La poesía es la manifestación
literaria más constante en la historia de las islas. La poesía de aquí contiene
dosis de filosofía, de geografía, de esa humor melancólico y de esa magua consustancial
a nuestro pueblo, esa mirada aislada y cosmopolita a la vez. El célebre poema Yo
a mi cuerpo, de Domingo Rivero, es el lamento del hombre que se sabe limitado y
mortal y lo expresa con una tal rotundidad que ha escrito uno de los mejores
poemas de la lengua española, y sabido es que el Museo Domingo Rivero en la
calle Torres se ha configurado como un escenario imprescindible para las letras
canarias: allí van libros, allí poetas, allí debates, actos musicales y
exposiciones. Un empeño puesto en pie por su nieto el periodista José Rivero,
en base a la estricta independencia, una actividad privada que es rara avis en
la cultura local, un escenario privilegiado para los encuentros y los debates que
mantiene con independencia de los poderes institucionales. Y gracias también a
la generosa visión de escritores y ensayistas como Lázaro Santana, Jorge
Rodríguez Padrón, Eugenio Padorno y Manuel Padorno las nuevas generaciones
pudieron recuperar voces de poetas imprescindibles de los que apenas teníamos alguna
mención marginal.
He aquí un
poema perfecto: ¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?; / ¿por qué con
humildad no he de quererte, / si en ti fui niño, y joven, y en ti arribo, /
viejo, a las tristes playas de la muerte? Es Rivero un poeta con una obra casi
invisible, por su brevedad, por no haber publicado libro alguno durante su vida
y por haber vivido en una isla lejana. En palabras de Francisco Brines,
“estamos ante un poeta de tanta honestidad como modestia, y todo sabe en él a
veraz. Se despierta en el lector entonces un natural y cálido
acercamiento.” Y Antonio Henríquez
Jiménez se lamentó en www.bienmesabe.org de que la gran mayoría de los poetas
canarios son desconocidos fuera de las islas. Señaló que muchos de los poetas,
novelistas, dramaturgos, ensayistas, periodistas, etc., que desde finales del
XIX hasta acabado el siglo XX aparecían una y otra vez en la prensa, revistas,
estudios, etc., son hoy unos perfectos desconocidos. La mayor parte de ellos
estaba allí porque tenía amigos que los bombeaban, o porque su escritura estaba
de acuerdo con la manera de pensar general, y no ponían en peligro la
honorabilidad de los estamentos de la sociedad. Lo mismo pasa hoy. Se ensalzan
películas cuyo elevado coste hay que reembolsar; se ponen en el cielo de la
fama poetas y novelistas infumables; etc.
Personalmente, no de los textos que prefiero de este gran poeta lleva por título Viviendo, y es una descripción de lo cotidiano en aquella Vegueta silenciosa y dormida en la que le tocó vivir, aquel barrio histórico beatífico y sepulcral que nos cuentan las crónicas de Alonso Quesada. Rivero se asienta allí después de haber habitado en otras ciudades: Madrid, Sevilla, París, pero sobre todo hemos de contar sus años en Londres. Tuvo una vida pequeña de funcionario judicial, un austero escenario frente al Atlántico, una visión ensimismada y contemplativa de la existencia humana, vista desde la ventana de una pequeña ciudad lejana y esquiva: Mi oficina da al mar. Desde la silla / donde hace treinta años que trabajo, / las olas siento en la cercana orilla / de las ventanas resonar debajo. Rivero solo publicaba algún texto suelto en los periódicos de la época, y con todo ello fue un autor que intentó pasar desapercibido en medio de una sociedad pacata, hipocritona, poco dada a las manifestaciones del espíritu. Y mientras se deshacen en espuma, / en la playa al batir, constantemente, / yo en mi triste labor muevo la pluma / y crecen las arrugas en mi frente. Una poesía doméstica, humilde, con un deje existencialista, una desnudez y un ascetismo a lo Antonio Machado: A veces sobre el mar pasa una nave / que se pierde a lo lejos como un ave / que empuja el viento del Destino esquivo… Tras la temprana muerte de su hijo Juan, el poeta se mete todavía más en su cascarón de decepciones y renuncias. Su referencia a la muerte es constante, y así lo apreciamos en los tres últimos versos: Son emigrantes. ¿Volverán? ¡Quién sabe! / Cuando su lucha por la vida acabe / yo trabajando seguiré si vivo.
Personalmente, no de los textos que prefiero de este gran poeta lleva por título Viviendo, y es una descripción de lo cotidiano en aquella Vegueta silenciosa y dormida en la que le tocó vivir, aquel barrio histórico beatífico y sepulcral que nos cuentan las crónicas de Alonso Quesada. Rivero se asienta allí después de haber habitado en otras ciudades: Madrid, Sevilla, París, pero sobre todo hemos de contar sus años en Londres. Tuvo una vida pequeña de funcionario judicial, un austero escenario frente al Atlántico, una visión ensimismada y contemplativa de la existencia humana, vista desde la ventana de una pequeña ciudad lejana y esquiva: Mi oficina da al mar. Desde la silla / donde hace treinta años que trabajo, / las olas siento en la cercana orilla / de las ventanas resonar debajo. Rivero solo publicaba algún texto suelto en los periódicos de la época, y con todo ello fue un autor que intentó pasar desapercibido en medio de una sociedad pacata, hipocritona, poco dada a las manifestaciones del espíritu. Y mientras se deshacen en espuma, / en la playa al batir, constantemente, / yo en mi triste labor muevo la pluma / y crecen las arrugas en mi frente. Una poesía doméstica, humilde, con un deje existencialista, una desnudez y un ascetismo a lo Antonio Machado: A veces sobre el mar pasa una nave / que se pierde a lo lejos como un ave / que empuja el viento del Destino esquivo… Tras la temprana muerte de su hijo Juan, el poeta se mete todavía más en su cascarón de decepciones y renuncias. Su referencia a la muerte es constante, y así lo apreciamos en los tres últimos versos: Son emigrantes. ¿Volverán? ¡Quién sabe! / Cuando su lucha por la vida acabe / yo trabajando seguiré si vivo.
Nacido en
1852, en la vida de Rivero hemos de constatar algunos hechos significativos,
todos ellos en sus últimos años de vida. Así en 1922 se publica en la revista
La Pluma de Madrid el maravilloso soneto Yo, a mi cuerpo. Como síntoma de la
precariedad de su época, se jubila el 19 de julio de 1924, nada menos que con
72 años cumplidos. Tres años después, en 1927, comienza a trabajar en la
posibilidad de publicar una selección de sus poemas, pero el día de San Juan
del año siguiente fallece su hijo Juan, y con ello abandona su propósito de
publicar el que habría de ser su primer libro. Arrastrado por esa fatalidad, apenas
un año después, en la madrugada del 7 al 8 de septiembre de 1929 muere el autor
en su domicilio de la calle Torres, actual sede del Museo.
Recientemente la escritora Victoria Oramas dio a
conocer Tú, a tu cuerpo, un texto teatral que constituye su inteligente
interpretación del extraordinario soneto que le ha dado fama al poeta, y, como
dijo Rosario Valcárcel en el acto de la presentación, construye un territorio
de creación y reflexión mediante un diálogo existencialista, un monólogo
dialogado entre Domingo, hombre ya mayor, indefenso y profundamente humano, y
su hijo Juan fallecido cuando era joven. El padre se sorprende del hecho de esa
muerte temprana a lo largo de una pieza breve, en la que la autora nos habla de
la melancolía ante la fugacidad de la existencia, y el dolor ante la certeza de
la muerte. Victoria Orama Montañez, (Santa Cruz de Tenerife, 1977), profesora
de Lengua y Literatura, ha obtenido reconocimientos como autora de relatos y
autora teatral, fue laureada en el Festival de Monólogos 2016 y también recibió
el premio internacional de teatro de autor Domingo Pérez Minik, en 2012. El
libro lleva ilustraciones de Alicia Pardilla, estamos ante una obra sobria y
que indaga en lo existencial, un maridaje entre la lírica y la escena resuelto
con eficacia.
Gracias por mencionar mis palabras de la presentación de la obra teatral de Victoria Oramas "Tú, a tu cuerpo" Un beso grande, grande.
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