miércoles, 28 de marzo de 2012

Carta a Cervantes sobre España y los libros


Querido Miguel: Disculpa que me dirija a ti con tamaña familiaridad, pero –por llevar  cuatro siglos en el Parnaso- te has convertido en un ser inmaterial, una especie de maestro o tutor que nos contagia a todos de una inusitada fuerza, de una razonable locura. No en vano ya perteneces al mundo superior de los espíritus iluminadores casi en la misma medida que los santos, y por lo tanto puedes ser invocado con la misma devoción que ellos.
En La Mancha tenía que ser donde te figuraras las andanzas trágicas, filosóficas y cómicas de Don Quijote y Sancho con su Dulcinea y su boticario, la biblioteca de caballeros andantes, una buena tropa de barberos y clérigos. En ese páramo horizontal a las que les cuesta trepar hacia las serranías y rectas larguísimas a través de las cuales apenas contemplas planicies de secanos, cultivos de cereal, viñas y olivos; allí donde los arroyos van secos y los ríos no tienen cauce, en esa enorme planicie que va desde Consuega a Campo de Criptana, de Puerto Lápice hasta El Toboso, de Argamasilla de Alba a Las Lagunas de Ruidera, desde Almagro a Villanueva de los Infantes, donde algunos ubican el lugar de tus héroes. Hemos recorrido algunos de tus caminos, atravesamos pueblos blancos, tan silenciosos y despoblados que parecen muertos, nos apartamos de las rutas principales para indagar desde la cueva de Montesinos hasta la de Medrano, donde dicen que estuviste preso y concebiste la genial idea de echar a andar al Caballero de la Triste Figura con la increíble intención de deshacer entuertos, defender a los débiles y combatir la ignorancia que en aquella España originaba episodios de vergüenza, de algunos de los cuales no nos hemos  alejado del todo a pesar de los siglos transcurridos.
       En La Mancha, en esa especie de isla agachada y casi invisible como San Borondón, donde los humanos casi no están, donde incluso los perros parecen dormitar a la entrada de los caseríos, donde las mujeres cruzan sin querer observar al forastero, donde la España rural sale al encuentro con su carga de crueldades y renuncias. En la vastedad de un territorio donde palpas la insularidad de una forma impensable, una sensación de estar fuera del mundo que resulta sorprendente. En la famosa Venta donde Don Quijote fue armado caballero, y te encuentras una pareja de profesores norteamericanos de español, tan empeñados en seguir tus huellas y las andanzas de tus personajes que percibimos tu universalidad a la vez que un cierto complejo de ignorancia. Pues estas gentes algo rudas pero sabias en refranes y usos populares que viven en los pueblos y las aldeas de Castilla-La Mancha están contagiadas de tu espíritu, poseen tu misma vibración pero ¿acaso han leído tus aventuras y desventuras?  
Mucho me temo, querido Miguel de Cervantes, que unos y otros no estemos a la altura. Una vez más han inflado presupuestos para saraos y divertimentos sin saber muy bien para qué. Mejor dicho: para salir en el telediario e inmortalizarse en la foto, que tanto les encanta a los profesionales de estas cuitas de la apariencia. Pues los anglosajones, más prácticos y aplicados, conocen al dedillo las citas de ese otro gran escritor del universo que es William Shakespeare, quien por cierto entró en el paraíso de inmortales el mismo 23 de abril que tú lo hiciste. Con la diferencia de que ellos manejan las citas de su gran autor como si fuesen salmos de la Biblia. Y en cambio ¿cuántos de nosotros hemos tratado de penetrar en ese mundo tuyo, más rico y abigarrado de lo que parece?
       Los territorios de La Mancha son páramos de escasos encuentros, vacíos cruces de caminos pues sólo andan por estos lugares criaturas de ficción, seguramente más sabias que las de carne y hueso pero más difíciles de localizar. En Argamasilla de Alba, por ejemplo, nos costó Dios y ayuda ubicar tu huella. Nadie estaba enterado, hasta el punto de que nos decían que preguntáramos en el ayuntamiento. Y así nos ha ocurrido en otros senderos, poco señalizados. En definitiva: La Mancha aguarda su redención, que ojalá también sea la tuya, y a partir de entonces puedas crecer en las conciencias de este pueblo sufrido, resignado, tosco y levantisco, desconfiado pero amigo de vivir la calle en cualquier momento del día y de la noche, con ganas de dormir la siesta pero también de comunicarse hablando hasta por los codos con el prójimo que acaba de conocer, un pueblo de hidalgos venidos a menos y de Sanchos enriquecidos por los servicios turísticos de la  noche a la mañana, un pueblo de insolidarios en el que cada cual que se las ventila como puede, sangres mezcladas con el ardor de invasores fenicios y griegos, romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos viejos. Un pueblo que muchas veces se dejó seducir por intolerancias pero con brotes de genialidad creativa, como tú mismo pudiste demostrar.
La Mancha es el alma de cada uno, una parte de nuestra alma todavía conturbada por peleas de la tribu que se resolverían si saliéramos campo a través a encontrar a gente como tú capaz de hacernos reflexionar sobre las cosas más elementales, que suelen ser las que más calan en las entrañas. Por eso, Miguel, en ella te refugias de tus penalidades y grandezas, de tus estancias en la cárcel y de tus huidas, de los encantamientos de Merlín y de toda tu corte. Por eso, querido y admirado Miguel, quisiéramos ser dignos de considerarnos hijos tuyos, discípulos y admirados lectores, loquinarios y utópicos como tu gente, desvergonzados soñadores de un mundo mejor.

2 comentarios:

  1. Una preciosa carta que a Cervantes le hubiera emocionado. Y además, se ve que, desde Canarias, conoces mucho mejor La Mancha y el mundo cervantino que la mayoría de los manchegos.
    Un saludo

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  2. Gracias, amigo Armando Manrique de Lara. Los ultraperiféricos también tienen su corazoncito y sus ganas de investigar. La ruta cervantina la conocemos medianamente bien, hemos atravesado esas aldeas, hemos buscado aquí y allá. Y llegamos a la conclusión de que somos un país de no-lectores. Pues hay mucha desinformación en el pueblo llano. Abrazos desde Tamarán, la ínsula perdida.

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