Vivió solo 65 años, pero los últimos de su vida fueron marcados por el desarraigo que marcó el alzheimer. Luchador por la democracia, militante de la izquierda, periodista con vocación social y autor de Antípodos, Premio Prensa Canaria, una novela importante, así como de numerosos trabajos poéticos y del monumental Diccionario del español que se habla en Canarias, un empeño descomunal que editó el Centro de la Cultura Popular Canaria. Tanto tiempo después, Alfonso sigue mereciendo el homenaje de sus antiguos compañeros de generación: gente que acompañaron en su empeño como Pepe Alemán, Herminia Fajardo, Rafael González Morera, incluso José Carlos Mauricio y hasta yo mismo, pues junto con personas ya fallecidas como Pepe Rivero, Santiago Betancor Brito, Paco Cansino y otros compartimos espacios en los periódicos de la entonces Editorial Prensa Canaria. Era una camada de comunicadores comprometidos con el avance social, con el testimonio político de la disidencia en los últimos años de la dictadura, aquellos finales de los 60, aquellos 70 todavía dubitativos. Eran los tiempos atrevidos de Sansofé, una revista que padeció innumerables multas y expedientes. Eran los tiempos de hablar de las injusticias sociales: por ejemplo la lacra de la aparcería, con sus reminiscencias feudales.
Alfonso O'Shanahan, periodista,
narrador, poeta, solo vivió 65 años en la isla en la que pasó casi toda su
vida, excepto el tiempo que marchó a Madrid para estudiar matemáticas, hasta
que se convenció de que su porvenir eran las palabras y la poesía, el
periodismo y la literatura. A la escritura se dedicó siempre; su primera
pasión, la primordial, fueron los versos; lo recordamos recitando poemas suyos
y de otros, acompañado, siempre, por la inquebrantable Marta Álvarez Hidalgo,
su amor de toda la vida, su mujer. Eran los tiempos de la poesía militante, la
de Agustín Millares Sall, Pedro Lezcano, Francisco Tarajano, Juan Jiménez, José
Luis Pernas y tantos otros de aquella generación de la poesía social en los 60.
Tras la muerte de Franco, fueron los tiempos de los mítines calientes en los
campos de fútbol y los terreros de lucha canaria, con voces como la de Fernando
Sagaseta, aquel trueno en el Congreso de los Diputados. El periodismo fue el
alimento de Alfonso; lo ejerció, a veces más al lado de la literatura o la
cultura y otras veces más al lado de la política, sobre todo en los medios del
grupo Prensa Ibérica, de cuyo periódico La Provincia fue subdirector; dirigió
también la radio del grupo, aquella meritoria Radio Canarias-Antena 3 que en su
tiempo fue muy innovadora. Era, sobre todo, un hombre noble, tranquilo y
apasionado cuando era necesario defender los ideales, la injusticia y el
caciquismo eran sus enemigos. Era un canario humilde pero pertinaz en su
empeño, y se mantuvo a pie firme hasta el fin, hasta cuando la enfermedad le
arrebató el conocimiento y el recuerdo. Su esperanza se la dio el testimonio
personal, la crónica urgente que significa sacar a la calle el periódico de
cada día, la crónica urgente e imprescindible. La enfermedad que padeció es la
mayor crueldad, porque borra hasta los últimos depósitos de tu memoria, te
aísla, te enajena. Te sitúa al margen.
Hijo del doctor Rafael O’Shanahan, una
figura destacada de la psiquiatría, a quien está dedicada la plaza delante de
la sede de la Presidencia del Gobierno canario en la ciudad de Las Palmas, siempre
había en el ejercicio de su vocación poética un aliento de su oficio, que era
fijarse en la actualidad, y enfadarse con ella, indagar en ella para estar en
desacuerdo. La suya fue una generación de la contestación y de la rebeldía, y
él ejerció el empeño sin doblez, contra esto y aquello, como periodista, como narrador
y como poeta, y como conversador atento. Eran tiempos de protestar: estaba
Franco vivo, el desarrollismo económico y turístico no traía aparejado el
florecimiento de las libertades. Estaba también la guerra del Vietnam y por eso
recordamos una proclama que escribió en sus años universitarios, toda una reclamación
contra la guerra, uno de los asuntos que fueron metáfora de la rabia de su
generación: "Para execrable memoria de nuestro tiempo...", comenzaba
aquel escrito, en el que despuntaba su retórica tranquila y a la vez exigente, de
un militante que nació en la época en la que militar ya conllevaba una condena
del belicismo y del imperialismo. Eran tiempos de Bob Dylan y Joan Báez,
tiempos de gritar no.
Cursó sus primeros estudios en el Viera
y Clavijo, desde donde se fue a La Laguna, para luego marchar a Madrid a cursar
Ciencias Matemáticas en la Complutense. Sin embargo, como decíamos antes, abandonó
sus estudios para dedicarse de lleno a su pasión: escribir. Durante sus más de
treinta años de trayectoria profesional estuvo vinculado a la Editorial Prensa
Canaria. Fue redactor y más tarde subdirector de La Provincia, director de
Radio Canarias-Antena 3 entre 1986 y 1994 y articulista de Diario de Las Palmas
y de Canarias Económica, publicando series como Ideograma, Crónicas mundanas y
seculares, Crónicas diacrónicas, El laberinto de las hadas, Memorial para un
fin de siglo, así como Torres de Viento, en las que reflexionaba sobre
distintos temas de actualidad. En la literatura cultivó la poesía, la novela y
el ensayo. Entre sus obras destacan Trabajadoras, Caminos viejos de Gran
Canaria, La Luz, puerta de Canarias, Antípodos, cien años de expiación, una
novela seria; además, Solsticio de verano y Torres de viento. Una de sus
últimas publicaciones fue el Diccionario del habla canaria, un trabajo que le
llevó años de estudio y elaboración y que recopila más de trece mil voces del
habla de las siete islas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario