Hoy,
aunque es otoño y se cernía una lluvia fina sobre los pueblos, las ciudades y
los campos, yo me imaginé que estábamos
ya en primavera y veía las islas desde un prisma donde deslumbraba el cromático espectáculo de las flores y un
aroma especial. No se me había reblandecido el cerebro.
Como
una película rápida, desfilaron ante mí Maxorata o Herbania, Lanzarote o
Titreroigatra, Tamarán o Gran Canaria, Achinerfe o Tenerife, Benahoare o La Palma,
La Gomera, la Ghomára rechoncha bereber y, por fin El Hierro bimbache, o Eceró.
Pero en el horizonte me aparece, como un fantasma, la misteriosa San Borondón,
un mito, una leyenda o invención mental que se hace realidad entre la niebla y
nos inyecta una especie de energía vital ...
Y
al lado de todas ellas, surgen como retoños marinos, como acólitos de las islas
mayores, La Graciosa, Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este o del Infierno,
Roque del Oeste y abajo, entre Lanzarote y Fuerteventura, la entrañable islita
de Lobos, ya sin focas monje que retratar. No sé si alguien podrá lo mismo,
pero tengo el gusto de haber circunvalado estos islote y de caminar por tres de
ellos: Lobos, La Graciosa y Alegranza.
Estamos
aislados, condenados (o al vez no) a vivir rodeados de agua, aunque sea salada.
Islas de contrastes, donde se va del amor al odio, de la belleza a la fealdad,
de la pobreza a la codicia y suntuosidad. No hay nada perfecto en esta planeta
¿A quién le debo el honor de haber nacido aquí, de soñar con felicidad, como yo
lo he hecho, sobre estos mullidos tesoros que brotan como perlas del profundo
Atlántico?
En
cada isla hay un hito, algo bueno para amar, para admirar, para tener recuerdos
eternos. Orchilla, el hipotético
Meridiano, el garoé, los islotes del Salmor, en El Hierro. El Garajonay, Los
Órganos, el Roque de Agando, la Torre
del Conde, en la Gomera. La Caldera de Taburiente, el Roque de los Muchachos,
el Teneguía y otros volcanes dormidos en la Isla Bonita, en la isla verde de La
Palma. El Teide gigante, el Valle de la Orotava, el barranco del Infierno, Anaga, en Tenerife; el Roque
Nublo, Las Dunas de Maspalomas, Las Canteras, Los Tilos, en Gran Canaria.
Jandía, Tindaya, Corralejo, Valle de Santa Inés, en Fuerteventura. Timafaya,
Los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes, en Lanzarote y mis disculpas a
otros renombrados lugares de estas islas,
por no mencionarlas, porque harían
muy largo el relato.
Hay
por ahí, pululando, evidentes joyas en estas variadas islas. Frondosas, a
veces; ardientes, otras; desiertas, áridas, ávidas de agua, plenas de vida y
“de belleza sin par”, como dice la canción, que deben descubrir quienes vienen
de fuera, los que buscan sol y buen clima, para que sepan que existen otras
opciones que vale la pena conocer. Sería imperdonable que los que han nacido
aquí no lo sepan, ni lo valoren.
Islas
con una flora autóctona, original, que provienen de una pasado lejano. Islas de
hermoso pájaros canoros, de lagartos gigantes y milenarios. Islas, arropadas
por alisios, por unas nubes amistosas, que nos regalan un clima apacible. Islas
que parieron emprendedores, aventureros, emigrantes, forjadores de pueblos,
ciudades y empresas al otro lado del océano. Islas bravas, islas estériles,
islas exuberantes que necesitan una mano, una caricia, para exaltar sus
maravillas, para hacer felices a quienes tienen la suerte de vivir en ellas, o
de visitarlas.
Espero
que no haya nacido el ser, o los seres, que quieren marchitar estas flores
surgidas de la mar, o de la lava incandescente. Espero que no haya nadie capaz
de hundirlas en la miseria, en el dolor, en la frustración, en el desencanto.
Espero que no aparezca alguien para decirme que deje de soñar, que abandone las
utopías. Espero que se disipen las nubes repletas de envidia, de desidia, de
ignorancia...
No hay comentarios:
Publicar un comentario