Con mi amigo Amadou Abdulaye
sostengo alguna que otra charla sobre las circunstancias del mundo actual. El
nació en Senegal, en un poblado cercano a Dákar, allí donde la bulliciosa urbe
se confunde con los poblados que miran al pasado. Amadou Abdulaye es un hombre
tranquilo, complaciente, que con frecuencia muestra la larga sonrisa, sus
dientes blanquísimos son un reclamo. ¿Cómo se ha producido esa transformación
de una parte de la juventud musulmana en agentes vengativos contra occidente? El
yihadismo, esa es la cuestión.
La religión musulmana –me dice–
es una religión de paz. Rezamos cinco veces al día, intentamos ser piadosos y
ayudar a los que carecen de medios materiales. El Profeta recomendaba practicar
la caridad, ayudar a los que no tienen la fortuna en esta vida. El largo ayuno
anual del Ramadán va en esta dirección, se trata de recordarnos que somos seres
espirituales y por lo tanto hemos de templar los apetitos mundanos, hemos de
sacrificar los instintos y poner a Dios por encima de las tentaciones mundanas.
El ayuno y la caridad, junto con la sagrada visita a los lugares sagrados,
están en la base misma de nuestra tolerancia. Jesús y la Virgen María figuran
citados en el Corán, para nosotros Jesús es uno de los profetas que necesitamos
respetar.
Tal vez convendría –me dice
calmosamente Amadou Abdulaye– fijarse en las posibles raíces de estos
movimientos violentos que tienen a occidente en el punto de mira. Y es que
ciertos países del Golfo Pérsico, ciertos Emiratos, cierto país de la península
arábiga, pudieran estar sosteniendo la radicalización de algunas comunidades.
Es curioso que entre nosotros contemplemos la publicidad que se hacen algunos
de los países de ese entorno, incluso en camisetas de equipos de fútbol,
organizando campeonatos mundiales con presuntos sobornos por medio. El
depauperado occidente busca aliados para sufragar su enorme endeudamiento sin
fijarse en ciertos peligros. En principio, a nadie parece importarle analizar
de dónde vienen los dineros que el petróleo riega generosamente, lo importante
para occidente es seguir viviendo al día aunque tenga que venderse al Diablo.
Porque el islam conforma hoy una
religión muy nutrida, más de mil doscientos millones de seguidores. Pero el
Profeta nunca dijo que se practicara la ablación en nuestras niñas, ni tampoco
proclamó la necesidad de una guerra santana constante contra el mundo
capitalista. Ciertas prácticas de algunos que se escudan en nuestra religión no
concuerdan con los mandatos de caridad y tolerancia que están en la raíz misma
de nuestra fe.
Entonces, Amadou Abdulaye pasa a
recordarme injusticias flagrantes de nuestro mundo. Por ejemplo, el triste
hecho de que las víctimas de ayer se hayan transformado en los verdugos de hoy.
¿Por qué Israel y Palestina no pueden convivir en paz fijando las bases de una
relación justa y estable, en la que sea erradicada la práctica de los colonos
que se asientan continuamente en los territorios ocupados? Son ya más de
600.000 los que el gobierno hebreo ha asentado construyéndoles casas en los
territorios arrebatados a los palestinos, y esta práctica no parece que vaya a
tener fin.
Mi amigo me deja cabizbajo y
preocupado. Porque este comienzo de curso no es solo el del proceso soberanista
catalán ni el de los negocios de los Pujol ni el de la amenaza de Podemos a los
partidos tradicionales ni el de una recuperación económica tan frágil ni el
clamor mayoritario porque los partidos políticos se pongan de acuerdo para la elección
de los alcaldes o la reforma razonable de la Constitución. Este septiembre
tiene perfiles de convertirse en un mes para olvidar si no fuera porque la vida
sigue, veloz, inmisericorde, atrapando energías. Lo dijo la escritora Nuria
Amat en El País: pobre Orwell que combatió por aquella Cataluña donde él quería
ver florecer las libertades, pobre Cataluña tan demagógicamente sumida en el
caos. Hoy mismo, 11 de septiembre, es la Diada, esa solemne manipulación de la
historia. Un episodio de una absurda guerra de Sucesión, una de tantas
contiendas civiles que han ensangrentado la península, es presentado como episodio
de opresión.
¿Qué más les puedo contar si las
playas están radiantes, los hoteleros se frotan las manos ante las perspectivas
de un nuevo invierno con los establecimientos a tope? ¿Y las guerras tribales dentro
de los partidos políticos, las cuchilladas y traiciones a la hora de fijar los
candidatos para las inmediatas elecciones locales y autonómicas del mes de mayo,
qué tendrá el poder que tanto seduce? ¿Y el tenso comienzo de curso en nuestras
escuelas, institutos y universidades, cuando los recortes siguen imponiendo su
norma insoslayable? ¿Y los temores de que la mínima recuperación económica se
vaya al traste porque las pintan calvas en las principales economías europeas? ¿Y
la siniestra recomendación de las autoridades monetarias de que en España se
proceda a bajar los salarios pretendiendo ganar competitividad, como si ya el
personal estuviese sobrado? ¿Y el conflicto de Ucrania, que deja sin vender frutos
y hortalizas cultivados por aquí?
El nuevo curso viene con asignaturas pendientes, el
mundo rebosa de conflictos aparentemente irresolubles.
Pero no queda otro remedio que aplicarse a poner remedio a situaciones que se han ido pudriendo en los últimos años, y que –de seguir el proceso actual– van a pudrirse todavía mucho más. Porque antes de que la humanidad llegue a la fase crítica de la Despedida y Cierre, antes de que colonicemos Marte, antes de que el sol se extinga y no quede la más mínima noticia de los humanos, hay que resolver cuestiones pendientes en esta vituperada Tierra
No hay comentarios:
Publicar un comentario