No debemos
embelesarnos en la contemplación del pasado, pero sí conviene recordar el
espíritu del siglo XIX, con el empuje de la generación del periódico El Time (1863), con la fundación de la
Sociedad La Cosmológica, con la siembra de las logias masónicas que tanto se
comunicaron con el exterior, con la labor patriótica de los intelectuales,
empeñados en defender sus montes, promover su agricultura, luchar por la mejora
de las comunicaciones. En la isla se notó el empuje de escritores marcados por
el romanticismo, pues ellos fueron los que construyeron arquetipos vinculados
al paisaje. No en vano escribieron las leyendas populares, en las que se
conecta con la atmósfera mágica, prodigiosa y sobrenatural, con amores
desventurados y muertes heroicas. Tanausú y el síndrome del colonizado todavía
laten sobre nuestro subconsciente colectivo.
El
Romanticismo fue un movimiento artístico que predominó en Europa hacia 1825,
con el culto a la libertad, la rebeldía frente a las normas, el predominio del
sentimiento ante la razón. Ruptura con las reglas, construcción de un mundo
ideal, valoración del color local, lo misterioso y legendario, la expresión
apasionada. Hacia 1835 se difunden en Canarias las poesías de José Zorrilla.
Nuestro temperamento, de pueblo introvertido, casi inhibido, acepta con
entusiasmo esta explosión de libertad angustiada. Aparece una escuela
regionalista, que trabaja los temas históricos y exalta el paisaje insular. El
Romanticismo aquí registra la exaltación del pasado guanche, apoyándose en
Cairasco, Viana y los otros cronistas de la conquista. También impulsa la
mitología del aborigen como buen salvaje, los héroes de la resistencia frente
al castellano son magnificados. Y, como consecuencia, brota un sentimiento
regionalista. Una especie de nacionalismo anticipado vive en Nicolás Estévanez,
Martínez de Escobar, Antonio Zerolo y Antonio Rodríguez López, el creador de la
mayoría de las leyendas palmeras.
Aunque no
podamos vivir de la melancolía, la isla tuvo un puerto con privilegios de
comercio con Flandes y América, aquí se construyeron los veleros más rápidos
para la ruta del Caribe y nuestros abuelos fueron y vinieron de Cuba trayendo
consigo la idea de la naturaleza, de la patria, de la historia. En la historia
literaria de las islas son nombres fundamentales los palmeros Pedro Alvarez de
Lugo y Juan Bautista Poggio, del siglo XVII, y con ellos llegamos a la
generación de Méndez Cabezola y Rodríguez López, que mezclan el impulso
reformador de la Ilustración con el entusiasmo por la patria chica, tal como
preconizaba el Romanticismo. La masonería trazó puentes con las logias americanas,
Cuba, Puerto Rico, Estados Unidos. El contacto de los intelectuales fue
frecuente con las universidades allí asentadas, desde Filadelfia a Santo
Domingo, Caracas y La Habana. La isla padece una curiosa esquizofrenia: es un
espacio pequeño de orografía potente, con fuerte dosis de caciquismo y,
paradójicamente, de pensamiento avanzado.
Un ejemplo del
sentimiento masónico y progresista fue la poeta Leocricia Pestana, una avanzada
de su tiempo. La Escuela Lírica de La Palma se caracterizó por la mirada
interior, el sentimiento romántico, la exaltación de la naturaleza, las
leyendas, la recuperación de la historia -Francisca de Gazmira, denunciadora de
los abusos del Adelantado, y Tanausú, quien llega a ser exponente del
subconsciente colectivo-, el cultivo de las raíces. Una poesía clasicista, que
bebe en el modernismo, en la sonoridad atlántica, en la declamación, y que tuvo
focos en la capital y en el Valle de Aridane: Pedro Hernández, Antonio Pino,
etc. Y un ejemplo del contacto americano fue el poeta Félix Duarte (Breña Baja,
1895-1990) quien emigró muy joven a Venezuela y Cuba. A su regreso se arraigó
en Taburiente y Tanausú, los mitos centrales de la isla. Su trabajo literario
fue constante y tenaz, en el surco de una lírica en la que hubo personajes de
la altura de Rodríguez López, el Zorrilla palmero; de Domingo Acosta Guión,
Caridad Salazar y otros poetas.
Félix Duarte
se ubicó entre el impulso bucólico de un Berceo y el mensaje modernista de
Rubén Darío, entre la estela del mar que abrió Tomás Morales y la redacción de
El Guanche que dirigía en La Habana nuestro paisano Luis Felipe Gómez
Wangüemert: una vez más constatamos la brillante conexión con los apellidos
originados en Flandes. Una poesía la de
Duarte que estaba a caballo entre lo religioso y lo profano, entre lo maternal
y lo festivo, clásica en el apego a las fuentes y exaltada en el sentimiento,
así como en el elogio a las virtudes del palmero: el instinto de defender su
patrimonio histórico y su naturaleza, la defensa del territorio, con la
apertura mental hacia el mundo y el cuidado formal de quien se sabía poeta de
oficio. Luis Cobiella, la figura intelectual más prestigiosa de las últimas
décadas, registra el mismo ejemplo: fidelidad a los ancestros y espíritu
cosmopolita, recuperación de las raíces barrocas y cultivo de un estilo digamos
esteticista y aristocrático de la práctica cultural.
A pesar del
fuerte caciquismo, del ruralismo, el poder del clero y la pobreza endémica, la
isla recogió las ideas de la Ilustración y mantuvo su apogeo portuario hasta
que los barcos a vapor desplazaron a los veleros, y los puertos de Gran Canaria
y Tenerife afianzaron su supremacía. Pero, a pesar de tantas circunstancias en
contra, hubo una importante tradición liberal-republicana. El Time, voz guanche
y no anglosajona como podría parecer, fue el primer periódico de los 123 que
existieron en la isla entre 1863 y 1948, lo cual supuso que La Palma fuera la
isla con mayor densidad periodística del archipiélago.
El Time fue una de las cumbres del
periodismo palmero, junto con Acción
Social, conservador, Espartaco,
obrero, y Diario de Avisos, que nació
como órgano independiente. El Time luchó
por la salvaguarda de los bosques, la mejora de las comunicaciones, la
enseñanza, el aprovechamiento de las aguas, la agricultura y la ganadería.
Cierto que hubo otros periódicos notables: liberales, conservadores, satíricos,
literarios, obreros, anarquistas, católicos, económicos y progresistas con
tendencias republicanas. La francmasonería se instituye en Santa Cruz de La
Palma en 1875 y tuvo notable influencia en la vida ciudadana y el periodismo.
Las tres logias existentes congregaron a unos 200 miembros que conformaron un
tejido social. A ellas estuvieron adscritos profesionales liberales,
propietarios agrícolas y hombres de la cultura. Dos redactores de El Time fueron masones y otras 17
publicaciones palmeras –entre 1866 y 1919- tuvieron directores masones, entre
ellas el Diario de Avisos. El inicio
de la guerra civil supone la desarticulación de este movimiento social, y la
requisa de la imprenta que había sido comprada en Londres, finalmente
convertida en chatarra por los vencedores de la contienda.
En nuestro
libro El Time y la prensa canaria en el
siglo XIX. Masonería y liberalismo en La Palma, publicado por primera vez en 1990 y reeditado por Ediciones
Idea, hemos tratado de aportar algunas notas al respecto. La Palma merece una revitalización
a través de la actuación conjunta de las autoridades culturales, burguesía, intelectuales,
creadores de los diversos campos, escritores y artistas para tratar de
recuperar el lugar perdido en el concierto del archipiélago.
APRENDEMOS MUCHO DE USTED, AMIGO LUIS.
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