Desde que en 1949
Simone de Beauvoir publica El segundo sexo entendemos que una mujer no nace
sino que se hace según los condicionantes sociales. En los años 60 del pasado
siglo hubo felices acontecimientos: saltaron a la luz la revolución sexual, la
liberación femenina, las protestas de los hippies y la lucha contra la
discriminación racial. La idea de que la mujer viene al mundo para ser esposa,
ama de casa y madre estalla en pedazos cuando Betty Friedan publica La mística
de la feminidad, 1963. Dos años antes, en 1961, en EEUU son aprobadas las
píldoras anticonceptivas, con lo cual ellas asumen el control sobre su cuerpo;
la sexualidad se separa de la mera reproducción, lo cual realza el placer y el
erotismo, caen en el olvido las prácticas conyugales con la luz apagada y la
actitud pasiva de la esposa. Tras siglos de represión y condena de las
religiones, llega la libertad sexual a occidente. Mientras, en África y buena
parte de Asia la mujer sigue siendo un objeto con pocos derechos, la frecuente
mutilación del clítoris la inhabilita para el disfrute. En 1976 Shere Hite publica su informe en el que
concluye que las mujeres no necesitan a un hombre para obtener un orgasmo,
según su estudio solo el 30 por ciento de las féminas habían experimentado el orgasmo
a través del sexo con penetración.
La vida
es una vorágine maravillosa, escribió Anaïs Nin el 3 de enero de 1935 en sus
diarios. Ella fue un prototipo de mujer liberada, entregada sin tapujos al amor
con muchos hombres, y entre ellos nada menos que Henry Miller. Nacida en
Francia de padres cubano-españoles, su prosa es caliente, rápida, eléctrica,
visceral, sus confesiones en primera persona han sido adoradas por millones de
lectores y criticadas por otros tantos. Ella se incorpora como protagonista
esencial de sus libros, con una carga autobiográfica fuera de toda duda. La
vida es la literatura, y la literatura es la vida: sus experiencias personales,
sus nirvanas y sus depresiones, sus atrevimientos de vivir a fondo, sus
placeres y ese síndrome de culpa del que resulta difícil escapar, el contraluz
de la depresión ocasional y la soledad constituyen el eje de sus libros. Una
vida consumida a fondo, de una cama a otra, de una piel a otra, quedan sus
valiosos testimonios de personajes que conoció: Lawrence Durrell, Salvador
Dalí, Antonin Artaud o el propio Henry Miller. En la preciosa edición de
Siruela titulada Diarios amorosos (Incesto, 1932-1934 y Fuego, 1934-1937) hay
una cita al pintor canario Néstor de la Torre, amigo de Joaquín, el hermano de
la autora: “He visto las pinturas de Néstor de la Torre. El primer pintor
moderno que me ha apasionado y emocionado profundamente”, 21 de febrero de 1933. Desgraciadamente, el hermoso museo de Néstor en el Pueblo Canario de la ciudad de Las Palmas es poco conocido de su propia gente. Más allá de las ceremonias de posesión, los celos, el síndrome de culpa por las infidelidades, el entendimiento de la pareja abierta, la proliferación de tríos y su enamoramiento de June, la propia mujer de Miller, esta Anaïs que sin duda fue hermosa escandalizó con sus escritos a la sociedad de su época. Incluso se atrevió con uno de los tabúes milenarios de nuestra civilización: el incesto, a través de la relación con su propio padre. La puerta ya estaba casi abierta para que ella se lanzara a vivir cada minuto de su vida, entregada a la pasión, a la alegría de vivir, los encuentros fugaces, la música de jazz, los artistas fracasados, las drogas, las contradicciones. La furia del deseo que el orgasmo solo aplaca fugazmente, el poso de decepciones cuando se constata que todo es efímero. Más allá de los reproches y las consideraciones de la moral establecida, fue decidida, nunca dejó de sentir la necesidad de experimentar, de ir más allá de lo establecido. Delta de Venus, publicado en 1977, cuando ya la autora había muerto, es un libro fundamental dentro de la literatura mundial.
La
moral sexual ha sido tan cambiante que se parece poco a la que padecieron
nuestros padres en el franquismo; legalizadas las parejas homosexuales, incluso
pueden adoptar hijos o tenerlos con vientres de alquiler. Sin embargo, en
países de otra concepción cultural, ello te puede llevar a la cárcel e incluso
a la muerte. Como decía Bauman, el modelo de familia tradicional ha quedado
hecho trizas pues las nuevas generaciones desechan el compromiso, las parejas
son poco duraderas, en el mundo desarrollado la natalidad se reduce y ello
comporta cambios sociológicos imprevisibles. La mujer que ahora tiene entre 20
y 40 años, a menudo menor preparada que el hombre, tiene el mérito de ser
observadora y paciente, en espera de sus oportunidades en la vida ya no se
dejará doblegar fácilmente por el varón. Sin embargo, en los colegios y en los
institutos de nuestro entorno cuando nos invitan a participar con los alumnos
comprobamos que el machismo sigue estando muy presente en la vida de las
adolescentes y jovencitas, ahora vigiladas por los nuevos dispositivos
tecnológicos por novios posesivos, a menudo violentos. El acoso e incluso la
agresión física o verbal no han desaparecido, incluso una parte de estas chicas
adoran a esos “matones” jactanciosos, pandilleros, carne de gimnasio a menudo
con cerebro plano.
Tengo la suerte de
pasar mis días con una mujer de espíritu libre y con mucha alegría de vivir,
Rosario Valcárcel. Ella también entiende que la literatura es la vida, y la
vida es la literatura. Pionera del registro erótico aquí cuando aun no había
llegado aquella estupidez norteamericana de las 50 sombras de Greys, en algunas
de las lecturas que hacía en lugares de las islas contempló reacciones airadas
del auditorio. A aquel genio que fue Agustín Espinosa le pasó algo parecido:
recibió el rechazo cuando se ponían sobre la mesa ciertos párrafos de su gran
novela Crimen.
Hoy en día las
posiciones tradicionales de los sexos quedan en entredicho cuando contemplamos
el aluvión de talento femenino en las universidades y en las empresas. Pues
cuando yo entré en las redacciones de periódicos era muy rara la presencia de
la mujer. Creo que la nueva mujer impresiona e incluso apabulla al varón, cuyas
posiciones en la vida caen ante la determinación de estas mujeres que han
superado prejuicios y recelos. La juventud de hoy es sin duda más sana y está
liberada de aquel sexto mandamiento que constituyó la obsesión de la Iglesia;
ciertamente les ha tocado un mundo en el que resultará complicado obtener una
familia estable, un puesto de trabajo eficiente, unos salarios adecuados a su
valía. Pero ellos y ellas están dispuestos a luchar.
Definitivamente, hay profesiones donde la presencia femenina es puramente testimonial, anecdótica. Algunos luchamos por cambiar las costumbres, a ver si ganamos esta contienda...
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