sábado, 14 de octubre de 2017

Murakami no debe ganar el Nobel (lo ganó Kazuo Ishiguro, inglés nacido en Japón)


Publicado por , en www.jotdown.es
Haruki Murakami. Foto: Wakari Masita (CC)
Haruki Murakami. Foto: Wakari Masita (CC)
Estimados académicos suecos:
Les imagino estresados, pensativos, discutiendo, deshojando margaritas: este sí, este no… Todo para elegir al próximo Premio Nobel de Literatura. Y no está en mi afán el incordiar su periodo de reflexión, pero no puedo dormir por las noches. A escasos días de que se conozca el fallo del galardón compruebo que, un año más, es Haruki Murakami el que encabeza las quinielas de los periódicos, el que arrasa en las casas de apuestas. Ahora que están ustedes deliberando permítanme la injerencia y, antes de tomar una decisión precipitada, de dejarse arrastrar por la presión social, reflexionen conmigo sobre la literatura de Murakami.
Al escritor japonés, que decidió escribir su primera novela viendo un partido de béisbol, le ha salido una obra que es como una pelota en eterna suspensión, una espiral recurrente, una tela de araña en la que, bien es cierto, se han enredado millones de lectores en todo el mundo porque, dicen, Murakami es moderno, hace literatura pop, mira a Occidente desde Oriente. Y yo me pregunto: ¿ha reinventado la narrativa japonesa escribiendo una y otra vez la misma novela?
Una voz masculina que narra en primera persona, un triángulo amoroso, un corazón roto, un amor que permanece por encima del bien y del mal y de la vida y la muerte. No es una canción de Alejandro Sanz, es lo que pasa en todos los libros de Murakami. A eso súmenle que hay un gato, porque el gato es la mascota de los hipsters, y este encima es un gato que habla. Un gato mágico. Y en todas las novelas del japonés se juega con lo mágico, con lo onírico. Hay un pozo negro imaginario en el que se hunde uno de los personajes, pero también hay una búsqueda eterna de la salvación. Una huida hacia adelante.
Murakami ha traducido al japonés a Scott Fitzgerald o Raymond Carver, y muchos dicen que esas son sus influencias. Pero es posible que le haya influido más el haber regentado un club de jazz, Peter Cat, y el haber trabajado antes en una tienda de discos, como el protagonistas de Tokio Blues, novela cuyo título original esNorwegian Wood, igual que la canción de los Beatles. El mismo grupo que sirve como banda sonora en muchas de las historias de Murakami. Y a ese son sus personajes hablan de Marx, de Nietzsche, de Los hermanos Karamázov o de Andrei Tarkovsky. Y ahí el lector occidental se siente reconfortado, reafirmado en su amplia cultura popular, sabiendo que Al sur de la frontera, al oeste del sol es un guiño a aquella canción de Nat King Cole, y se atreve a canturrear un «south of the border, down Mexico way…». Mientras, el libro avanza. Entre conversación y conversación los protagonistas follan o están cocinando. Y cada veinte o treinta páginas hay una amplia descripción de cómo van vestidos todos y cada uno de los personajes. No es de extrañar que a Murakami, que empezó a correr maratones a la edad a la que murió Jesucristo y que incluso ha escrito un libro sobre su experiencia como runner —De qué hablo cuando hablo de correr—, le salgan siempre novelas más largas que la maratón de Nueva York.
A todo lo anteriormente expuesto añádanle una buena campaña publicitaria, como presentar un libro en su Japón natal dieciocho años después de su última aparición pública, y tendrán todos los ingredientes de su filosofía, esa que difunde a golpe de «murakamada»:
—Pero, a fin de cuentas, ¿quién puede decir lo que es mejor? No te reprimas por nadie y, cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz. (Tokio Blues)
—¿Sabe usted cuál es el más intenso de los odios? Aquel que se siente por alguien que ves que alcanza sin el menor esfuerzo lo que tú eres incapaz de alcanzar pese a desearlo con toda tu alma. Cuando te ves obligado a chuparte el dedo viendo como otro, por su cara bonita, accede a un mundo al que no puedes acceder ni en sueños. (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo)
—Cuando brotan esperanzas, el corazón se aprovecha y empieza a actuar por su cuenta. Y cuando las esperanzas se ven defraudadas, llega la desesperación, y la desesperación llama al desaliento. (1Q84)
Señores académicos suecos, no voy a extenderme más, porque como dice Hoshino en Kafka en la orilla: «Es una pérdida de tiempo intentar encontrarle un sentido a las cosas que no lo tienen». Pero piensen que un mundo en el que Philip Roth y/o Thomas Pynchon no han ganado el Nobel de Literatura es un mundo peor.

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