La muerte siempre pasa rozándonos la piel, tantos amigos se han ido ya que cada vez uno se siente más desamparado. El invierno es el tiempo que casi siempre la muerte prefiere para hacer caer su guadaña, para las personas que estaban débiles estos meses encapotados y con llovizna suelen ser intransigente. En estos días de frío y de barbarie se nos ha ido Osvaldo Rodríguez Pérez, el profesor chileno que se sumó a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y que dejó suficientes pruebas de su cariño y su dedicación a las letras canarias.
La enfermedad que Osvaldo padeció
suele ser cruel y expeditiva. Le descubrieron un temor maligno, y, pese a que
se lo extirparon, el proceso no se detuvo. Él se veía con ganas de salir
adelante, pensaba que podía ganar la batalla. Y siempre se confía en que
aquellas personas a las que has conocido y querido firmen algún pacto con los
dioses que les permitan estar más tiempo entre nosotros.
Conocí a Osvaldo al poco de su
llegada a la isla, disfruté de amigos comunes. Venía de una universidad
peninsular donde no quiso arraigar y buscó el sur más periférico y más cercano
a su América Latina siempre añorada. Vino a parar a una universidad naciente
que estaba conformado equipos de profesores jovencísimos que en la Facultad de
Filología se aglutinaban junto con otros más veteranos: Maximiano Trapero,
Eugenio Padorno, Yolanda Arencibia, José Antonio Samper, galdosianos y
galdosianas cultivados al amparo de don Alfonso Armas Ayala, aquel impulsor de
la Universidad Internacional desde la Casa de Colón. La ULPGC fue una demanda
ciudadana tan sentida y tan necesaria que nos entusiasmábamos con aquel clima
inaugural. La universidad fue tan deseada que, en los tiempos pletóricos de la
Unión Deportiva Las Palmas en Primera División yo siempre dije que cambiaba el
equipo amarillo, tan exitoso entonces, por una universidad completa, no solo la
Politécnica que teníamos sino una integral. Pensábamos que la Universidad es
una palanca fundamental para el crecimiento de una comunidad como la de esta
provincia oriental, esta isla de Gran Canaria que se manejaba bien en el
comercio y el turismo pero necesitaba el factor añadido de la enseñanza
superior, no solo por razones económicas sino sobre todo humanísticas, de
elevación de nivel ciudadano.
Como profesor y luego catedrático
de Literatura Hispanoamericana, tenía energía y ganas más que sobradas para
hablarnos de su conocimiento de Pablo Neruda, de los grandes autores
iberoamericanos, de los clásicos españoles, de los referentes de la narrativa
canaria, de su deseo de cercanía y de integración. De su militancia entusiasta
por las letras, de su interés por los poetas, por los ensayistas. Hizo muchas
presentaciones de libros, escribió sobre muchos autores, siempre estaba
dispuesto para un prólogo, para un artículo, para una mesa redonda delante de
sus alumnos desde aquellos tiempos pioneros cuando el Colegio Universitario se
radicaba allá por San Cristóbal. Si hace poco perdimos a otro entusiasta de
nuestro empeño, el senegalés Amadou Ndoye, ahora nos quedamos sin el hermano
fraterno de Chile que también nos ayudó sobremanera. Los dos fueron generosos,
atentos y cordiales, igual que lo ha sido el rumano-canario Dan Munteanu. Todos
ellos nacidos fuera de las islas, pero implicados a fondo en lo nuestro. Los
tres pasaron más de una velada en nuestra casa de El Zardo, en las medianías
sobre la ciudad, cenas que organizaba tan sabiamente Rosario Valcárcel.
En aquel Club Prensa Canaria que
dirigí durante un largo periodo, Osvaldo Rodríguez Pérez tuvo varias
intervenciones multitudinarias en los años 80 e incluso en los 90, sus alumnos
no le defraudaban. Se sentían implicados, acudían a la llamada, seguían sus
recomendaciones, debatían los libros que él recomendaba. Osvaldo sabía ganarlos
para la causa con ese tono próximo, amable y tranquilo que le caracterizaba.
Nunca dejó de soñar con Valdivia, su lejana tierra lluviosa de Chile. Estaba
implicado en proyectos de desarrollo común entre la ULPGC y universidades de
allá. Soñaba con estar también muy presente en su tierra natal, su fe era tan
ingenua que se veía dueño de cabezas de ganado allá en las tierras australes.
Osvaldo, marido que fue de Monina,
la bibliotecaria de la ULPGC, padre de Pilar, se ha ido definitivamente y con
él se ha ido también una parte considerable de nuestra memoria. Es lo que
siempre pasa cuando te quitan un amigo especial, que con él se marcha también tu
pasado, con él te vas tú también porque la vida es demasiado efímera y nunca
concede segundas oportunidades. Como autor de aquí nunca le agradecí lo
suficiente el cariño y la dedicación que puso sobre mi obra, las monografías en
los Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica en la Fundación
Universitaria Española, seminario Menéndez Pelayo, el artículo que colocó en
una universidad de Puerto Rico, aquel prólogo descomunal a la quinta edición de
Las espiritistas de Telde allá por 1994, sus artículos en prensa en los que
defendió más de una novela mía, su complicidad e implicación con el también
profesor Paco Quevedo, con Dan Munteanu, Jesús Páez y tanta otra buena gente de
la Facultad de Filología de la ULPGC.
Es verdad que nos veíamos poco
últimamente, a pesar de vivir en la misma isla podemos dejar de encontrar a una
persona como si esta persona se hubiese transformado en un continente lejano e
inabarcable. Pero estoy seguro que quienes fueron sus alumnos y sus compañeros
de docencia no dejarán de lamentarse por esta pérdida que deja tanto
desconsuelo. La fiera noticia de este lunes 2 de febrero, día de la Candelaria,
no nos trae luces sino sombras.
(Fotos: ULPGC y La Provincia)
(Fotos: ULPGC y La Provincia)
ResponderEliminarSombras y llantos. Las cosas de este mundo no tienen sentido. O acaso si. Por eso quiero recordar los buenos momentos. Siempre. Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com.
Una gran pérdida para todos nosotros, Luis. Puedo dar fe de que hay algo, no sé qué, que nos une a los chilenos. Ellos nos animan, nos traen su poesía y su creatividad. Lo mismo que Osvaldo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Antonio.