El abuso de abreviaturas y
acrónimos, la exaltación de determinados signos de puntuación y la utilización
de emoticonos y otros códigos visuales se ha extendido a la casi totalidad de
los cibernautas que se comunican en las redes sociales. Eso hizo creer a
algunos sesudos varones que el uso de Internet estaba arruinando el lenguaje
escrito, aunque algunas voces ya se han percatado de que tal suposición no
tiene fundamento. Es verdad que la web influye en la manera de leer y, por lo
tanto, en la de escribir. El lector digital exige claridad y concisión, una
virtud que nunca debe faltar en un texto para ser triunfal. El lector digital
valora la calidad del mensaje, la novedad de un juicio certero o la osadía de
una interpretación heterodoxa. Hasta aquí, todo el mundo está de acuerdo. Pero
de poco sirve el contenido, si el embalaje es defectuoso. Y ese embalaje es el
lenguaje que se utiliza para transmitir un pensamiento. También es verdad que
la lectura digital no es igual que la lectura sobre papel.
En la pantalla, el lector encara
accesorios que lo distraen más fácilmente que si está frente a un material
inerte como es el papel. Tiene además facultad para cambiar el tamaño de letra,
el color, la nitidez y posiblemente otros atributos que le serán ofrecidos conforme
avance la tecnología. Pero todos estos inventos que tienden a mejorar la
legibilidad le podrían impedir concentrar la mente para asimilar textos de una
mediana dificultad, además del cansancio que produce la lectura prolongada de
un dispositivo electrónico. Por otra parte, los dispositivos digitales están
pensados para lecturas cortas: conocer los resultados deportivos, la última
hora económica o el exabrupto del político de turno.
Para leer un artículo de fondo,
es mucho más cómodo hacerlo sobre papel o utilizar el ordenador de sobremesa.
La tableta también podría servir, a pesar del fracaso de “The Daily”, un
periódico diseñado específicamente para ser leído en un iPad, al precio de 0,10
euros al día y que Rupert Murdoch tuvo que cerrar al no haber encontrado la
audiencia que él esperaba. Algo parecido sucede con el e-book. Mucha gente no
es capaz de estar leyendo más de una hora seguida en un libro electrónico, y
menos en un Smartphone. Es verdad que estamos al principio de la aventura y que
la tecnología avanzará de prisa para ofrecer al público dispositivos capaces de
solventar las incomodidades. Si eso sucede y mejora la calidad de la edición
─maquetación irregular, interlineado desigual, tipografía anormal, e incluso
déficit de estilo─, el e-book terminará por imponerse, ya que admite recursos
mediáticos ajenos al papel, como el hipertexto y la interactividad con el
lector.
Es evidente que los hábitos de
lectura están cambiando. Y si eso es así, también los escritores tendrán que
adaptarse al nuevo escenario, al menos si quieren llegar a ese colectivo cada
vez más numeroso que acude a la tecnología para comprar cultura. Los
periodistas ya lo han hecho, han tenido que reciclarse y aprender a resumir la
información: títulos atractivos, textos cortos con palabras fuertes en las
primeras líneas y con capacidad evocadora, a fin de atraer la atención de los
usuarios que hoy quieren estar enterados de todo lo que ocurre en el mundo,
pero a base de píldoras informativas que puedan aprehender en poco tiempo y sin
mucho esfuerzo, aun a riesgo de prescindir del contexto.
El año pasado, la Fundéu BBVA
publicó un libro titulado “Escribir en Internet. Guía para los nuevos medios y
las redes sociales“, una obra colectiva en la que han participado más de 40
expertos, dirigidos por el periodista Mario Tascón. Es un manual práctico
pensado no sólo para los profesionales que trabajan en la red, sino también
para todos los públicos que la utilizan de manera cotidiana sin ser expertos.
La redacción de “El Huffington Post” ha seleccionado algunos de sus consejos
para escribir mejor en internet. Otra cosa es la correspondencia entre
particulares que circula por la red. Nunca se ha escrito tanto como ahora,
nunca tantos mensajes llegan todos los días a millones de personas. Esa
información privada sí que se genera a espaldas de la gramática, con notables
faltas de ortografía, lo que explica el temor que existe en algunos ámbitos
académicos por el deterioro de la lengua. No se dan cuenta que los SMS y los
whatsapps se escriben con teclados minúsculos ─los más pequeños sólo disponen
de doce teclas─ en los que para encontrar un carácter hay que pulsar varias
veces la misma tecla ─lo que explica el uso de abreviaturas─ y corregir una
falta de ortografía exige un esfuerzo adicional que al usuario no le importa,
ya que tampoco el destinatario lo valora. Por el contrario, cuando un ciudadano
escribe para el público, ya se preocupa de cuidar el estilo y puntuar de forma
adecuada. Está en juego su prestigio personal y se va a esforzar mucho más que
antes en preservar la ortodoxia de su escritura. Basta recordar las mofas que
han sufrido personajes famosos cuando han subido a la web un comunicado con
alguna falta de ortografía, para darnos cuenta de que la sensibilidad que la
sociedad manifiesta hacia el buen uso del idioma. Por ese lado, los “padres de
la lengua” pueden estar tranquilos.
A pesar de la visibilidad que
tienen los numerosos comentarios que se publican en las redes sociales, los
creadores de contenidos son muchos más respetuosos con la lengua que la mayoría
de los personajes públicos que aparecen en los medios audiovisuales. ¿Y qué va
a pasar con la literatura? ¿Sucumbirá también a los imperativos de las nuevas
tecnologías? Es posible, aunque la evolución será más lenta. Los escritores ya
consagrados no van a modificar esos hábitos que manejan bien y que tan buen
resultado les ha dado. Sólo los jóvenes sentirán la picadura de la innovación,
precisamente para hacerse un hueco y responder a la demanda de su generación.
¿Quién se atreve hoy con la narrativa hipertextual? ¿Quién se arriesga hoy a
presentar un libro multimedia? La lectura electrónica tiene un potencial de
comunicación que no tiene el libro en papel y terminará por imponerse en la
medida en que se perfeccionen los dispositivos de lectura y den acceso cómodo a
imágenes y sonidos. Pero claro, para eso, los escritores tendrán que asumir el
valor de las innovaciones que se le ofrecen y mutar… pero mutar de verdad, no
un simple cambio de trayectoria. Por eso, es razonable pensar que esa
transición no se hará en una ni en dos generaciones, exigirá más tiempo. La
literatura es una de las bellas artes que más despacio ha evolucionado a lo
largo del tiempo. No es fácil presumir lo que esta transformación traerá y cómo
afectará a la manera de escribir en la era digital, pero sí que afectará al
lenguaje y la gramática: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde
la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre
la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y
al cabo nadie ha de leer lágrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con
revolver”. Este párrafo es una parte del discurso que pronunció Gabriel García
Márquez en la inauguración del I Congreso de la Lengua Castellana, (Zacatecas,
México, 1997), un presagio de lo que nos viene encima.
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