miércoles, 26 de marzo de 2014

Adolfo Suárez, el gran traicionado

Qué difícil resulta conservar amigos verdaderos a lo largo de una vida. Son tantos los cruces de caminos que uno ha de ir atravesando, que muchas relaciones que pensábamos inconmovibles se quedan en la cuneta. Y qué difícil resulta ejercer la lealtad, qué complicado es guardar los cuchillos de la conspiración y la huida hacia adelante. Adolfo Suárez debió conocerlo de primera mano, en su persona se empecinaron algunos en desarrollar aquella vocación tan española de derribar jinetes, ejercer la conspiración permanente, elevar las rencillas personales a holocaustos, desarrollar conspiraciones de salón que al fin y a la postre logran su objetivo de actuar como verdaderos golpes morales con difícil escapatoria. Los barones de UCD lo demostraron con creces: cómo crecía el cuchicheo, de qué modo se abrían frentes, con qué saña predicaban contra el dirigente que supo mirar a lo lejos, más allá de los codazos de cada día. Todavía recuerdo aquel telediario de un Sábado Santo cuando en vivo y en directo el locutor, anonadado, anunció que, frente al ruido de sables, quedaba legalizado el Partido Comunista de España. Casi nada.
Ahora, al contemplar las plañideras en su adiós, no podemos dejar de recordar la muerte de otras personas que fueron traicionadas una y mil veces. Por ejemplo, el gran César Manrique, el visionario adelantado a su tiempo que tanto padeció la saña de alcaldes de su isla natal, alcaldes que –en su despedida- lloraron abundantes lágrimas de cocodrilo.
La amistad traicionada y el proceso de autodestrucción personal es el eje central de más de una obra literaria, lo vemos en piezas dramáticas desde los clásicos griegos hasta Shakespeare y en innumerables autores de aquí y allá. Lo vemos en escritores de referencia en la literatura universal, y hasta lo podemos comprobar en una de las últimas obras del novelista Bryce Echenique: Las obras infames de Pancho Marambio. Explica el autor peruano como “basta con una mala jugada de un amigo para descubrir la fragilidad de la naturaleza humana, la facilidad con las cañas se tornan lanzas, la incongruencia de algunas relaciones que padecen la maldición de estar sustentadas en soportes de arena.”
Algunos se refieren a Adolfo Suárez como “nuestro traidor”. No hay transición sin traición, sobre todo cuando se intenta pasar de una dictadura a una democracia hay dos caminos: el cambio pactado o la ruptura con violencia. Lo admirable de lo que sucedió en España fue el consenso, el espíritu de juntar ideas diferentes para construir una patria compartida. Sin sangre derramada en otra contienda incivil como fue la de 1936-39, Suárez consiguió su objetivo prioritario, el de ir armando un Estado moderno, tolerante, donde se pudieran ejercer las libertades que habían sido negadas tantas veces. Y, aunque solo fuera por unas horas, con su velatorio volvió a los pasillos del Congreso de los Diputados el espíritu de concordia, consenso y hasta de reconciliación que acompañó en su vida a Suárez. Pues se juntaron extraños compañeros, políticos de diversas ideologías que evitaban los encontronazos habituales. Los ex presidentes rindieron honores, inclinaron la cabeza ante el féretro, y hasta el ínclito Artur Mas se atrevió a decir que hace falta ahora alguien capaz de mirar hacia adelante, como hizo Suárez. Lo cual al presidente Autista no le habrá sentado demasiado bien, acostumbrado como está a esconder la cabeza bajo el ala. ¿Por qué escandalizarse ante lo que dijo Mas si en el fondo este tiene toda la razón del mundo? ¿Cómo aceptar que un tema tan delicado y complejo como el de Cataluña sea despachado con una cantinela repetitiva, sin entrar a analizar todo el contexto de la ira independentista?
Lo que sí podemos afirmar es que, hoy por hoy, tenemos una democracia y un Estado de derecho considerablemente sólidos. Y, lo que es más importante: vivimos en un país que seguramente será capaz de resistir un debate sobre la reforma de sus instituciones fundamentales, incluida la vía de un federalismo que de alguna forma recoja el guante del encaje territorial. Así que solo nos queda agradecer a Suárez, y a otros muchos que con él vinieron y se fueron, sus esfuerzos por construir un Estado en el que cupiéramos todos. Y seguir siempre adelante. Precisamente el 8 de abril, con el asunto del debate sobre la propuesta de referéndum de Artur Mas, volverán las palabras gruesas al Congreso. Y volverán a primer plano las promesas de que ya estamos viviendo la luz al final del túnel, la idílica postal de que la economía está mejorando pese a que persiste el millonario desastre de los parados, los muertos de Ceuta, la reforma fiscal que se adivina, la pelea ante los comicios europeos del 25 de mayo.
Cuando enterraban a Suárez en la catedral de Ávila daba la impresión de que ahora ha de comenzar una Segunda Transición, que seguramente exigirá altura de miras, capacidad de integración, adhesión a la causa común. Hará falta comprobar si hay algún otro Suárez capaz de poner en marcha la maquinaria.

1 comentario:

  1. Después de este análisis, no quedan títeres sin cabeza. Ya Carlos Saura puede ir pensando en la segunda parte de "Mamá cumple cien años".

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