A la gente se le oye decir esta sencilla frase: ¡que lo
arreglen los políticos!. La política es el arte de lo posible, pero entre
nosotros tiene mala prensa, por algo será. La de Cataluña siempre fue una
burguesía reivindicativa y pactista, sobre todo pactista y guiada por el seny,
el famoso sentido común. Ahora esa burguesía financiera e industrial se lleva
sus empresas de allí, pero el fracaso de las negociaciones, la constatación de
que ni siquiera hay negociaciones, viene a poner en primer plano la sensación
de que nuestros políticos, de un lado y de otro, están empeñados en fracasar. Y
de este modo nos viene un pálpito de nostalgia si pensamos en la talla humana y
en la eficiencia de personajes de nuestra historia reciente como Adolfo Suárez,
Tarradellas, Felipe González, Carrillo e incluso Manuel Fraga, todos los cuales
supieron encauzar los acontecimientos para darnos una transición respetable,
con una Constitución capaz de orientar nuestra convivencia durante cuatro
décadas, un periodo de indudable progreso socioeconómico.
Una reciente encuesta en El País preguntaba: si fuera posible
¿A quién preferiría como presidente del gobierno en estos momentos? La
respuesta arrojó el triunfo de Suárez con un 35%, seguido por Felipe González
con el 17%, Zapatero con un 13%, Rajoy con un 10% y Aznar con un 8%. La
preferencia por Suárez, figura clave del consenso, el cambio político y
generacional, es resultado de considerar imperativo que España disponga un
proyecto ilusionante. En el otro lado de la balanza vemos la actitud
antisistema de Podemos, sus confluencias,
ese populismo desintegrador de los independentistas. Y sobre todo por parte de
la CUP, movimiento anticapitalista heredero del espíritu anarquista que caló en
Barcelona en varias fases del siglo XX. Podrá haber nuevas elecciones en
Cataluña pero, dado que el sistema electoral está diseñado para que se
beneficien los partidos nacionalistas, exactamente igual que sucede en Canarias
con CC, es muy probable que se repita la situación actual: los partidarios de
la independencia contarán con menos votos que el bloque constitucionalista pero
esa inferioridad de votos les otorgará más diputados en la Generalitat. Tal
como ha venido sucediendo siempre, ahora con mayor virulencia. Es decir que
está servida la brecha social, gana la confusión.
Los españoles no son de izquierdas ni de derechas, sino que
son de centro. Tras los traumas de la guerra civil y del terrorismo de ETA, preferimos
opciones que no impliquen ruptura sino salidas reformistas. A pesar del
relativo auge de Podemos, alimentado por la alarmante corrupción, el voto de
centro-derecha y el de centro-izquierda siguen siendo mayoritarios. Y el buen
recuerdo que dejó Adolfo Suárez va asociado con los importantes cambios que
emprendió aquel partido de UCD, que dieron forma posteriormente a la reforma
fiscal, la ley del divorcio, la ley del aborto, el encauzamiento de las
autonomías. Y, por supuesto, a la Constitución de 1978, que, con todos sus
fallos y sus lagunas, ha sido y continúa siendo el mejor instrumento de nuestra
historia política.
La calle vivía la violencia de ETA, las demandas de los
sindicatos y el miedo al golpe militar, el 23 F, y ahora la población añora el
espíritu conciliador y, sobre todo, el proyecto generoso de finales de los 70 y
comienzos de los 80. Suárez certifica el
cambio de régimen de una dictadura a una democracia occidental, con una
monarquía alejada del poder directo, una monarquía parlamentaria semejante al
modelo británico, con la legalización del Partido Comunista que parecía
difícilmente digerible por parte de los militares, con la llegada de
Tarradellas al Gobierno de la Generalitat y también con su contribución a
abortar el 23 F. Suárez fue destruido por los propios barones de UCD, aquello
del viejo cainismo hispano, pero al cabo de los años, mientras el ex presidente
perdía la memoria por su alzhéimer, se incrementaba su valor moral.
Se prevé que habrá elecciones en Cataluña en los próximos
seis meses. El problema es que el electorado sigue profundamente dividido, una
mitad es independentista y otra mitad es constitucionalista. ¿Cómo reparar el
problema si vuelve a resultar que las formaciones independentistas obtienen la
mayoría absoluta, aunque sea por los pelos?
Después de atravesar semanas terribles entre el precipicio de la
declaración unilateral de independencia y el hachazo del artículo 155, el
independentismo no baja en porcentaje. Hay un estancamiento del voto, resultando
lo que llamaríamos empate técnico. Justo antes de conocerse la poda que Rajoy
pretende infligir a la autonomía catalana, la balanza que sostiene a un lado a
los partidarios de la ruptura y al otro costado a los detractores de la
secesión continúa mostrando una igualdad escalofriante. La mayoría absoluta independentista
estaría en una horquilla de 70 a 73 escaños (ahora es de 72), pero en votos
apenas sumarían una décima más que en las elecciones del año 2015: del 47,8% al
47,9%.
Suárez impulsó acuerdos. Su gran obra fueron los pactos de
la Moncloa, 1977, entre los partidos políticos y los sindicatos, para la
estabilidad del proceso político y económico. La transición sigue siendo un lugar
común para señalar que es posible el buen gobierno. Después Zapatero fue el peor
presidente con su pésima visión de la crisis, y Aznar tuvo dos fases: su primer
mandato, con buen resultado para la economía, y el segundo, un calvario.
Imperdonable su eje con Bush y Blair para meternos en la guerra de Irak,
también hizo mal la gestión de los atentados del 11-M. Por esa época, mientras
en las escuelas, institutos y universidades crecía el odio a España, el “honorable”
Pujol y su familia ya llevaban mochilas cargadas de billetes hacia Andorra.
Con Rajoy han crecido nuevos desertores de España, y por
desgracia después de Tarradellas llegaron políticos desalmados. ¿Cómo se va a imponer el artículo 155 si el
Estado ya no tiene funcionarios en Cataluña, acaso se va a mantener una larga ocupación
del territorio? El diario francés Le
Monde arremete contra la gestión de
Puigdemont y contra la línea propagandística del canal público TV3. Los
independentistas viven en una burbuja, venden ilusión; prefieren la política de
lo peor. España atraviesa una tragedia que golpeará su economía; el jefe del
Ejecutivo catalán se ha colocado fuera de la ley y ha asumido un cara a cara
con Madrid que puede derivar en violencia. Sabe que una administración directa
de Catalunya por parte de Madrid unirá a los secesionistas. Le Monde se
pregunta también si Rajoy está a la altura.
(Ilustración: Duelo a garrotazos, de Goya)
Merecido análisis.
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