Thomas Malthus fue un clérigo anglicano
interesado por la economía y en su libro Ensayo sobre el principio de la población (1798)
propone el principio de que las poblaciones humanas crecen exponencialmente (es
decir, se duplican con cada ciclo) mientras que la producción de alimentos
crece a una razón aritmética (mediante la adición repetida de un incremento
uniforme en cada intervalo de tiempo uniforme). De este modo, mientras era
probable que la producción de alimentos aumentara en la progresión aritmética
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, etc., la población podía aumentar en la progresión
geométrica 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, etc. Este argumento del aumento
aritmético de los alimentos con un crecimiento geométrico simultáneo de la
población predecía un futuro en el que las personas no tendrían recursos para
sobrevivir. Para evitar tal catástrofe, Malthus sugirió con ahínco que se
implementaran controles en el crecimiento demográfico.
Pues bien: la economía no es una
ciencia exacta y la sociedad nunca actúa con la predeterminación de un reloj. Cierto
es que continentes como África y Asia incrementan su población de manera
continua, son países emergentes que están avanzando en sus procesos de
desarrollo, y registran unos buenos crecimientos anuales de su economía. Claro
que el exceso poblacional del planeta viene sobre todo de esas áreas asiáticas,
africanas y latinoamericanas, la población se incrementa sin cesar y a veces se
manifiestan alarmas malthusianas que de tienen como contrapeso el elevado crecimiento
de estos países: China, India, Brasil, Nigeria, etcétera. Ahora, en este siglo
XXI de adelantos tecnológicos y grandes crisis prefabricadas por el
neoliberalismo, con Alemania ganando ya la tercera guerra mundial, el problema en
el llamado Primer Mundo es justamente el contrario. Buena parte del grupo de
países desarrollados, y los de Europa más en concreto, se sostienen malamente en
una población envejecida. En España, en particular, todas las estadísticas
señalan que el número de bodas disminuye de año en año, la edad media de los
contrayentes aumenta y se sitúa entre las más altas del continente. La
natalidad sigue disminuyendo de manera drástica, con lo que dentro de un par de
décadas seremos una sociedad de ancianos, con todos los problemas de
sostenibilidad que ello podría comportar en cuanto a productividad, asistencia
sanitaria, cotizaciones sociales para mantener el sistema de pensiones,
etcétera. Según la ONU, España será en 2050 el tercer país más viejo del mundo,
por detrás de Japón y Corea. Y la tasa de nacimientos está a la cola de Europa,
solo por delante de Polonia y Portugal. De los 2,01 hijos de Irlanda y Francia por
cada mujer en edad fértil a los 1,30 de nuestro país hay una diferencia muy
notable.
Si Malthus se equivocó en su profecía
apocalíptica, es probable que este análisis de los sociólogos y los economistas
de este momento también sea fallido. Podría serlo siempre que en nuestro país
se recupere la economía y vuelvan los inmigrantes, los latinoamericanos, los
magrebíes y los de las naciones del Este podrían volver a rejuvenecer la
población haciendo sostenible el Estado de Bienestar, incrementando de nuevo
los cotizantes a la Seguridad Social. Dentro de España hay regiones que ya son
un desierto, los pueblos de buena parte del interior de la Península tienen
escuelas cerradas, parques sin pequeños, pueblos que parecen cementerios, con
solo unos pocos ancianos deambulando por las calles. Dentro de Canarias hay
islas como Fuerteventura que, dado su auge turístico, registran una gran
vitalidad poblacional pero hay otras como La Palma, El Hierro y La Gomera donde
la población está muy envejecida, se cierran escuelas, se vacían los caseríos.
Los jóvenes se marchan a estudiar y no regresan por falta de oportunidades para
integrarse en sus islas de nacimiento.
Ya sabemos que uno de los principales
problemas del envejecimiento de la población es el gasto sanitario, ya que los
mayores acarrean la mayor parte de las altas hospitalarias y sus estancias son
más largas. A los 80 años, más de la mitad de los ancianos tiene problemas para
manejarse por sí mismos. Y el problema mayor es que no hay población activa
suficiente para mantener a los pensionistas. Procurar el retorno de los jóvenes
a las áreas rurales y fomentar la emprendiduría podrían suponer aportaciones de
interés.
En los países del sur de Europa toda esta
problemática de la tercera edad en cierto modo se ve paliada por el tradicional
papel protector de la familia en los países latinos, pues la familia suele
acoger un número importante de ancianos dependientes. Junto a España, Portugal,
Italia y Grecia serán los países más envejecidos dentro de cuarenta años,
mientras que en las naciones nórdicas se supera el problema merced a las
importantes ayudas al núcleo familiar, tanto económicas como laborales:
flexibilidad en los horarios, permisos de paternidad para el padre y la madre,
etc. De cualquier modo, todo está en revisión. Porque una sociedad con pocos
niños y con muchos viejos se vuelve insostenible.
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