viernes, 4 de septiembre de 2015

Cibercafé


-¿A las diez?
-Vale.

En hora punta el aire se vicia, el tufo es impresionante tal si nadie se duchara en meses, ni hay baños termales ni hay playa, ni los van a traer. En invierno un nevero y en julio cocedero de mariscos. Para más fastidio, pocos respetan la prohibición de fumar. Los jóvenes no paran de lanzar sus risas y hacer de las suyas; ellas enseñando el ombligo y ellos vendiendo alegría.

No sé de dónde acuden tantas multitudes de abejorros.
En la salida del metro los chicos buscan el nuevo local y se lanzan en trampolín como si tuvieran que devorarse a sí mismos, bucean en los enigmas y rastrean sus intestinos, consiguen atrapar el rastro de una neurona y tal vez se sorprendan de que todavía exista una brizna de pensamiento suelto por ahí. Juegos y carreras, pero sobre todo mandan y reciben correos, chatean con una amiga de Suráfrica, utilizan estrategias de comunicación y se sienten seguros.

Aquella tarde estaba tan aburrido que entré en un portal cachondo y quedé conmigo mismo para las once y diez. Para ir de marcha a Chueca, me dije. ¿De copas en cualquier bar de gays? No olvides que la bilirrubina te sigue subiendo, me dijo mi otro yo. Y las transaminasas, añadí por lo bajo. De septiembre no pasa que empiece el régimen: mucha fibra, cantidad de verdura y pescado a la plancha. Nada de fritos, ni de grasas. De beber, tan solo agua, o si acaso cerveza sin alcohol. Pan integral y café descafeinado; tenis en primavera, pádel en verano, carreritas en otoño y piscina climatizada en invierno. Sesión doble de gimnasio, fuera tabaco y ni un minuto de siesta. El whisky, ni hablar. Los cubatas, para recordarlos. Menudo tormento en una ciudad repleta de bares de copas, ello me empieza a originar sentimientos negativos. Un amigo se aplica a la alquimia sexual, reniega de perder miles de proteínas en cada eyaculación, prefiere conservar su energía interior.
Con desasosiego busqué un club alterne recién inaugurado. A punto estuve de abdicar en esa última noche del mes de vacaciones, cuando ya venían en el tren la mujer y los niños desde la costa –y de nuevo me condenaba a maldormir pues ni siquiera hay aire fresco en casa– contemplé la salvación. Tropecé coches de la policía, y esa cinta de prohibido pasar, pero no le di importancia. Poco antes hubo un tiroteo entre colombianos por el negocio de la coca. Dos muertos, comentaban por la radio; Fuera inmigrantes, Fuera basura dicen los graffitis.

Allí estaba el local, con sus luces centelleantes y su oferta de conexión ADSL. Crucé el espejo, y cuando encendí la pantalla ultraplana la muy puñetera me guiñó el ojo. Por fin, había encontrado la pareja perfecta

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