Generalmente el precio de la mano
de obra, las piezas estropeadas y el montaje suelen costar un poco más que
adquirir uno nuevo. Por ello normalmente el usuario suele desechar el producto
averiado y comprar uno nuevo que cree impecable y de larga durabilidad, con
frecuencia por aquello de la globalización el producto estará fabricado en
China, Indonesia, Tailandia, Hong Kong, etcétera. Y es que la globalización se
ha llevado muchas fábricas españolas y europeas a lugares donde la mano de obra
es mucho más barata. Y la obsolescencia programada justo ocurre en algunos
componentes digitales de productos de gran demanda como los ordenadores,
impresoras, discos duros, equipos de audio y vídeo, equipos de sonido, microondas,
bafles, etcétera.
El problema se basa en la gran
cantidad de residuos que se originan actualmente al realizarse este
fenómeno una y otra vez, cada día, en todo el mundo. En el planeta hay ahora
mismo más de siete mil millones de habitantes, y el número continúa creciendo:
existe un aumento poblacional de 210 000 personas por día. La generación diaria
promedio de basura «per cápita» es de 1 kg: alrededor del mundo, en tan sólo un día se generan 7.000.000.000 kg de
desechos.
Puestas así las cosas tendríamos
que hacernos una pregunta elemental: ¿Es sostenible la “obsolescencia
programada” o es un derroche de este modelo de civilización, cuyo afán de lucro
guía todos sus movimientos aunque ello suponga un consumo excesivo de materias
primas, contaminación, etcétera? La
obsolescencia programada es uno de los eufemismos empleados en economía para
ocultar numerosas prácticas que solo persiguen el beneficio de unos pocos, es
la elaboración consciente de productos de consumo que se volverán obsoletos en
el corto plazo por una falla programada o una deficiencia incorporada.
Hubo, sin embargo, un tiempo en el
que los fabricantes eran honestos y procuraban entregar al comprador el mejor
producto posible. Conocida es la anécdota de que en EEUU hay una bombilla que
lleva encendida más de 100 años. En la estación de bomberos de Livermore, Estados Unidos, cada 18 de junio se
celebra el cumpleaños de una bombilla. Y no es que los vecinos de esta
localidad de California se hayan vuelto locos, lo cierto es que se trata de una
bombilla bastante especial porque se encendió por primera vez en el año 1902 y
desde entonces sigue funcionando sin haberse apagado ni una sola vez. Algo más
de 110 años que la han hecho entrar en el libro Guinness de records. Además, este prodigio de la ingeniería del recién estrenado siglo XX ha
soportado con éxito varias mudanzas, algunos cortes de suministro, varios
terremotos (incluido el gran terremoto de San Francisco en 1906), y aun así ha
continuado encendida como si nada.
En 1901, Dennis Bernal, un
empresario pionero y su empresa eléctrica, Livermore Power and Light Co.,
instaló esta bombilla como luz nocturna en un antiguo garaje que servía tanto
de comisaría de policía como de estación de bomberos. De su lugar original
hasta el que hoy ocupa, han pasado ya 113 años, y la bombilla se ha trasladado
varias veces de instalaciones hasta situarse definitivamente en la Estación Uno
de bomberos de Livermore. La célebre bombilla se diferencia de una moderna en
que su filamento es aproximadamente ocho veces más grueso que los actuales y
además se trata de un semiconductor, probablemente de carbono. Aun así, el
hecho de que siga funcionando sin problemas después de tantos años es un motivo
de sorpresa para muchos, incluido un equipo de físicos de la propia Academia Naval
de EE.UU.
La bombilla tiene su propia página
web en la que existe una cámara fija que vigila que esté encendida en todo
momento. Ironías de la vida moderna, la cámara tiene una vida útil de unos tres
o cuatro años, por lo que esta vieja bombilla verá apagarse varias cámaras
mientras ella probablemente siga encendida durante algunos años más. ¿Por
qué el mercado no castiga a los productores que utilizan la obsolescencia
programada, y no beneficia a la producción de productos durables?
Como las
economías modernas se basan en el deuda y el crédito, gran parte de los
productos se planifican para durar mientras se siguen pagando, de tal forma de
crear una dependencia entre producción-consumo-crédito, de manera que los
flujos financieros se constituyen en el motor que mueve a la economía, haciendo
que el sistema financiero justifique su existencia. Este es el auténtico
derroche del sistema, y a medida que esto ocurre, en beneficio expreso de las
grandes corporaciones, los recursos se agotan y el medio ambiente se ve
afectado por montañas de residuos que deterioran la calidad de vida. Es la gran
paradoja del actual modelo que permite a las empresas producir y vender
productos diseñados
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