martes, 9 de diciembre de 2014

Seferis (Premio Nobel 1963): elogio de las islas

Este poeta griego, Premio Nobel en 1963, fue también diplomático. Es un poeta del mar
que reivindica el pasado glorioso de su país y recoge la llama de La Odisea de Homero, para poner en primer plano el paisaje de su tierra, la fuerza del Mar Egeo. Una corriente vital luminosa y simbólica. Encuentra el hilo conductor de la entidad helénica en el mito y en la tradición, en el equilibrio entre la razón y la emoción, la armonía entre el ser humano y su entorno, las voces detenidas entre las piedras, el fantasma de los dioses y de los héroes. No llega a abrazar el surrealismo, como hacen otros poetas de su época, crea una abertura en la poesía del dolor, surgida de la destrucción de su país, el pasado que marcó el comienzo de la cultura occidental. También su poesía es un elogio de las islas, su mínimo espacio enriquecedor.

VIII

¿Pero qué buscan nuestras almas viajando
sobre las cubiertas de atiborrados barcos
apretujadas contra mujeres amarillas y niños que lloran
sin poder olvidarse ni con las golondrinas de mar
ni con las estrellas que declaran en los bordes los mástiles.
Gastadas por los dioses del gramófono
involuntariamente atadas con postraciones inexistentes
murmurando pensamientos quebrados de lenguas extranjeras?

Pero ¿qué buscan nuestras almas viajando
sobre podridos maderos marinos
de puerto en puerto?

Trasladando ajadas piedras, respirando
el frescor del pino cada día con más dificultad,
nadando en las aguas de este mar
y de ese mar,
sin tacto
sin hombres
dentro de una patria que ya no es nuestra
ni vuestra.

Sabíamos que eran bellas las islas
por aquí alrededor donde tocamos
un poco más abajo o un poco más alto
un mínimo espacio.

X

Nuestras tierras son cerradas, todo cerros
que tiene por techo el bajo cielo noche y día.
No tenemos ríos, no tenemos pozos, no tenemos fuentes
sólo unas pocas cisternas, también vacías, que resuenan y adoramos.
Un sonido vacío detenido, igual a nuestra soledad
igual a nuestro amor, igual a nuestros cuerpos.
Nos parece extraño que hayamos podido construir
alguna vez
las casas, las cabañas y los corrales nuestros.
Y nuestras bodas, las frescas coronas y los dedos
se hacen enigmas insondables para nuestra alma.
¿Cómo nacieron, se hicieron fuertes nuestros hijos?

Nuestras tierras son cerradas. Las encierran
las dos negras Sinmplegadas. En los puertos
el domingo cuando bajamos a respirar
vemos iluminarse en el crepúsculo
maderos quebrados de viajes que no terminaron
cuerpos que ya no saben cómo amar.

BOTELLA EN EL PONTO

Tres rocas unos pocos pinos quemados y una ermita
y más arriba
el mismo paisaje copiado recomienza;
tres rocas en forma de portal, oxidadas
unos pocos pinos quemados, negros y amarillos
y una casita cuadrada enterrada en la cal;
y hacia arriba muchas veces todavía
el mismo paisaje recomienza escalonado
hasta el horizonte hasta el cielo que reina.

Recalamos la nave aquí para remendar los remos quebrados
beber agua y dormir.
La mar que nos amargaba es profunda e insondable
y extiende una calma infinita.
Entre los guijos, aquí, encontramos una moneda
y la jugamos a los dados.
La ganó el más pequeño y se perdió.

Volvimos a embarcarnos con nuestros remos quebrados.

A LA MANERA DE G. S.

Donde quiera que viaje, la Hélade me hiere.

En Pelión, entre los castaños la camisa del centauro
se deslizaba entre las hojas para envolver mi cuerpo
a medida que ascendía la pendiente y me seguía el mar
subiendo también como el azogue de un termómetro
hasta encontrar las aguas del monte.
En Santorini tocando las islas que se hundían
oyendo sonar la flauta cerca de la piedra pómez
me clavó la mano a la borda
una saeta arrojada de repente
desde los confines de una juventud crepusculada.
En Micenas levanté las grandes piedras y los tesoros de los átridas
y me tendí con ellas en el hotel de la Hermosa Helena de Melenao;
sólo al alba se perdieron, cuando habló Casandra
con un gallo colgado de su negro cuello.
En Spetses, en Poros y en ´Míconos
se apestaron las barcarolas.

¿Qué quieren todos esos que dicen
que se encuentran en Atenas o el Pireo?
Uno viene desde Salamina y pregunta al otro si acaso
viene de Omonia.
"No, vengo de la plaza Sindagma" responde y está contento
"encontré a Juan y me invitó a un helado".
Entretanto Grecia viaja
no sabemos nbada, no sabemos que nosotros todos
   estamos desembarcados
la amargura del puerto no sabemos cuando viajan todos
   los navíos;
nos reímos de aquellos que la sienten.

Gente extraña la que dice que se encuentra en el Ática
   y no está en ninguna parte;
compran atuendos para casarse
llevan bisoñés y se hacen tomar fotografías
el hombre que vi hoy día sentado sobre un fondo con
   pichones y con flores
dejaba que la mano del viejo fotógrafo le arreglase las
   arrugas
que habían dejado en su rostro
todos los pájaros del cielo.

Entretanto Grecia viaja, viaja siempre más
y si vemos florecer los muertos en el mar Egeo
son aquellos que se hastiaron de esperar los barcos que
   moverse no pueden,
el Elsa, el Samotracia, el Ambracico.
Silban los navíos ahora que anochece en El Pireo
silban, siempre silban pero no se mueve ni un obrero
ni una cadena mojada brilló a la última luz que se
   esconde
permanece el capitán petrificado en la blancura y los dorados.

Donde quiera que viaje, la Hélade me hiere;
cortinas montañosas, archipiélagos, granitos desnudos...
El barco que navega se llama AG ONIA 1937.
                                                          
                                                          A/G Aulís, esperando que zarpe. Verano 1936

(Poemas tomados de Georges Seferis. Antología poética. Visor/Unesco1989)

No hay comentarios:

Publicar un comentario