jueves, 19 de febrero de 2015

Caretas para usar en un año electoralísimo


Ahora que estamos en carnavales y la pre-campaña cara a las elecciones locales y autonómicas ya está en marcha, con tanta cita electoral que se avecina, nos damos cuenta de que los bailes de disfraces se están incrementando cosa fina.  Cada cual se ha procurado una buena mascarita para disimular y confundir. En realidad, la política es el arte de lo posible y para lograr los objetivos muchas veces hay que reservar las mejores jugadas, pactar contra natura, aliarse con el mismo Satanás si ello te supone alcanzar la gloria.

                Lo lógico sería que cada partido o coalición se colocara en el espacio que en teoría le corresponde y que, de este modo, los artistas invitados se presentaran cara al elector con la cara descubierta. Pero no nos vamos a engañar, jamás será de este modo. Por eso en estas islas y en todo el país va a comenzar, de hecho ya está comenzando, un gigantesco baile de máscaras y cada cual se está buscando ya la careta que oculte o disimule cara al público su verdadera identidad, sus auténticas intenciones en cuanto a los pactos postelectorales, a los arreglitos, a los acuerdos atrevidos después de que la gente pase por las urnas sin adivinar qué van a hacer con su voto. Qué duda cabe de que las encuestas tampoco lo dicen todo, de hecho no será la primera vez que fallen de manera estrepitosa. Por ejemplo, Podemos podría no ser la primera fuerza política cara a las generales, sino la segunda o acaso la tercera. Aunque, en todo caso, dará una soberana advertencia al bipartidismo de nuestros pecados durante tantas décadas de transición inconclusa.

Allá por la primavera, cuando acaben de pasar estos fríos que nos tienen a mal traer con tanta gripe y tanta neumonía, cuando se abra la gala política de los danzantes que todavía andan enmascarados, un tropezón que altere el compás de los pies, un pisotón desafortunado, un giro más amplio de lo deseado, cualquier torpeza que descomponga la figura, dejará en evidencia al simulador. Susana Díaz comparecerá tapándose el gesto, involucrada como parece en maniobras orquestales tan sutiles como acompasadas. Curioso que las damas, tanto ella como Patricia Hernández, la nueva líder regional del PSOE, hayan acordado ponerse en estado de buena esperanza en fechas tan inoportunas que interfieren con las próximas convocatorias electorales. No sabemos todavía si Patricia acabará ganando el pulso a tanto grupúsculo que no acaba de aceptarla, y lo mismo podría decirse de la andaluza pues nadie sabe si quiere mantenerse donde está o emboscarse en la sombra y asaltar después la diligencia de Pedro Sánchez. Jaleada por los suyos, que son muchos más de los que a simple vista se ven, practica la carambola a tres bandas. Puede ser que ganemos las andaluzas pues soy una chica lista. Acaso mi partido pierde las elecciones locales y regionales, y entonces, reclamada por la militancia, ocupo por aclamación la secretaría general y seré la próxima candidata a primera ministra en la corte de Felipe VI. Recuperada la hegemonía de las izquierdas, me enfrento al PP y me busco la vida para afincarme en La Moncloa. O pacto con Podemos, ya que con Izquierda Unida no lo tengo tan bien.

Ya puestos, unos y otros ensayan los pasos de danza y los movimientos que precisarán para singularizarse en la coreografía general. En la intimidad de la alcoba cualquier cabriola es posible, incluso aquella que se intenta con una pareja aún invisible. Frente al espejo cuadran todas las posturas aprendidas y el cuerpo flota sobre la tarima como si no pesara. Todo es posible entre las cuatro paredes del improvisado estudio donde se entrenan los bailarines, pero nada será igual cuando comience el sarao.

El señor Sánchez debería buscarse un disfraz de Supermán, para que pueda sobrepasar tanta zancadilla que se le viene encima. Y aparecerá repentinamente Pablo Iglesias, convertido en el figurón de la fiesta, camuflado en su mascarilla cuya expresión une la risa y el llanto. Cuando mire con el ojo izquierdo a los indignados enseñará el relieve revolucionario y cuando gire la cabeza mostrará a la multitud el lado reformista del maquillaje. En realidad, a Iglesias le gustaría disfrazarse de Felipe González con su pana de chico progre y repetir la estrategia que le llevó a la presidencia del gobierno.

En cuanto a don Mariano Rajoy lo tiene más difícil, cargado como va con las consecuencias de la depresión social. Requerido por Aznar, no tendrá otro remedio que bailar en el espacio más centrado de la sala y repetir las seducciones de antaño. Aupado sobre la presunta recuperación económica, pedirá a los músicos que toquen para él alguna marcha triunfal, pero sobre su sombra brincará un arlequín juguetón, que no solo tocará en cada salto la campanilla de la contabilidad opaca que ideó para el PP sino que también exhibirá el descontento de las clases medias, machacadas una y otra vez. Y no digamos de la gente de a pie, que nunca se creyó lo de la recuperación económica.

Y en la cosa de por aquí, el señor Clavijo tampoco las tiene todas consigo si el poder judicial no se da cierta prisa para aclarar las imputaciones previstas y las que pudieran caer. Y el señor Mas abriendo 50 embajadas para demostrar el poderío independentista, que ya veremos si se mantiene con la misma enjundia tras su convocatoria electoral del 27-S Así las cosas, este baile de máscaras es bastante confuso, y tras él es posible que todo esté más liado todavía.
 
(Publicado en www.laprovinca.es - Opinión)

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