José Antonio Padrón (síntesis de su ensayo Lo Fetasiano)
Fetasa es la condensación de una experiencia vivida. Los fetasianos son individuos que por diversos azares entraron en contacto, y que a pesar de sus acusadas diferencias se confesaron haber presentido o estar bajo el dominio de una realidad que rebasaba absolutamente lo humano, que hacía sentir su presencia envolvente en la isla. Frente a esa realidad, todo lo social, el propio yo y sus avatares carecían de importancia. Y como todo misterio, el misterio de Fetasa no podía ser pensado, sólo sentido, vivido desde una lejanía no humana. Este es el punto inicial y final de la búsqueda fetasiana, el itinerario en la indagación de lo absoluto. Durante años, esa experiencia metafísica fue el centro de apasionadas discusiones. Así, en esta búsqueda, irá surgiendo el hombre fetasiano, ese animal insecurum, sin metas, ese homo viator impulsado y perseguido por una realidad ensombrecida y deslumbrante, que descubre por breves momentos la cara oculta de lo infinito.
Antes de iniciar su ruta, los fetasianos tuvieron clara conciencia de la aguda crisis imperante en el tiempo que les tocó vivir. Ninguna de las concepciones filosóficas, religiosas o políticas eran válidas. Las sentían como peso inerte, ya agónico o muerto. En contra de lo que se suele pensar, los fetasianos no tomaron como punto de partida una posición irracionalista. Pero tampoco renunciaron de antemano a ninguno de los posibles instrumentos no ortodoxos de indagación metafísica; los sentimientos, lo onírico, la fantasía, la alucinación y aun el absurdo, todos los superadores de la inercia de los hechos podrían quizá desvelar profundidades a las que no alcanzara la pura razón. Por otra parte, los fetasianos, como los gnósticos, tenían una acusada sensibilidad, previa a cualquier razonamiento, de la limitación y de la insuficiencia de todo lo humano. Por eso miraban como patéticos y casi infantiles los esfuerzos del hombre actual de ser lo que no es: alguien poseedor de un sentido inmanente. De ahí su valoración de lo demoníaco en su sentido clásico, sin resonancias románticas, como la insuficiencia del acontecer en la base misma de la vida. Aquella intuición fundamental que los unió, junto con estos supuestos inciertos, estuvo siempre presente en la búsqueda de los fetasianos por trascender la condición humana. Un proceso complejo y contradictorio, una nada volviendo a rehacerse como trayectoria sin móvil. Las etapas de esta búsqueda en su dimensión angustiosa y de oscura fascinación están ahí, en Fetasa y en Altos crecen los cardos. Años después, una vez vencidos los terrores primitivos, Arozarena con su Cerveza de grano rojo dará la otra cara de Fetasa, la nueva visión con sabor a paraíso siempre presente perdido, las setenta caras de la Escritura, la realidad poliédrica de giro lento atornasolado.
Para indagar en ese núcleo de intuición numinosa era necesario abrirse a una nueva visión, a una perspectiva no humana, donde el hombre quedara supeditado al misterio envolvente. En este aspecto es significativo la atención de Isaac de Vega por la crisis en los fundamentos de las ciencias ejemplares (Física, Matemáticas y Lógica), en cuanto suponían romper con el reino inexorable de la causalidad; su interés por la Botánica, su entrega a la pesca nocturna en alta mar como una inmersión en lo abisal. Y también Rafael Arozarena con sus trabajos entomológicos, su especial predilección por la Geología, estudioso de Jakov von Ueküll, biólogo que elimina el punto de vista antropocéntrico en los estudios, zoológicos y lo sustituye por el propio de cada especie animal, su Umwelt. En ambos escritores, el estudio de estos campos no obedecía a un puro y múltiple interés científico. Se perseguía otra finalidad, la primordial: iniciar la ruptura de la hegemonía humana.
La sospecha de la insuficiencia o de la invalidez de todas las concepciones anteriores llevó a los fetasianos, no a negar, sino a excluir lo histórico y lo social, a renunciar a todo lo que el hombre sabe o cree saber, a las miras prácticas, a la experiencia vivida; a distanciarse al máximo de todos los valores, sentimientos y deseos, aun los más naturales. Y lo que era más decisivo: a desprenderse del propio yo como sujeto psico-físico y existencial. Había que prescindir de todas las categorías y relaciones científicas, lógicas, históricas, filosóficas, religiosas. Era necesario llevar a cabo una limpieza total, despojar de los velos a la realidad, eliminar los sedimentos de interpretaciones -en el fondo tranquilizadores y salvíficos- depositados durante siglos y con los que se ha ido recubriendo a las cosas y a nosotros mismos. Así, sin proyecciones extrínsecas, ¿cómo se revelaría el universo a un yo, no ya sujeto histórico ni existencial, sino foco especular de la desnuda realidad in su pureza original? ¿Surgiría una nueva forma de "estar" en el mundo, una nueva sensibilidad?
Si se traduce a lenguaje filosófico esta labor radical de expurgación que pretendían realizar los fetasianos, se evidencian analogías con la epojé fenomenológica. Sin embargo, también se acusan diferencias notables en los objetivos que se persiguen y en las formas de realizar la reducción. La fenomenología pretende constituirse en una ciencia descriptiva de las vivencias tal como se presentan de inmediato a la conciencia pura. En oposición a la creencia natural de que los fenómenos corresponden a objetos externos, la fenomenología deja en suspenso la realidad del mundo exterior y la reduce a la totalidad de lo que aparece, de lo inmediatamente dado a la conciencia. Y nada más. Este es el principio fundamental de la fenomenología: No trascender, no ir más allá, de lo inmediato dado a la conciencia y tal como es dado. Consecuentemente, la reducción fenomenológica supone el paso previo para la renuncia a toda metafísica. Por el contrario, la reducción fetasiana es la etapa inicial de la búsqueda consciente de una nueva metafísica que sólo aspira, en expresión evangélica, a perder la vida para encontrarla. Para los fetasianos no se trata tanto de poner entre paréntesis la realidad, sino de purificarla, de despojarla de los disfraces con que el hombre la ha encubierto, abriendo así las puertas de la percepción a la verdadera realidad descontaminada de lo humano.
Tanto la epojé fenomenológica como la reducción fetasiana son relativamente fáciles de enunciar, pero prácticamente imposibles de llevarlas a cabo con toda su pureza. Para irse aproximando a sus radicales exigencias se requiere un largo y riguroso aprendizaje, o estar ya en una determinada "situación". A este respecto creo que pudiera resultar esclarecedor comparar la reducción -fenomenológica de Sartre, tal como se muestra en La Náusea, con la reducción fetasiana. En primer lugar, la situación existencial que hace proclive a la reducción. Roquentin, el protagonista de La Náusea, se encuentra en una estado de falta de interés, de desasimiento del propio ser. En Fetasa, en cambio, Ramón comienza sus avatares viviendo su agonía o su muerte. De aquí parten los fetasianos para iniciar su reducción: vivir imaginativamente la propia muerte. Un tema fundamental del existencialismo, la muerte, la propia muerte. El existencialismo y los fetasianos desmienten la máxima de Rouchefoucauld de que el hombre no puede mirar de frente ni al sol ni a la muerte. Para Heidegger la muerte es la estructura misma de la vida humana. El hombre es ser-parala-muerte (Zein zum tode). La plenitud del Dasein, su autenticidad y el dominio de lo intramundano no se alcanzan eludiendo la idea de la muerte, sino asumiendo y experimentando su ser-para-la-muerte, su propia muerteM. Sartre mantiene una posición diametralmente opuesta( Según él, Heidegger
ha cometido el error de identificar muerte con finitud. Pero " la muerte es un puro hecho, como el nacimiento; nos viene desde fuera y nos transforma en afuera". Sartre afirma el carácter heterogéneo que tiene la muerte para el hombre. Es un hecho contingente que pertenece a la pura facticidad. No forma parte, como la finitud, de la estructura ontológica del ser-para-sí. De ahí que en La Náusea no intervenga la muerte en el proceso de reducción fenomenológica y que se parta del estado de desasimiento.
La búsqueda fetasiana deja en suspenso la cuestión de si la propia muerte forma parte de la estructura ontológica del hombre. Sin embargo, la muerte, con el miedo que suscita y que engendra el tenaz aferramiento a la vida, con el vacío atroz que provoca al derrumbar y dejar sin sentido todo proyecto humano, hace que sea uno de los elementos más fuertemente encubridores y deformadores de la realidad. Es la razón oculta de muchas idolatrías, de muchas doctrinas salvadoras. El miedo a la muerte y sus subterráneas ramificaciones están tan enraizados en el hombre que no basta colocarlos entre paréntesis para efectuar una eficaz reducción. Por esto se consideró que lo más efectivo, aceptando el riesgo de una reducción no rigurosa, era asumir la muerte, vivir imaginativamente la propia muerte en sus posibles dimensiones. Con ello se perseguía un triple objetivo: 1) emplear un método activo y enérgico para eliminar el miedo a la muerte y sus implicaciones; 2) iniciar un descentramiento del yo; 3) sembrar un núcleo de dinamismo interno para la metamorfosis en la búsqueda de lo absoluto. Ahora bien, hay que resaltar que no se pretende que el aspirante a fetasiano descubra su individualidad a través de su propio speculum moros, sino precisamente lo contrario, que,,¡va imaginativamente los aspectos de su muerte -aunque sean entré sí contradictorios= que lo descentren y lo alejen de su yo. Sin traducir estas vivencias en una afirmación de inmortálidad personal, pero tampoco sin ahogar el enigma de la muerte dentro de la marcha del devenir del mundo. Vivir la propia muerte como lo heterogéneo con el hombre, que exige plenitud y no despeñarse en la nada; vivirla como el perecer de aquello que está destinado a la vida; vivirla como Hegel, para quien toda finitud pide ser negada, y toda particularidad pide ser universalizada. Vivir la propia muerte como una trayectoria hacia lo totalmente distinto; asistir a la muerte de lo que no es esencial; revivir la muerte de lo que ha sido, la muerte del pasado; sufrir la pasión dionisíaca vida-muerte-resurrección, los tres momentos del misterio. Vivir la muerte con sabor de añejos latines, como el término del status viatoris. El paso de una a otra condición, la muerte iniciática, a la vida por la muerte, retornando al caos, y luego, lentamente, iniciar la marcha a través de profundas tinieblas, allí donde se funde lo real con lo imaginario, allí donde el hombre gastado se va desvaneciendo y comienza a germinar entre las sombras el vencedor definitivo de la vida y de la muerte.
El instalarse y vivir la propia muerte descentrada del yo no sólo cuestiona el ser en su totalidad, sino que lleva a eliminar la creencia en la realidad ontológica de la historia. Se ve el vano esfuerzo del hombre por justificar su existencia extrayendo de la historia el sentido de la vida humana. La historia, el último disfraz del dios ya muerto, es una fuente de idolatrías, de inferiores terrores y ansiedades. La reducción de la historia la viven los fetasianos como la liberación de una pesadilla encadenante. Sartre, que en el fondo era un moralista, acabará como otros encadenado a la historia y a la humana responsabilidad.
También hay que terminar de forma radical con el asfixiante imperialismo de lo social y de lo político. No todo es política. Las dimensiones más esenciales del hombre son ajenas a la política. Así los otros quedaron consagrados a fines superiores y benéficos, mientras que los fetasianos optaron por entretener sus existencias en tareas más humildes y azarosas.
Ninguna de las dos, la reducción sartreana y la fetasiana operan en el vacío. La Náusea se desarrolla en un medio urbano continental; Fetasa, en el entorno de la isla. Lugares que no son simples escenarios donde acontece la peripecia metafísica. Han sido previamente "alterados", reducidos. El medio urbano ha quedado restringido a una oscura ciudad de provincias, Bouville, con unos personajes de vida apagada, sin horizontes. En su estudio sobre Sartre, R M. Albéres (señala como una de las características de La Náusea la ausencia total de sentido cósmico; si aparecen paisajes son fugitivos, como objetos de conciencia. En efecto, Sartre sólo describe al hombre encerrado en su conciencia humana, aunque en fase de desasimiento. Por otra parte, la reducción del medio urbano llega en La Náusea hasta la clausura provinciana de Bouville. En Fetasa será justamente lo contrario. Lo cósmico satura toda la narración. La isla, reducida, despojada de lo humano y de sus tópicos atributos -paraíso o infiernono se cierra sobre sí misma sino que se abre a un universo puro, no humano y primario, que provocará terror pero también cósmica efusión. "Así la encontré yo. Estéril y abrupta. Seca. Nadie vive en ella sino yo, y ya es mía para siempre". Esta reducción fetasiana de la isla, eliminando todo lo humano, lo expresa de forma inequívoca Arozarena en Altos crecen los cardos:
Esta isla vacía de hombres y mujeres,
de amigos y enemigos y de humanas pasiones,
isla sin argumento limpia de corazón, de volcanes extintos, hecha para el árbol, para el pez, para el ave.
"Fetasa" no es una religión, pero en Fetasa hay arcanos componentes de una experiencia religiosa primaria ya descritos por los estudiosos de la fenomenología de la religión. En Fetasa el universo irradia poder, el poder de lo ganz andere, de lo absolutamente otro, de lo absolutamente inaccesible. Su poder se hace sentir sobre el hombre como mysterium tremendum, que provoca estupor y pavor, el deima panikon, el terror pánico de los griegos, ese temor a lo sagrado del que hablan Frazer y Freud. Un poder -el Poder- como fuerza absoluta, omnipresente y arbitraria. Frente al mysterium tremendum el hombre está totalmente inerme, en el más total de los desamparos, en la más absoluta indefensión. Sólo cabe implorar o huir. Se desata el delirio de la huida. El hombre se siente esclavo perseguido sin saber por quién. Huir siempre perseguido. Una huida imposible. Porque lo ganz andere trasciende este mundo, pero siempre deja sentir su inexorable presencia. En Fetasa, Juarl advierte a Ramón: "aunque consiga marcharse, que es imposible, volverá, fatalmente, atraído por una energía insoslayable. Volverá solo, sin que lo traigan". Sí, volverá porque el mysterium tremendum, a pesar del pavor que provoca su omnipresencia, es también mysterium fascinans, hace oír su fascinante llamada imponiendo al hombre una tarea absoluta. Es la búsqueda fetasiana. Esa búsqueda en la isla y a través de la isla -el Universo- donde las hierofanías se manifiestan con todo su entenebrecido esplendor.
"Fetasa" no es una religión, pero en Fetasa hay arcanos componentes de una experiencia religiosa primaria ya descritos por los estudiosos de la fenomenología de la religión. En Fetasa el universo irradia poder, el poder de lo ganz andere, de lo absolutamente otro, de lo absolutamente inaccesible. Su poder se hace sentir sobre el hombre como mysterium tremendum, que provoca estupor y pavor, el deima panikon, el terror pánico de los griegos, ese temor a lo sagrado del que hablan Frazer y Freud. Un poder -el Poder- como fuerza absoluta, omnipresente y arbitraria. Frente al mysterium tremendum el hombre está totalmente inerme, en el más total de los desamparos, en la más absoluta indefensión. Sólo cabe implorar o huir. Se desata el delirio de la huida. El hombre se siente esclavo perseguido sin saber por quién. Huir siempre perseguido. Una huida imposible. Porque lo ganz andere trasciende este mundo, pero siempre deja sentir su inexorable presencia. En Fetasa, Juarl advierte a Ramón: "aunque consiga marcharse, que es imposible, volverá, fatalmente, atraído por una energía insoslayable. Volverá solo, sin que lo traigan". Sí, volverá porque el mysterium tremendum, a pesar del pavor que provoca su omnipresencia, es también mysterium fascinans, hace oír su fascinante llamada imponiendo al hombre una tarea absoluta. Es la búsqueda fetasiana. Esa búsqueda en la isla y a través de la isla -el Universo- donde las hierofanías se manifiestan con todo su entenebrecido esplendor.
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