lunes, 11 de noviembre de 2013

Perder las librerías es perder mucho

Por Manu de Ordoñana

Los libreros están inquietos. Algunos alegan el crecimiento de los precios de los alquileres, otros se quejan de que las ventas a universidades y bibliotecas públicas se han reducido y algunas instituciones les deben dinero. Pero todos coinciden en que el mayor peligro es el libro electrónico y la competencia de las tiendas online. Y eso que todavía el consumo de ebooks es muy pequeño ─al menos, las ventas declaradas─, aunque eso quizá sea debido a que los índices de piratería que se dan en España son inadmisibles, con cifras que multiplican por siete a las de Francia. Se podría pensar en algún tipo de subsidio público para aliviar los problemas de tesorería de un sector tan castigado por amenazas de tal calibre. Francia ya lo ha hecho, para evitar que sus librerías corran la misma suerte que en Estados Unidos. La ministra de Cultura y Comunicación, Aurélie Filippetti, cree que, si este canal se debilita, toda la industria editorial se resentirá, con sus efectos negativos, no sólo sobre la cultura en general, sino también sobre la economía. Y para refrendar su opinión, ha tomado una serie de medidas encaminadas a subvenir a las librerías con la creación de un fondo de ayudas por valor de nueve millones de euros.

La prensa gala ha aplaudido la medida, pero el norteamericano Bill McCoy, director ejecutivo del International Digital Publishing Forum ─un consorcio mundial dedicado a la reflexión y al desarrollo del libro digital─ cree que la batalla está perdida para siempre. De aquí a diez años, entre el 70 y el 90 por ciento del espacio ocupado por las librerías habrá desaparecido en Estados Unidos. Y en Europa, tarde o temprano, ocurrirá lo mismo: “La librería es el eslabón más débil de la cadena y no sobrevivirá a una revolución que no ha hecho más que empezar”.

Para iluminar el espectáculo, basta analizar el caso de Barnes and Noble. La mayor cadena de librerías del mundo anunció a primeros de este año que cerraba un tercio de sus establecimientos, manteniendo 450 de las 690 tiendas que posee en Estados Unidos, debido a la creciente caída de las ventas (en 2012, un 11% respecto al año anterior). Su intención es fortalecer la venta a través de Internet y consolidar su mercado en dispositivos digitales y tabletas a través de catálogos.

Pero es que, además, hay otro peligro en ciernes. Los editores se han dado cuenta de que alguien sobra en la cadena de distribución y ese alguien es el librero. Por eso se han lanzado a la carrera de distribuir su producción directamente al lector, bien sea a través de la venta directa, de la creación de comunidades de lectores o de la búsqueda de nuevos canales de venta. Los libreros independientes que han dado de comer a la industria editorial lo tienen hoy muy crudo para sobrevivir. Triste paradoja. Todo eso para defenderse de la competencia que reciben de Amazon y Apple. Por ahora, los dos gigantes americanos se contentan con vender libros ─en papel y en digital─, pero no van a tardar mucho en convertirse en editores. De hecho ya han empezado a ofrecer el servicio “imprimir bajo demanda”, una fórmula que los escritores diletantes han acogido con esperanza. Y si eso es así, ¿no sería más lógico que esas posibles ayudas se crearan para salvar a los editores?

Porque esa presunta ayuda a las librerías quizá no va a servir de mucho, a no ser que se reconviertan, se adapten a los nuevos tiempos. Pero, ¿qué tipo de reconversión? ¿vender también e-books, además de libros impresos? ¿Podemos imaginar una librería que venda libros digitales? ¿Por qué no? Una compañía canadiense ha desarrollado un método para transformar un libro digital en un producto tangible con el fin de que la gente lo pueda ver, tocar y comprar en la librería, pasar páginas en pantalla como si fuera un libro físico. Sería el primer paso, un signo de que el librero ha cambiado de mentalidad y se prepara para afrontar el futuro.

Claro que esto no será suficiente para recuperar el esplendor perdido, pero podría servir como cebo para atraer a compradores curiosos, si se les ofrece un espacio social en el que compartir experiencias, conversar con el librero ─que volvería a recuperar su función prescriptora─ y salir de la tienda tras haber descargado dos ebooks en su dispositivo de lectura. De ahí a montar su propia tienda online, no hay más que un paso, dicen que no es tan difícil, solo es cuestión de actitud.

Si esa presunta ayuda del gobierno es para ganar tiempo y conseguir que las librerías se adapten al nuevo modelo, merecería la pena hacer la prueba. Los recursos necesarios para poner en marcha un proyecto de tal naturaleza no tienen por qué ser altos. Cualquier cosa antes que someterse a la inacción. Porque la perspectiva espanta al ciudadano: ¿Puede uno imaginar lo que sería una ciudad sin librerías? Boticas entrañables en las que nos hemos sumergido durante horas para hojear las últimas novedades, para descubrir algún libro olvidado, para recuperar recuerdos de la juventud… No podemos dejarlas caer, forman parte de nuestro acervo espiritual.

(Tomado de  http://serescritor.com)

3 comentarios:

  1. Yo creo que hay que, Luis, que el futuro pasa por el libro digital y las librerías del futuro son toda una incógnita, pero tendrá relación con lo digital.

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  2. Sí, pero el libro de papel no debe desaparecer. Debe convivir. Y las pequeñas librerías de las ciudades deben subsistir, igual que los cines, las salas de exposiciones, los teatros o las tertulias literarias, porque forman parte del tejido cultural de la ciudadanía.

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  3. Completamente de acuerdo, Don Luis, con su comentario, pero todo va tan de prisa, que nadie sabe qué pasará. ¿Quién diría que los relojes de muñeca, los periódicos y tantas cosas más están contando sus horas? Recuerdo a un profesor de geografía en mis años de secundaria, que nos habló que el televisor se colgaría en la pared como un cuadro, nos pareció algo surrealista que aquellos cajones gigantescos fueran a ser tan finos a tan pocos años (pocos para mí).

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