Necesitamos
un control de armas, ya, necesitamos erradicar el odio. Esta frase que está en
el corazón de muchos norteamericanos cobra su mayor dramatismo después de la
matanza de Las Vegas, uno de tantos episodios violentos que saltan a las
páginas de los periódicos cada año en Estados Unidos, primera potencia mundial
donde cada año hay 30.000 fallecidos en tiroteos, y donde en cada ciudad,
aunque sea pequeña, hay múltiples especialistas en heridas de balas. Qué fácil
es apretar el gatillo, con qué facilidad circulan las armas y qué difícil lo
tuvo Obama cuando intentó frenar el impulso. Pues allí, pese al desarrollo de
la ciencia y de la tecnología, todavía sigue existiendo la mentalidad de los pioneros
que conquistaron el lejano oeste: mis armas son mis sagradas herramientas. Cuántas
complicidades desde dentro del propio sistema: la CIA, el FBI, la maldita
Asociación del Rifle, los gobiernos. ¿Dónde están las manos limpias que alguna
vez nos pudieran aclarar el asesinato de los hermanos Kennedy, de Martin Luther
King, etcétera? No en vano EEUU es el país donde más se cumplen y a la vez más
se violan los Derechos Humanos. Eterna paradoja.
Estamos
en el centro de la batalla y por eso llega el aluvión informativo, un flujo de
información que parece agravarse cada hora que pasa, siempre en espera de la
declaración unilateral de independencia, que pudiera caer en cualquier instante.
En el momento en que redactamos estas líneas el panorama no puede ser más
confuso.
En
una comparecencia ante el Parlamento, 1932, José Ortega y Gasset, ensayista y filósofo
que a buen seguro no es conocido por los catalanes jóvenes dado que hace mucho
que la Generalitat ha sustituido la educación por el adoctrinamiento nacionalista
y la siembra del odio a España, describió Cataluña como "un problema que
no puede ser resuelto, sólo se puede conllevar... Los demás españoles debemos
conllevarnos con los catalanes y los catalanes deben conllevarse con los demás
españoles". Conozco bien el territorio, tengo una hija allí, y,
ciertamente, algunas motivaciones del descontento son reales. Así el déficit
histórico de infraestructuras ha existido y todavía existe. Por ejemplo: para
llegar a Barcelona y para moverte por toda Cataluña tienes que rascarte el
bolsillo, pues la gran mayoría de las autopistas son de peaje. Desde antes de
la muerte de Franco el lema de España nos roba ha sido frecuente en las
pintadas callejeras.
Recordemos
que José Ortega y Gasset habló en plena II República, antes de la Guerra Civil,
cuando el secesionismo desafió la unidad. En 1934 declararon la República
Catalana, abortada por la rápida intervención del Estado. Ahora, tantos años
después, las cosas se han ido pudriendo porque los políticos no han hecho su trabajo.
Con el mero negacionismo de Rajoy (mentalidad de Registrador de la Propiedad)
no solo no ha habido avances sino que el único camino emprendido ha conducido
al desastre. Y eso que podría y debería haber habido alguna aproximación.
Recordemos que toda esta última rabieta se origina cuando Zapatero, el peor
presidente de nuestra democracia, promete un nuevo Estatuto, y que respetaría
lo que el Parlament opinase de él. El Parlament emitió preceptos que violaban
la Constitución y años después Artur Mas reclama del Estado Español que aplique
a Cataluña el mismo fuero económico que disfruta el País Vasco, a lo cual Rajoy
se negó en redondo. Pero deberían haberse abierto vías de entendimiento,
deberían haberse sustanciado avances. Han faltado políticos de talla, capaces
de dejarse en la puerta sus prejuicios.
Según
declaró en Onda Cero Alfonso Guerra, el que fuera vicepresidente del Gobierno
con Felipe González, en Cataluña “llevan años desarrollando un movimiento
prefascista”. Muestra de ello serían los “40 años con colegios catalanes
controlados por ‘rufianes’ y una tele pública (TV3) asquerosamente sectaria,
envenenada”. También comenta que la policía catalana ha tomado partido, tilda
al jefe de los Mossos, Trapero, de “traidor de la democracia” y sostiene que “a
lo mejor hay que disolver a la policía autonómica, pues, a juicio del ex
vicepresidente el domingo 1 de octubre hubo “no solo un golpe de Estado, sino
también un repugnante fraude electoral”. En este sentido descarta la
posibilidad de una solución por la vía hablada: “¿Diálogo con los golpistas? No
hombre, no. ¿Se imaginan que hubiéramos dialogado con Tejero?”. Partidario de
la línea dura, opina que Rajoy no ha sabido tomar decisiones ante el desafío
independentista, pero también cree que su partido debería retirar la petición
de reprobación que anunció el PSOE a la vicepresidenta del Gobierno por las
cargas policiales del 1-O.
El
inmóvil presidente Rajoy se justificó diciendo que con el envío de guardias
civiles y miembros de la Policía Nacional se trataba de hacer cumplir la ley: conseguir
que los colegios no abrieran y que no se pudiera votar en un referéndum
declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. Para eso se desplegaron diez
mil efectivos de los cuerpos policiales y el fiasco ha sido monumental: no solo
no lograron hacer cumplir las leyes y cerrar los colegios sino que su actuación
ha sido inútil para parar el referéndum y evitar las algaradas; las escenas de
violencia han incrementado el victimismo y las caceroladas en los balcones.
Unos y otros se han empecinado en mantener la cerrazón. No basta con la vía
judicial y la vía policial, son poco eficientes.
El
Gobierno de España ha hecho un ridículo solo comparable al disparate
protagonizado por el Govern al permitir que los anticapitalistas coloquen en
rebeldía y desobediencia de las leyes a la mitad de la población catalana. Si
Puigdemont declarase la independencia unilateral debería ser detenido por
sedición, con la aplicación del temido artículo 155 de la Constitución, es
decir: la suspensión de la autonomía, una autonomía que les ha concedido la mayor capacidad de autogobierno en la
historia.
La
solución pasará por la necesidad de hablar y de negociar, y quienes han de
resolver este lío no pueden ni deben ser los mismos que han protagonizado esta
lamentable farsa. Puigdemont es impresentable y Rajoy no ha sabido o no ha
podido ser un estadista, no ha estado a la altura del desafío, no ha entendido nada
de lo que ha pasado en aquella región desde que el PP recurrió ante el
Constitucional el Estatut autorizado por Rodríguez Zapatero. No hay otra salida
que la solución política, con reforma constitucional previa. Y tal vez
elecciones generales y autonómicas, que traigan nuevos personajes en el
escenario.
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