martes, 12 de septiembre de 2017

Un viaje a Viena (cuento)


Me lo decía desde hacía tiempo, quería un viaje al centro de Europa, varias de sus amigas habían ido y elogiaban los paisajes. Pudo ser que alguna vez por la tele vieron alguna cursilada de Sissi emperatriz. Lo cierto es que le mostraban infinidad de fotos y hablaban de esas ciudades monumentales, esos parques y esos palacios, esas salas de concierto, esas catedrales, esos ríos, esos tranvías. Lugares de cine, países que parecen de cuentos de hadas. Lo estuvimos planeando y al fin hemos venido a Viena, era uno de sus caprichos y como regalo de cumpleaños yo quise complacerla. Pero Paula y yo tenemos días regulares, cada vez nos comunicamos peor. El grupo que nos tocó es de gente simpática pero sé que hasta la guía está molesta porque apenas muestra atención a sus explicaciones, casi ni se enteró de que el palacio imperial está transformado en oficinas del gobierno, ni prestó atención a las fuentes y los jardines del palacio de verano. Me cabrea que se pase la vida en el móvil, cada vez que entra el sonsonete de los mensajes prioritarios y urgentísimos se queda alelada. Todo el tiempo leyendo y enviando textos sin parar, los hace con una velocidad de vértigo, en el fondo envidio que tenga tantísimos contactos, todos de primer nivel, según me dice. Para colmo me responde que yo hago lo mismo, que la tengo agobiadísima con mi insistencia, seguro que tienes más de veinte amiguitas con las que ya te has acostado y que no te dejan ni a sol ni a sombra. Creo que, pese a que tenemos tantos conocidos en las redes sociales, en realidad por cualquier tontería estamos dispuestos a hacernos la puñeta unos a otros.

En la catedral tuve que darle un codazo para que se fijara en esa belleza, igual fue cuando despreció el museo con los cuadros de Gustav Klimt. Cuando más disfruta es al enseñar las fotos de sus sobrinos, que para ella son una auténtica delicia. Como si me recordara que no vivimos juntos ni tenemos hijos, ni los vamos a tener al menos por mi parte. Para eso antes de empezar a hablar fui a una clínica y me hice la vasectomía: no quiero descendientes, no voy a ser cómplice de este mundo casi abominable, tan encaminado a la ruina. No estoy hecho para eso, se lo he dicho muchas veces. Como tampoco estoy hecho para el matrimonio, no puedo olvidar el divorcio de mis padres y me da miedo la vida en pareja. Insisto: sigamos así, mientras dure. Sin compromisos definitivos, lo primero es estar bien, pasarlo bien, sin otras complicaciones. ¿Por qué no nos compramos un perro, como hace mucha gente? Que soy un frívolo, me contestó.

        Como esta noche en el concierto de Mozart no desconecte su aparatito último modelo, gran pantalla de mucha resolución, capaz soy de estrangularla. Me enseñó una de Marcelo con el pene a tope y me dijo ¿por qué no hacemos un trío con este? Yo, ni corto ni perezoso, le mostré el selfie que se había hecho Jennifer en la ducha y le dije: ¿y por qué no hacemos el trío con esta? No sabe entender las bromas, encima la tía se cabreó, hay que joderse. Otras veces dice: cómo puede ser que esta cabrona no me responda, si me sale que ha recibido el mensaje. Yo le digo: tal vez está haciendo otra cosa, y olvídate de contestar al momento. Pero ni caso, exige respuestas al segundo, se pone histérica si no le dan lo que ella espera. No es lo mismo saber que he leído un mensaje a que tenga que comprobar si me he conectado, y luego preguntarme con quién he estado hablando. No quiero estar conectado las 24 horas porque a veces hay malentendidos, calenturas innecesarias.

       Hemos ido a una de esas cafeterías tan antiguas, por donde dicen que andaba Sigmund Freud, pero ella erre que erre con su aparato en la mano, no lo suelta ni para hacer pis. Nos hicimos fotos, aunque de mala gana y apenas probó la tarta de chocolate que nos trajeron, dicen que es la mejor del mundo pero ni le prestó atención. Aquí los precios son carísimos y no estoy para juegos tontos, ya bastante tengo con soportar a mi jefe. Y le cuesta mucho entender eso, la verdad es que es complicada. ¿O el raro soy yo? A ella le cuesta desconectarse, siempre dice que no duerme, y cómo va a dormir si no apaga. Tenemos que hablar, me ha dicho. ¿De qué? le pregunto. De que ya no me miras como antes. ¡Pero qué dices!, le respondo. ¿A quién crees que miro? Tú sabrás y me dice. No seas tonta, repliqué. Intentaba controlarme, claro, no quería ir directo a la discusión. Tonto serás tú, sí, más que tonto. Eres un engreído, como todos los hombres que creen sabérselo todo. Y la que se armó. Vaya época más imbécil la que llevamos. Corto la comunicación. De noche me manda más de treinta mensajes. Me cuenta que no se fía de mí y yo también me pongo nervioso con esa cantinela, dice que yo la controlo, cuando es ella la que quiere saber cada paso que doy. Me agobio cuando veo la última hora a la que se ha conectado. Y mucho más cuando está en línea a pesar de que es hora de curro. Y me pongo a abrir cuando no tengo mensajes nuevos, pero abro por si acaso Jennifer está ahí. Ya no duermo porque creo que Paula me la está pegando con Marcelo, así que yo se la voy a pegar con Jennifer. Y que pase lo que pase, ya me da igual.

  Esta noche, que compartimos cama de matrimonio en un hotel, va y se refugia en el baño para seguir con la matraquilla, debe estar comunicándose con todas sus amigas y sus amigachos, igual le está calentando la oreja a Marcelo. Es nuestra tercera noche aquí y ni siquiera ha tenido tiempo ni ganas para hacer el amor, estoy cansada, me duele la cabeza, tengo sofocos, me va a venir la regla, me vienen los cólicos de costumbre y no insistas, déjame en paz. No sé qué puedo hacer. De momento, le he escondido el cargador del móvil. A ver si se aburre.

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