La sociedad en la que vivimos está enferma de exhibicionismo. Nadie tiene ya escrúpulos en hacer de la vida real una mala representación en los medios audiovisuales y en las redes sociales. Los humanos tenemos una cierta inclinación a escenificar, a interpretar. A fin de cuentas, hacemos teatro. Pero ahora mismo hay una especie de delirio universal y la vida se ha convertido en un mal teatro, por todas partes vemos obras de muy baja calidad, circula por todas partes un entretenimiento degradado, frívolo, efímero. La excitación exhibicionista ha calado en las masas y hoy todo el mundo vende sus cuitas matrimoniales, sus perversidades, hasta sus obscenidades, por un plato de lentejas. Cualquiera pone en subasta sus diez minutos de gloria, convirtiendo lo privado en público sin ninguna clase de vergüenza. Podemos decir que hay una patología del exhibicionismo, la cultura del “reality show” que nos vende la telebasura se ha convertido en una patología de la sociedad.
En la Grecia clásica, donde nació
el teatro, lo obsceno no podía representarse pero ahora no solo se desnudan los
cuerpos y los bienes materiales, sino sobre todo las emociones. La gente se
pelea en un plató de TV, llora, desvela los actos más íntimos con tal de que
haya multitud de espectadores: amantes anteriores y actuales, infidelidades, tamaño
del pene o cantidad de orgasmos que alcanza fulanita. Que haya gritos e
insultos, eso mueve las audiencias. Exhibicionismo y lucro se retroalimentan, la
revelación sin freno proporciona dinero, y ante esta premisa se esfuman los
límites. En Italia las televisiones de Berlusconi no llegan tan lejos como las
que posee el magnate aquí en España. No hay freno para los programadores, ni
para quienes salen a vender su cuerpo y su alma. A fin de cuentas, la
banalidad/obscenidad de exhibirse se inscribe en el eje que mueve nuestro
sistema: el dinero.
Antes se daba valor al
conocimiento, al esfuerzo, ahora se valora la ostentación. Se necesita dinero
para comprar objetos y poder ostentarlos; se hace exhibición para ganar y poder
comprar, de ahí que proliferen los concursos, incluso los de dudoso gusto . Ex
delincuentes como El Dioni se lanzan a hacer películas pornográficas, debe ser que
hay un mercado, por ello hay que lucirse ante las miradas ajenas. Y en este
contexto pronto nos van a obsequiar con un programa televisivo extraído de una
competición con éxito en Israel, y que consiste en que parejas de divorciados
se enfrentan entre sí, supuestamente para lograr un premio económico destinado
a los hijos en común. Serán unos concursantes “condenados a entenderse” por la
finalidad del premio, por las lecturas que desde el punto de vista emocional
podrá sacar el espectador al ver a parejas que ya viven en universos totalmente
ajenos y que se unen para luchar por el bien de sus hijos. Diez parejas
divorciadas embarcan han de mostrar sus habilidades físicas y mentales en plena
naturaleza, viviendo en común y poniendo a prueba sus aptitudes sociales. Un
formato “verdaderamente original”.
"Se podrá ir viendo semana
tras semana una evolución con los esfuerzos físicos, los altibajos y emociones
que proporcionarán los juegos y las pruebas... Es un formato muy completo y
verdaderamente original", apuntan desde Mediaset, el grupo de Telecinco y
Cuatro, que aún no ha adjudicado a uno de sus canales el programa. Familiares y
participantes expulsados comentarían desde el plató el desarrollo de esa
competición al aire libre. El público israelí ya ha podido comprobar cómo las
hostilidades de cada ex pareja participante son superadas (o no) por el intento
de dejar a los hijos una recompensa que permanecerá en el banco hasta que
alcancen la mayoría de edad. “¿Serán capaces de superar las diferencias? ¿Conseguirá
la convivencia, fracasada en el mundo real, sobrevivir en este juego por el
bien del niño?". Muy pronto se sabrá.
Paralelamente a esta enfermedad
colectiva, en este mundo tan tecnológico y avanzado están ocurriendo cosas
terribles, a las que todos deseamos ignorar. Por ejemplo, los muertos de la
isla Lampedusa, las vallas con cuchillas de Ceuta, o el secuestro de unas 200
niñas en Nigeria. Precisamente allí, donde hay tanto petróleo y a la vez tanta
indigencia, parece que el Estado carece de ejército y de fuerzas policiales
capaces de dar con el culpable de tamaña barbaridad. Pues cuentan las agencias
que, desde que la policía liquidó en 2009 al líder del movimiento fanático Boko
Haram, llamado Mohammed Yusuf, los radicales mantienen una sangrienta campaña
que ha matado varios miles de personas. El fundamentalismo islámico en la
corriente de Al Qaeda nos pone los pelos de punta, pero lo siniestro es que las
chicas fueron secuestradas el 14 de abril y si nos hemos enterado del grave
suceso se debe a la lucha particular de los padres, pues el gobierno nigeriano
no ha puesto todos los recursos necesarios. Incluso hay rumores de que el
gobierno fue informado horas antes de que ocurriera el secuestro, pero se lavó
las manos. Una activista que lidera las protestas fue detenida por orden de la
esposa del presidente, estos hechos aberrantes provocan indignación y dolor.
Algunas de las niñas que han podido escapar relatan que han sido reiteradamente
violadas, maltratadas y aterrorizadas, para ser utilizadas como “moneda de
cambio” por sus captores en las negociaciones con el gobierno.
En definitiva: hay cosas que
estamos encantados de ver, y hay otras cosas que procuramos ocultar
escrupulosamente. Los poderes mundiales miran para otro lado cuando hay casos
de tal injusticia que claman al cielo, ni Obama ni la Unión Europea ni la ONU
ni el sursum corda se meten en el tinglado. Hacen un amago de actuación y se
quedan en casa viendo la tele. Pues cambiamos de canal cuando la realidad nos
golpea con su crueldad cotidiana.
(Publicado en La Provincia hoy, 22 de mayo)
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