Hace
ahora cuarenta y dos años una mañana de abril me subí a un ferry en el puerto
santacrucero. En una maleta de emigrante cabían todas mis cosas, incluida una
máquina de escribir Olympia, unas cuantas mudas de ropa, apenas unos libros. En
una maleta casi vacía la mayor parte del espacio lo ocupan las ilusiones, sobre
todo cuando apenas se tienen veinte años cumplidos. Acaban de licenciarme en el
servicio militar, los catorce meses de rigor, en los cuales disfruté la norma
de no poder alejarme del cuartel sino en un radio de tres kilómetros por cosas
que uno había escrito en los periódicos, informaciones sobre huelgas de
guaguas, protestas por lo mal que funcionaba esto y aquello.
En Tenerife
había conocido a gente tan interesante como Alfonso García-Ramos, Ernesto
Salcedo, Pedro García Cabrera, Eduardo Westerdahl, Domingo Pérez Minik,
el pintor Pedro González, pensadores, artistas, intelectuales que aún se reunían en tertulias. También
escritores y compañeros de trabajo que vinimos a conformar una nueva
generación. Allí ya había ganado algún premio literario pero deseaba conocer
otros mundos. Así que la isla de enfrente, más urbana y dinámica, era una buena
tentación. En la ciudad de Las Palmas se hacía un mejor y más avanzado
periodismo. Además, mi padre siempre decía que Las Palmas era la
Nueva York de Canarias. Tenía un equipo de
fútbol en primera división, una playa urbana, muchas discotecas y abundancia de
escandinavas. Pero, sobre todo, una prensa más moderna que en el resto del
archipiélago.
La
vida está hecha de guiños, sorpresas, cambalaches, rupturas y encuentros. Y,
sobre todo, de muchos azares. Aquello de que cada cual tiene marcado su destino
es una verdad a medias, pues en el destino de cada cual se cruzan muchos pasos
contradictorios, idas y vueltas. Abundan las decisiones llenas de perplejidad,
los miedos, las alegrías y los fracasos. Sólo al cabo de los años nos hemos
dado cuenta de si hemos acertado o si por el contrario cometimos un grave error
al tomar determinadas decisiones. Al cabo de los años, la historia personal
dictamina su fallo y ahora sé que actué con buena disposición y hasta con
cierta sabiduría.
Me ha gustado muchísimo indagar en la juventud de un amigo a quién aprecio sinceramente. ¡Ay juventud, juventud! No está mal insertar algunas memorias en este blog. Saludos.
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