Si Las Palmas de Gran Canaria es la patria del
consumo, a juzgar por el hecho de que proporcionalmente a su población tenemos
más centros comerciales que en el resto de España, desde el Día de Acción de
Gracias se nos ha metido por los ojos todo lo visualmente apetecible de la
Navidad. La fiebre se adelanta. Si Canarias no es la región con mayor renta, si
hay capitales con mayor recepción de turismo ¿cómo se explica la invasión de
grandes superficies sobre todo en la capital grancanaria, y en menor medida en
Santa Cruz de Tenerife, La Laguna y Telde? Toda suerte de árboles de plástico
adornados con sus luces y reclamos, ofertas sospechosas en el Viernes Negro,
verdaderos torrentes humanos que van hacia el espacio recién abierto, ese del
que todo el mundo habla sin parar. Un marasmo de coches y de gente, atraídos por
los escaparates, los últimos hallazgos de la imagen en movimiento, los reclamos
de las grandes pantallas para que la gente no pare de hacerse fotos, las
enormes explanadas sin árboles ni cajeros automáticos por aquello de las prisas
por inaugurar. En un rincón casi escondido hay ¡oh, milagro! una tiendecita que
ofrece libros y periódicos, cuando compré Patria,
de Fernando Aramburu, me regalaron un bolígrafo. Tuve que felicitar al
propietario del establecimiento, porque en otros centros comerciales ni
siquiera puedes comprar un periódico ni mucho menos un libro. A veces me
considero un alienígena fuera de los tiempos que corren.
La colonización cultural nos somete a una
globalización de los hábitos y de las conductas. Cierto que en nuestra tierra
todavía algunos centros nos dejan ver el clásico nacimiento con sus camellos,
sus Reyes Magos, sus pastores con las ovejitas, su río, sus figuras en
movimiento y el portal con el recién nacido, pero esta tendencia va a menos.
¿Quién se acuerda de lo que significa el Adviento de los católicos y el
nacimiento de Jesús? No se sabe en qué mes nació Jesús y la Navidad fue
establecida el 25 de enero por el emperador Constantino, porque en tal fecha se
celebraba la fiesta pagana del Sol Invicto. Estas preocupaciones parecen fuera
de lugar en un mundo cada vez más laico y que cada vez persigue con mayor
vehemencia la satisfacción individual. La valoración religiosa que antes tenían
estas fechas casi ha desaparecido en el cajón de los trastos inútiles. Al
abrigo de la presunta recuperación de la economía, vuelve el frenesí de las compras,
de picotear aquí y allá. Lo cierto es que estas fiestas tan tradicionales deberían
ser de unión familiar, de espíritu fraternal, de paz, reposo y renovación. Pero
en las cenas navideñas suele haber brotes de conflicto, de ajustes de cuentas,
de acumulación de agravios de los que te acuerdas cuando ya tienes unas copas
encima. El alcohol suelta la lengua y después de una buena comida y una
abundante bebida, la gente se desinhibe y dice cosas que debería callar, porque
a fin de cuentas todos los humanos cometemos errores, damos pie a agravios.
Dicen los que saben de estas cosas que en Navidad y en las vacaciones de verano
es cuando más conflictos matrimoniales se desencadenan, debe ser porque son
espacios en los que los cónyuges –que apenas se ven por el ritmo de trabajo y
la exigencia de la vida actual– han de verse y convivir mucho; entonces, no lo
soportan. Como siempre, en cuanto pasen estas fechas las guerras y el hambre en África van a continuar igual que siempre, pero en estos días conviene olvidar esos desastres. Tenemos que mirar con valentía y decisión el futuro, lo “nuevo”. Y hasta podemos soñar y, sobre todo, contribuir en la lucha por un mundo más bello y justo, en el que mujeres y hombres puedan vivir en paz, aprender a compartir progreso y trabajo en libertad. No podemos resignarnos a añorar tiempos pasados, que nada o muy poco nos pueden aportar. Tenemos que mirar con valentía y decisión el futuro, lo nuevo. Claro que, hoy más que nunca, en cada lugar la Navidad adquiere unas connotaciones particulares. Así en Barcelona los independentistas, con la señora Ana Colau de discreta maestra de ceremonias, han impuesto que el alumbrado de las calles sea mayoritariamente en color amarillo, como acto de protesta frente a la prisión de los líderes del interminable “procés”. En Madrid la alcaldesa Manuela Carmena anunció el nuevo espíritu que estas fiestas conllevan en la capital: «La Navidad es una fiesta, todos sabemos de origen religioso, pero que a su vez es también una fiesta de humanidad, de solidaridad. Por eso, desde el Ayuntamiento de Madrid queremos hacer lo posible para que todo el mundo que esté en esta ciudad, sea de donde sea, pertenezca a donde pertenezca, pueda disfrutar de su fiesta.”
Lo que está claro es que este tiempo se ha ido convirtiendo casi exclusivamente en un periodo de compras, días de euforia con estrés festivo y buenos deseos que lamentablemente caducan a poco de comenzar el mes de enero, la vuelta a la normalidad. De ser un tiempo de reflexión y elevación, estos días son del comercio navideño, fin de año y Reyes. Cultivamos con frenesí el regalo generalmente vistoso para impresionar pero que en realidad resulta poco práctico. Y al fondo los villancicos anglosajones que celebran la llegada de Santa Claus a la ciudad, el rojo y el blanco tomados de la publicidad de la bebida refrescante, los colorines de la iluminación de las calles, los paisajes nevados.
Tampoco los belenes gozan de la presencia que merecerían. Esta tradición que llegó de Italia y se hizo tan española y casi universal viene sufriendo rebajas año tras año por parte de aquellos que pretenden celebrar estas fechas -y desde luego aprovechar sus festivos- sin que apenas quede rastro del significado que tenía para las generaciones anteriores todo aquello de la Misa del Gallo, los villancicos en la iglesia, el frío y la lluvia del invierno. Y dentro de nada entraremos en 2018, que viene a suponer un libro en blanco, con sus promesas e ilusiones. La crisis económica va ocultándose poco a poco, aunque la pérdida de derechos ha sido lamentable. La vida, el don más hermoso que tenemos, no se nos agota en los objetos que podemos acumular. Los humanos valemos por lo que somos, y no por lo que tenemos. Así debería ser. De cualquier modo, alegría y felicidades para ustedes, lectores.
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