Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz. Desde San Sebastián, Euskadi.
Construir un relato no es tarea fácil. Escribir es algo más que utilizar los dedos de tu mano en el teclado del ordenador. Hasta que no te pones a ello, no eres consciente del gran abismo que hay entre lo que tienes en la mente y lo que has plasmado en la hoja. Ese paso es el primer obstáculo al que te debes enfrentar. Luego llegará la buena utilización del lenguaje, la claridad de ideas, la necesidad de transmitir un mensaje, condición que todo relato ha de de poseer. Pero no te desanimes. Todo lo contrario. Lo fundamental es que tengas seguridad en ti mismo y que seas consciente de que cuanto más leas y escribas, mejor. La práctica constante te ayudará.
Quizá tú eras de los que creías que escribir sólo está al alcance de unos pocos iluminados que han sido tocados por la gracia del talento. Pero un buen día te armaste de valor y te sentaste frente a la pantalla con una idea muy clara incrustada en tu mente: “Tengo algo que decir… y lo voy a decir”. Entonces te diste cuenta de tu yerro ─si fuiste capaz de superar el tormento del comienzo─, descubriste que, con algo de esfuerzo, el parnaso no es un club cerrado de privilegiados, sino a asequible a quien lo persigue… y te sentiste reconfortado.
Porque, como dice Enrique Vila Matas. “Escribir vale la pena, no conozco nada más atractivo que la actividad de escribir, aunque al mismo tiempo haya que pagar cierto tributo por ese placer”. Entrarás así en el ámbito privilegiado de los que se han percatado del poder mágico que ofrece la literatura para crear un mundo a tu medida, para exponer a través de los personajes tus opiniones y tu manera de entender la sociedad en que vives.
Escribir la historia tal cual te viene o tal cual la tienes planeada en tu mente. Una vez escrita, déjala reposar y a los días léela buscando una cierta distancia, es decir, pensando: ¿qué pone aquí? ¿qué es esto que estoy leyendo? Esta distancia te hará colocarte en el lugar del lector.
Contar lo justo. No es bueno querer contar todo. Evita insertar todas las ideas que tienes en la mente, no quieras meter todas en la misma historia. Ahora puede ser el momento de tachar, eliminar lo sobrante, lo que está de más, lo que no aporta, lo que se repite.
Escribir de forma literaria. Es importante no olvidar que hacer literatura es, por encima de todo, imaginar. Porque si uno opta por contar sus historias, por decir lo que piensa y no piensa, por filosofar e intentar convencer a los otros, entonces se convierte en ensayista sin querer, y lo malo es hacerlo sin querer.
Sugerir. Trata de no mencionar los sentimientos, que sean los propios personajes quienes los demuestren y que sea el lector el que deduzca su estado de ánimo.
2.- Lo que no debe faltar
Claridad. Tienes que comprobar que la historia se entiende, que se sigue sin problema. Que haya claridad en lo que se cuenta y que se cuenta lo imprescindible.
Sencillez. Empieza por la sencillez en la trama y en el lenguaje. Luego irás complicando ambas cuando adquieras mayor destreza. Excluye lo barroco, lo abstracto… porque puedes cansar al lector.
Originalidad. Es el sueño de todo escritor. A veces está más cerca de lo que piensas. Todo está escrito, sí. Todos los temas están tratados, sí. Pero la originalidad puede venir de lo que cuentas dándole, por ejemplo, un punto de vista distinto. También se puede ser original en la forma de contar. “La originalidad de un autor no reside tan sólo en su estilo sino en su manera de pensar y en sus convicciones” (Anton Chejov).
Verosimilitud. Como tú también sabes, cualquier asunto es susceptible de ser tomado como tema central de nuestro relato y será la manera de moldearlo, la forma de tratar ese contenido esencial, lo que podrá despertar y mantener en el lector algún efecto. Procura que tus palabras parezcan una gran verdad, que lo sean, realmente, a los ojos del lector.
3.- A tener en cuenta:
Perspectiva narrativa. Adecúa lo que cuentas a quién lo cuenta. Echa mano de las diferentes posibilidades que te ofrece la técnica narrativa: externos a la historia o que formen parte de ella.
Tiempo. Objetivo (si es vital para la trama, sírvete de todas las posibilidades que te brinda el calendario, las referencias meteorológicas…) o subjetivo (a través de paradas de tiempo, flash backs…)
Personajes. No metas personajes por meter, dales un papel, el lector debe ver la necesidad, el hueco, que ocupan en la historia. Además, trata de no demorar la presentación al personaje principal; facilítale el camino al lector que busca identificarse con él. “En los cuentos, no son lo principal el mundo exterior, ni la narración interesante de vicisitudes históricas, sociales, sino el hombre interior, su pensamiento, su sentir, su voluntad” (Leopoldo Alas “Clarín”).
Diálogos. Intenta que un diálogo no se convierta en un monólogo; que el primer personaje que tome la palabra no la suelte y acabe hablando él solo. Sírvete del estilo indirecto cuando lo que dicen los personajes no tiene mayor relevancia y, por lo tanto, se puede resumir.
4.- Y también
Ajustar. Ten en cuenta que muchas veces cada trama tiene una forma determinada para ser escrita. Búscala, no te quedes con lo primero que te venga, hazla encajar.
Repeticiones. En esto hay una máxima: no importa repetir si se repite lo importante. Y siempre teniendo en cuenta que esa repetición aporte algo nuevo.
Un todo. Es primordial que siempre tengas presente que la historia es un todo; un conjunto en el que nada tiene que faltar ni nada tiene que sobrar.
Déjate aconsejar. Permite que los demás lean tu escrito y bríndales la oportunidad de que te ayuden a mejorarlo. Invítales a que te comuniquen su verdadero parecer; escucha lo que te sugieren y ponlo en práctica, siempre y cuando sean personas bregadas en el tema.
(Imágenes de Cervantes y Shakespeare)
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