martes, 13 de mayo de 2014

Una ciudad capital


         Hace ahora cuarenta y dos años una mañana de abril me subí a un ferry en el puerto santacrucero. En una maleta de emigrante cabían todas mis cosas, incluida una máquina de escribir Olympia, unas cuantas mudas de ropa, apenas unos libros. En una maleta casi vacía la mayor parte del espacio lo ocupan las ilusiones, sobre todo cuando apenas se tienen veinte años cumplidos. Acaban de licenciarme en el servicio militar, los catorce meses de rigor, en los cuales disfruté la norma de no poder alejarme del cuartel sino en un radio de tres kilómetros por cosas que uno había escrito en los periódicos, informaciones sobre huelgas de guaguas, protestas por lo mal que funcionaba esto y aquello.

En Tenerife había conocido a gente tan interesante como Alfonso García-Ramos, Ernesto Salcedo, Pedro García Cabrera, Eduardo Westerdahl, Domingo Pérez Minik, el pintor Pedro González, pensadores, artistas, intelectuales que aún se reunían en tertulias. También escritores y compañeros de trabajo que vinimos a conformar una nueva generación. Allí ya había ganado algún premio literario pero deseaba conocer otros mundos. Así que la isla de enfrente, más urbana y dinámica, era una buena tentación. En la ciudad de Las Palmas se hacía un mejor y más avanzado periodismo. Además, mi padre siempre decía que Las Palmas era la Nueva York de Canarias. Tenía un equipo de fútbol en primera división, una playa urbana, muchas discotecas y abundancia de escandinavas. Pero, sobre todo, una prensa más moderna que en el resto del archipiélago.

         La vida está hecha de guiños, sorpresas, cambalaches, rupturas y encuentros. Y, sobre todo, de muchos azares. Aquello de que cada cual tiene marcado su destino es una verdad a medias, pues en el destino de cada cual se cruzan muchos pasos contradictorios, idas y vueltas. Abundan las decisiones llenas de perplejidad, los miedos, las alegrías y los fracasos. Sólo al cabo de los años nos hemos dado cuenta de si hemos acertado o si por el contrario cometimos un grave error al tomar determinadas decisiones. Al cabo de los años, la historia personal dictamina su fallo y ahora sé que actué con buena disposición y hasta con cierta sabiduría.

1 comentario:

  1. Me ha gustado muchísimo indagar en la juventud de un amigo a quién aprecio sinceramente. ¡Ay juventud, juventud! No está mal insertar algunas memorias en este blog. Saludos.

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