Debe
ser que la culpa pesa sobre generaciones y generaciones de japoneses, porque en
sus grandes novelistas siempre se vislumbra algo de esa sensación que con
cierta frecuencia ha derivado en suicidios rituales. Kenzaburo Oé, premio Nobel,
tiene un hijo deficiente. Y esa circunstancia se ve reflejada en casi todos sus
textos, también en este contemplamos procesos de degradación personal,
alcoholismo, sexo culpable. Historias terribles manejadas desde el mito, la
alucinación y la imagen en absoluto complaciente que los escritores japoneses
tienen de la historia de su propio país.
Personajes
extraños, el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki, la complejidad de un destino
colectivo y personal marcado por hechos terribles. Como un terremoto, igual que un tsunami, una novelística que necesitamos explorar porque siempre ilustra sobre la complejidad humana.
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