Ahora que despedimos al año viejo y nos
disponemos a fabricarnos ilusiones y esperanzas para el nuevo 2017, hemos de
considerar que dejamos atrás un año en el que Gran Bretaña votó por dejar Europa,
los colombianos no respondieron a la llamada del gobierno para pacificar la
guerrilla, los italianos le dieron la espalda a las reformas que pretendía su
gobierno y sobre todo se produjo un resultado poco previsible en las elecciones
de Estados Unidos. Dicho esto, parece claro que el siglo XXI de momento nos
trae unas dosis de inquietud y zozobra que no esperábamos, abrimos las puertas
a un camino que parece repleto de acechanzas y peligros; la ilusión de lograr
una paz universal con la superación del hambre y el desarrollo del Tercer Mundo
es un mero espejismo. Estamos abocados a una era de miedo por causa de los
desequilibrios económicos, el enquistamiento de viejos conflictos y el terrorismo yihadista, y hemos de
acostumbrarnos al miedo de la misma forma que durante décadas ETA sembraba las
calles de muertos, por suerte las armas han sido relegadas al arcón del olvido
aunque todavía no se haya firmado el desarme oficial. Raro era el mes en que
los viejos teletipos del periódico dejaban de vomitar noticias sobre los
atentados de la banda, incluso hubo etarras desplazados a las cárceles de
Canarias.
Y ahora que somos una potencia turística
de primer nivel, ojalá los dioses nos protejan de acciones que podrían
comprometer la estabilidad de la que aquí disfrutamos mientras nuestros
competidores naturales, desde Turquía a Egipto y Túnez, tienen muy difícil
levantar cabeza. Al contrario: por allí se multiplican no solo las amenazas
sino también los atentados, las bombas asesinas, los niños suicidas que hacen
estallar la muerte en los mercados; pero todo eso también se ha introducido en
Europa y de qué manera. El terrorismo se alimenta de viejos conflictos no
resueltos por las instancias internacionales, guerras y saqueos tan
devastadores como los de Siria que incluyen el exterminio de cientos de miles
de inocentes, el asunto de Palestina, Afganistán, Irak, la injusticia histórica
en el Sahara Occidental, litigios que la política se muestra incapaz de
resolver. Y el poco fruto de la Primavera Árabe, que complicó las cosas en el
norte de África.
Aunque sabios como Donald Trump se empeñan
en negar los efectos y la misma existencia del cambio climático, los expertos
señalan que la ruina del medio ambiente se acelera, comprometiendo el futuro de
la mayoría de especies vivas, la fauna, la flora e incluso la propia humanidad.
A pesar de la complejidad del universo, todos podemos hacernos una idea de que
ni el sol ni los planetas son eternos, y probablemente hubo lugares como Marte
donde existió agua y tal vez alguna forma de vida antes de volverse
inhabitables. La cuestión que se plantea es adivinar si a los terrícolas nos va
a pasar lo mismo, empeñados como estamos en seguir calentando el planeta. Si
persiste el ritmo actual de natalidad, cada año habrá casi 150 millones más de
personas, que se incrementan sobre todo en Asia, India, China, etcétera. Los
demógrafos creen que llegará a producirse un colapso poblacional, porque las
grandes potencias no están interesadas en paliar la miseria en los países
pobres, sino en incrementar la disuasión nuclear, ya lo ha advertido el señor
Trump. Si la pérdida de agua helada en los polos se acrecienta, si el mar acaba
subiendo el nivel tal como han pronosticado muchos científicos, está claro que
dentro de cincuenta o cien años las condiciones de vida no van a ser las mismas
que ahora disfrutamos. También constatan los expertos que en la vida de nuestro
planeta ha habido varios cambios climáticos y las especies han mutado muchas
veces, algunas han desaparecido y han surgido otras nuevas. ¿Quién podría
imaginar hoy a los dinosaurios como dueños y señores del territorio, sin asomo
de los humanos? ¿Y las criaturas monstruosas que poblaban los mares, y los
depredadores de gran tamaño, y los tupidos bosques de entonces, y aquella
gigantesca zona tropical que hoy se ha transformado en el desierto del Sáhara? Ha
habido glaciaciones, edades del hielo, edades de calor, desplazamiento de los
continentes, subida del mar o retirada de las aguas en según qué regiones,
maremotos, terremotos, volcanes y otros accidentes de grandes proporciones que
han ido cambiando la faz de la Tierra durante millones de años.
Parece que las matemáticas señalan la
desaparición de la especie humana si no se toman cartas en el asunto. Pudiera
pensarse que el final está todavía muy lejos, y que el margen es
suficientemente ancho como para no empezar a preocuparse todavía. Pero hay
investigaciones que acortan los tiempos de manera preocupante. Así el cosmólogo
escocés Fergus Simpson señala que es probable que a los humanos les queden solo
unos 700 años de presencia en el universo. Se trata de una proyección
matemática que ha elaborado en base a distintos parámetros, pero lo cierto es
que –aunque las predicciones apocalípticas tipo el juicio final no tienen mayor
credibilidad– origina un cierto respeto y preocupación. Venimos a este mundo
con los días contados, pero nuestra obligación moral es preservar este
maravilloso planeta para nuestros descendientes, y eso está ahora mismo en
riesgo. Llegará el tiempo en que habrá que colonizar otros planetas, pero por
ahora no parece muy apetecible la idea de irse a Marte para vivir dentro de una
gigantesca burbuja con oxígeno y agua.
Por fortuna, hay datos positivos en el
aire. Así, termina el año con una plusmarca turística en las islas, de tal
manera que incluso lugares menos favorecidos por la corriente como La Palma, El Hierro y La Gomera
registran cifras espectaculares, cierto es que partían de unos volúmenes de
visitantes casi irrisorios. Da gusto ver que en aquel aeropuerto se registra
cierta actividad, con vuelos procedentes de lugares tan distantes como
Islandia. Es de esperar que allí se atenúen los frenos existentes para que se
construya más oferta hotelera, y de este modo se pueda enhebrar un futuro en
base no solo a la platanera sino también al maná turístico, la única industria
de que disponemos en esta tierra. Sol, playas, precios baratos, senderismo y
algo de oferta cultural identitaria tampoco estaría mal para lograr fidelizar
un porcentaje turístico interesante, pues está claro que hay que participar en
el trocito de tarta que corresponde.
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