Era humilde y
silencioso, un creador serio, un devoto estudioso de los fetasianos, un
observador atento y objetivo de las grandezas y las miserias de nuestro entorno.
Vinculado al Ateneo de La Laguna, igual que Cecilia Domínguez, Arturo Maccanti,
Elsa López y tantos otros personajes esenciales de las letras canarias. Metido
también en aquella gran revista de pensamiento, los Cuadernos del Ateneo, que
se mantuvo en papel mientras la gente ayudó. Como ha escrito Elsa López, Juan José Delgado era un ser humano al que estimaba por su
quehacer y sus pensamientos. Un intelectual apacible, sin estridencias, medido
en sus opiniones y con carácter a la hora de defender un criterio. Me gustaba y
no podía evitar contemplarlo a través de sus versos. Y cuando él hablaba en
alguna reunión a la que yo tenía que asistir, escucharlo era como una reproducción
exacta de lo que había encontrado en sus poemas: la cadencia, la armonía, la
paciente tonalidad de su voz que era como un susurro, ni alta ni baja, ni dura
ni débil. Tajante siempre, segura siempre, como si hubiera meditado cada sílaba
antes de pronunciarse igual que hacía con sus poemas. Tan ciertas las unas como
los otros. Tan consecuentes los versos con las ideas. “Cada noche te arrancan
las techumbres, / así aprendes por el cielo tus probables rutas de mañana. / Y,
pasito a paso y en silencio, proseguirás muriendo por el mundo”. Cecilia
Domínguez, otra mujer esencial en nuestra literatura, señaló en Dragaria que Juan José escribía poesía y novelas, en su apartamento de
Bajamar, escritos donde su visión del mundo que lo rodeaba y de sí mismo nada
tenía de complaciente, aunque sí de una gran carga de ternura. Y así surgieron
libros de poemas como Los comensales del cuervo, Un
espacio bajo el día, El libro de la intemperie o su
último libro, Los cielos que escalamos, libros de relatos, como Estantigua, y
novelas como Canto de verdugo y ajusticiados, La fiesta de
los infiernos o La trama del Arquitecto. Daba la impresión
de que no conocía el cansancio. Pero el cansancio le llegó de pronto y el
corazón no le siguió «regalando sus latidos». El 22 de junio de este mismo año,
le presenté su libro Los cielos que escalamos, y yo tuve una
extraña sensación de despedida. Hoy, unos días después de su partida
definitiva, vuelvo a las páginas de su libro, no sé si buscando algo de
consuelo. Las abro al azar y leo: «El camino viene a mí. Se va acercando / con
la hermosa cinta / de los caminos que se desatan lejos». Cierro el libro, y
vuelvo a quedarme a la intemperie.
Que las redes
sociales sean un entretenimiento absorbente lo demuestran muchos acontecimientos
de la vida real. Hay que estar en Facebook, en Instagram, en Linkedin, en los
150 caracteres de Twitter con los que Donald Trump gobierna cada mañana el
imperio. Estamos tan felices en la cadena de guasapear que no nos damos cuenta
de las cosas que decimos, ni a quienes se las decimos. Además, el hecho de que la
política está llena de mediocres trepadores es algo que todos ya conocíamos. Y
que estos aprovechados de la democracia campan a sus anchas es otra verdad
comprobable a diario. Pues, como todos sabemos, un indocumentado concejal de La
Laguna puso en una cuenta para afiliados y amiguetes aquella frase tan
definitoria: “Yo, a follar, jejejejeje, con empleadas que pongo yo y enchufo en
el ayuntamiento”. Sabemos que le han tirado de las orejas y que él mismo trata
de justificarse como puede, señalando que no fue su intención, que la frasecita
iba destinada a un grupo cerrado de amiguetes. Pues la puso en una red para
militantes del partido en el que milita, el PSC-PSOE, y solo por la actitud
denunciante de uno de los que recibieron el mensaje se destapó el escándalo. Pero,
aun contando con esos atenuantes, el personaje en cuestión debe irse a la
hoguera.
Luego el tal
Zebenzuí, debe ser que ya tiene la crisis de los 40, intentó disculparse diciendo
que todo fue producto de una broma. ¿Por qué será que la gente con la cabeza
bien amueblada no siente ganas de meterse en la política? Podríamos pensar que
la juventud que nos rodea se ha vuelto egoísta e insolidaria, siguiendo la
tendencia universal que pone por encima de todo el dinero y el pragmatismo, el
todo vale. Pero una parte de esa juventud tiene nivel ético, incluso sabemos
que algunos de esos jóvenes emprenden labores de voluntariado, se apuntan en
ONGs y hasta son capaces de ir a ayudar a países del Tercer Mundo. Es de ellos,
es de esa minoría, de quien podemos esperar compensaciones en los años que ya
están próximos.
A Soraya Sáenz de
Santamaría otro político indocumentado la definió como “chochito de oro”. Otro
hombre público de cuyo nombre no quiero acordarme manifestó que la entonces
ministra de Sanidad e Igualdad, Leire Pajín, era “una chica preparadísima,
hábil y discreta. Va a repartir condones a diestro y siniestro”. También es
probable que haya jefes que abusen de sus empleadas de modo similar que cuando
en la época de la esclavitud cualquier dueño de un algodonal podía disponer de
las mujeres a su servicio.
Así vamos, la educación, la cultura, la sociedad, el amor a los mayores...
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