domingo, 6 de julio de 2014

Millones de chinos sobre nosotros


La casi ya primera potencia económica y militar del mundo se expande, y ahora que pueden tener dos hijos sus habitantes se multiplicarán con mayor alegría. Durante más de 20 años, nos ha mandado productos de poca calidad y bajo precio, sobre los que ha cimentado un fuerte crecimiento económico. Pero ahora coloniza África, Asia y América Latina, se permite regalar estadios de fútbol en lugares en los que construye trenes, autopistas, aeropuertos, hospitales. China es voraz, necesita materias primas y se niega a reducir la contaminación mundial puesto que tiene el mismo derecho que cualquiera a desarrollarse plenamente, y para ello necesita quemar petróleo. La globalización le ha venido bien al gigante asiático, que ya es líder económico planetario. En 2013, las empresas chinas invirtieron un total de 73.000 millones de dólares en el exterior, un aumento del 17% respecto al año anterior y multiplica por 36 veces lo que invertía hace 10 años. Se ha convertido así en el tercer país emisor de inversión extranjera directa, solo por detrás de Estados Unidos y de Japón. China condiciona nuestras vidas, pues es la principal culpable de que se derogue el principio de la justicia universal. China compra nuestra deuda, invierte y nos manda inmigrantes, y no permite que se violen sus intereses aireando las violaciones de derechos en el Tibet. No solo los partidos de la oposición han alzado la voz contra la liquidación de la justicia universal por parte del PP. Los fiscales de la Audiencia Nacional se han quejado también a la Fiscalía General del Estado de esta reforma que crearía "espacios de impunidad" para perseguir "graves delitos" contra los derechos humanos, terrorismo, drogas o piratería.

China acoge un número descomunal de súbditos, pueden ser 1.300 millones aunque, dado que los censos no son exactos, tal vez sean 1.500. Son pacientes, laboriosos y astutos, por eso están comprando la deuda de la mayor parte de los países occidentales, equipos de fútbol, edificios emblemáticos. De este modo occidente cada vez será menos occidente, tributario como es de China y los jeques de los Emiratos. Con todo ello, Estados Unidos y España, por ejemplo, se sienten cada vez más comprometidos con el régimen chino y ponen especial cuidado en no incordiarlo con críticas a lo que sucede en el Tibet y a la cuestión baladí de los Derechos Humanos. El país es gigantesco y también posee vocación imperialista, por eso está colonizando países en vías de desarrollo. Y además firma acuerdos con occidentales para que su excedente de mano de obra pueda buscar acomodo más allá de tan gigantesca colmena. Entre nosotros los chinos ya no son aquella gente que montaba restaurantes, tantas veces criticados por la insuficiente higiene y la dudosa calidad de los alimentos. Aquí los jóvenes chino-canarios los ves de dependientes en comercios, los estudiando con provecho en la universidad, triunfando en la pirámide social.

En medio del medio millón de inmigrantes censados, ya es relativamente habitual contemplar a familias  vestidas con lujo y conduciendo Audis, BMWs o Mercedes, se supone que deben ser la cúpula dirigente de esta nueva organización que adquiere a toda prisa docenas de locales para instalar sus tiendas de ropas baratas y chucherías, en Madrid la zona del Rastro ya tiene varias las calles copadas al completo, igual que en Lavapiés. Los chinos son una inmigración que nadie sabe cuantificar aunque se halla en pleno crecimiento en las grandes ciudades, incluso entre nosotros es apreciable su número y a pesar de la crisis económica en la que ya andamos metidos hasta el cuello sabrán resistir las adversidades. Ya la habíamos contemplado hace décadas en Chinatown de Nueva York, donde los orientales arrinconan día a día a la Pequeña Italia que tienen enfrente en el Bajo Manhattan. Tan importante es el flujo de origen oriental que hay en Madrid una televisión local que emite para ellos. Aquí los chinos mayoritariamente vienen de Taiwan y los asociamos a los restaurantes y en la Península tienen poco éxito estos establecimientos, cuyos dueños llegan de la República Popular. Ahora se dedican al pequeño comercio, talleres de ropa, fruterías, bares, peluquerías, vender bocadillos o flores de madrugada, Sus tiendas son casi de 24 horas, esta gente tiene aspecto de ser sobria y resistente.  Fabrican más barato porque sus salarios son ínfimos, ofrecen el alcohol que los jóvenes requieren para sus botellones y son capaces de dormir en garajes, incluso han abierto negocios de la necesidad: por ejemplo proporcionar dormitorios en “camas calientes” que nunca dejan de estar ocupadas, o montar en la trastienda una colección de sillas para que los inmigrantes pasen la noche por unos pocos euros, opíparo negocio que la policía suele desmantelar, aunque resurge en otros escenarios.

Algunos se frotan las manos pensando en el aluvión de turistas e inversiones que pueden venir en cuanto se consolide todavía más su heterodoxia comunista que los hace ser campeones de la aplicación de la pena de muerte mientras dan facilidades para que se abran hamburgueserías y boutiques de Pierre Cardin. Mucha controversia se ha creado desde que el presidente de Mercadona afirmó aquello de que los bazares chinos practican la cultura del esfuerzo que nosotros ya no hacemos, solo ellos están dispuestos a trabajar catorce horas diarias los siete días de la semana. Bares, peluquerías, restaurantes, videoclubs, tiendas de fruta, pescaderías, panaderías, una cadena de tiendas de ropa, muestran la capacidad de iniciativa y el esfuerzo de esta gente. En muchos casos sus empleados viven hacinados compartiendo piso.

Para el presidente de la Federación de Empresarios de Madrid, la clave radica en que están ocupando los negocios que los españoles regentaban hace 20 años. Según la consultora Nielsen, el 60 por ciento de los nuevos negocios abiertos son regentados por ellos, son negocios que requieren inversión pequeña y que generan ingresos rápidos. La mayoría llega con poco dinero y recurre a préstamos de familiares o empresarios ya instalados, suelen ser negocios regentados por familias para poder cubrir el horario durante toda la semana. El auge ha generado mala prensa al colectivo y con cierta frecuencia se habla de la “mafia china” que estaría detrás de actividades tan lucrativas como la prostitución, la droga o el tráfico de armas. Es obvio que la inmensa mayoría de los chinos que anda entre nosotros son buenas personas, pero impacta su presencia creciente.

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