La niebla sube deshilachándose por la barranquera, sepultando los piñones de casas colgados del risco, taponando las callejas de hortigas que confluyen en el cementerio viejo, veladas también por la bruma las fachadas de colorines que levantaron los emigrantes. En Casa Mateo juegan al dominó la santa tarde y la pareja de civiles bebe y revisa la quiniela desde los partes urgentes del transistor. Hablan todos de cosas muy sabidas: los años malos, el malpaís solitario, la escarcha que pasmó la viña de la vaguada, el viento sur de septiembre que abrasó la sementera. (Pita histérico el aparato portátil en el mostrador: vomita voces, sintonías, mensajes comerciales, trabalenguas). La tierra yace a pocos metros de la travesía por donde cruzan autocares de turistas: las vidrieras atornasoladas casi no dejan ver sus gorros de paja, las camisas chillonas, las gafas oscuras, sus pieles embadurnadas de aceite, rezumadas de salitre. Siguen hablando: es mejor vivir en paz que con sobresaltos, bombas, huelgas y crímenes como en esos países tan lejanos en el mapa. Como no hay gallofas para la recogida de papas descansan los sachos y las guatacas en la bendita calma de estas islas tan libres de revueltas y aspavientos. Conversan: aquel chico es engrasador en un petrolero sueco, el otro hace de freganchín en Londres, la hija que borda manteles para la reventa de los bazares. Así se despliegan las horas lentas del sermón en la parroquia, las citas ocultas y la forzada alegría de la radio: la felicidad ah-ah-ah-ah / me la dio tu amor oh-oh-oh-oh. En la casa del cura las gallinas continúan escarbando por el patio cuando se reúne la comisión de Cáritas y en el teleclub ensayan para la verbena de esta noche los componentes de Los Cinco Rayos: casi dormidos bajo el soool/sin un problema en que pensar. Tostador en que se asan las turistas de piel lechosa, hembras vencidas que renuevan su celo en esas noches volcánicas de las discotecas, abrazadas por albañiles que apenas si chapurrean un inglés elemental: drinking, dancing, fucking. Cualquier día de estos podrá llegar el nuevo alarido de un ventarrón que vuelque automóviles en la autopista, y serán sus víctimas seres furtivos que tratan de escapar con el acelerador a fondo en pos de una meta incierta: orgasmo de algas azules, cabriolas de anduriñas esquivas, zénit de una borrachera abismal; correr, correr hasta el fin sobre la veta de miedo acumulado en tantos años para quebrar el tenso yugo de la postguerra infinita. A las cinco el Osasuna ha empatado a dos y puntualmente acuden ante el televisor para amamantarse en el Ojo de la Verdad entre persecuciones y balazos, los cuatreros abandonan el pueblo perseguidos por Stewart Granger, décimo episodio de la serie; el sacristán hace sonar la campana de la primera llamada para la misa de la tarde; a lo lejos relincha un caballo; domingo de 1873 en Eldorado City.
(Del libro de relatos "El Mar de la Fortuna", Interinsular Canaria, 1985)
No está mal la foto
ResponderEliminar