de delincuentes.
¿Por qué sendero se arribó a tal estado de amnesia, a esta ausencia de memoria, a olvidar el presente? Todos parecen participar de estas ceremonias fúnebres, considerar que el estado actual de las cosas es el único viable y posible, que el punto al que ha llegado la Historia es el que aparentemente la humanidad adormecida esperaba, deseaba y anhelaba.
El milenio nos ha enseñado que todo es fugaz, hasta el ‘nunca más’. El crimen contra el hombre siempre es un crimen perpetrado por el hombre. Todo es viable en el espacio de la aventura humana, en el orden de la bestialidad, que como nunca se desencadenó y sin miras de cambiar su rumbo. A menos que todos, en un preciso instante, resistiendo, actuemos en sintonía simultáneamente en todas partes contra el mundo del libre mercado y de sus operadores.
Debemos correr el riesgo de ser muy precisos al verificar la realidad, a pesar de provocar cierto malestar inicial, en el camino de la resistencia y de modificar rumbos, sería hoy el único referente lúcido para preservar el futuro, nuestro futuro. Hoy se impone hablar francamente, sin dobleces, sentir, pensar y decir, es la consigna. Mantener la lucidez, no desesperar y soportar con dignidad este tiempo de transición con lucidez, sin dejarse llevar por la embestida del aparato represor del capitalismo que, repito, triunfó hoy sin dudas en esta aldea global, con su política de exterminio de todo lo maravilloso que tenía la vida en términos de naturalidad y principios éticos de relación.
Por lo manifestado, a mi parecer, la historia humana, a través del ruido y de la ira, a través del ensayo y el error, es una historia presocial. Para salir de ese estadio hace falta el despliegue de movimientos profundos, como la toma de conciencia elemental de las primeras verdades y del peligro mortal para nuestra especie de seguir siendo esclavizados por la pesada bota del neoliberalismo y de sus tendencias genocidas.
¿Cabe alguna duda de que estamos transitando un tiempo sin tiempo, donde la mentira se ha impuesto como principio y fin de atrocidades cometidas contra pueblos enteros diezmados, en un afán de “ir por todo”? Un destino sin sentido para una humanidad que ya no pregunta nada, no resiste, no marcha, no grita ante la injusticia, la ausencia de derechos, la ausencia de libertad y sobre todo de verdad, principio y fin de nuestras vidas.

(Publicado en La República, Montevideo, el 18 de septiembre 2014)

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