Roma, la
ciudad que ha muerto y renacido tantas veces, es –junto a Nueva York y París– uno
de los escenarios preferidos por el cine. Para nuestra cultura resulta cercana,
pues los italianos, esos primos hermanos nuestros, gesticulan, hablan alto, se
apasionan o se decepcionan con la misma prisa que lo hacemos por aquí, les
gusta el fútbol, entienden la vida como un espectáculo. Este es un espacio de
rituales que se construye sobre las capas del pasado, no en vano el Papa es el
heredero de los antiguos emperadores, gracias a la Iglesia Católica ha vuelto a
ser ciudad imperial, los papas son monarcas de ámbito universal y el Vaticano
resplandece en sus tronos. Y ahora hay un latinoamericano que conecta con las
masas, vive en una modesta residencia sin utilizar los salones del palacio, inevitable
que la gente piense que la curia le impide ir más allá en su afán de
renovación.
Con gran
equipaje monumental se alza como un escenario decadente, cercano y sentimental, que ha dado
pie a obras maestras. No es un decorado sino que personifica la provocación, la
rebeldía y también la estética, todo agitado en un cóctel genial. Podemos citar
solo unas cuantas: La gran belleza,
de Sorrentino, en 2013; Gente de Roma,
de Scola, 2005; Una jornada particular,
también de Scola, 1977, nada menos que con Sophia Loren y Mastroianni; Mamma Roma, 1962, de Pasolini, con Ana
Magnani; Roma, de Fellini, 1972; Vacaciones en Roma, de W. Wyler, 1953; Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, 1948; Roma, ciudad abierta, de Rosellini, 1945 y, por supuesto, La dolce vita, también de Fellini, de
1960, prohibida por el Vaticano y el franquismo y que solo se estrenó en España
en 1980, considerada una de las mejores películas de la historia. Imborrable la
secuencia de la fuente de Trevi con Mastroianni y la sueca Anita Ekberg,
aquella sensual provocación. En las películas a ella dedicadas caben desde un
desfile de moda eclesiástica a la obsesiva recreación de los prostíbulos, desde
la pobreza y la escasez tras la II Guerra Mundial a la belleza de sus fuentes,
desde el fascismo de Mussolini al apogeo de la Democracia Cristiana y el
Partido Comunista, desde el lirismo a la sátira, la farsa y el humor negro, de
la nostalgia a lo truculento sin solución de continuidad, desde la pobreza de los
barrios marginales a sus arterias comerciales, la elegancia de su moda y su
diseño, la potencia de su industria automovilística y la constatación de que la
Mafia debe continuar existiendo por debajo. La ciudad se mira en el Tíber con
una sonrisa corrosiva, una mirada cruel, pues los romanos se ríen de sus miserias.
El país tiene una economía productiva, la destrucción de empleo en la crisis
fue ridícula si la comparamos con España. Y la capital es, como siempre, esa
ciudad amigable construida sobre dos mil quinientos años de historia. A ella
siempre hay que volver porque con sus basílicas, sus obeliscos de Egipto y sus
cúpulas, sus bosques de columnas y sus estatuas, sus Siete Colinas y sus
iglesias, muestra una decadencia esplendorosa. Con esa capacidad de burla que
tienen los italianos para afrontar las adversidades, el sentimiento del bufón. La
Roma del arrepentimiento y la carnalidad lasciva, las Vírgenes y los sátiros,
los Cristos, los Bautistas, las Venus. La Roma de los museos y la Roma pícara de
la calle.
Para la
audiencia papal al mediodía de los domingos es convocada la multitud en la
plaza de San Pedro, paraguas bajo la llovizna. La megafonía es potente, nítida,
se luce la marca japonesa que la instaló. La plaza se convierte en una fiesta,
con niños de colegios de la lejana Sicilia que han venido de peregrinación con
sus profesores, al aire multitud de banderas argentinas, polacas, españolas. Este
papa ha ganado mucho respecto a su predecesor alemán, tan distante, sin
carisma. Cuestión del carácter germánico frente a la llaneza argentina, la
comunicación frente al hermetismo. Así nos lo explicó la guía que nos llevaba a
las catacumbas Domitila, galerías excavadas en toba tan húmeda que parece a
punto de desplomarse. El espectáculo funciona,
no en vano impresiona la basílica de San Pedro, la enormidad de los Museos, la
magistral Piedad de Miguel Ángel.
Roma es burguesa
y proletaria, vital, hedonista, contradictoria. Roma es una puta vieja con esos
enormes pechos que tanto fotografiaba Fellini, Roma es la rebeldía de Pasolini,
Roma es el asesinato de Aldo Moro, Roma es la frivolidad de las fiestas en los
viejos palacetes, Roma es la grandeza de Santa María la Mayor y la
multiplicación de las iglesias, las piedras venerables del Coliseo, las termas,
los acueductos, las murallas que de poco sirvieron cuando llegaron los bárbaros.
De noche tú esperas que se presente refulgente y sin embargo la iluminación de
sus fuentes y sus monumentos es débil, como si quisiera contribuir al misterio
de las ruinas y la muerte. Románica, renacentista y sobre todo barroca, ya no
tiene el esplendor de la Via Veneto de La
dolce vita pero sí conserva la clase de los que tuvieron mucho y todavía
pueden sacar al balcón las joyas de la familia, algo parecido a lo que sucede
en Venecia. Así que esta ciudad en penumbra –apenas vimos algo de botellón juvenil en el
Trastevere, justo delante de la iglesia de Santa María- brilla a pesar del
color tierra con el que están pintadas las viviendas populares.
El taxista que
nos conducía nos preguntó de dónde éramos. De España, más concretamente de
Canarias, le dijimos. Ah, Canarias: Fuerteventura es maravillosa. Cada año
vamos una semana mis cuñados y mi familia, tomamos un coche de alquiler por
poco dinero, comemos, bebemos y adoramos sus playas. Nos encanta, repite. No es
extraño porque en Fuerteventura hay una colonia italiana, en Corralejo
británicos e italianos son mayoría, han fundado negocios, pagan menos
impuestos, no compran ropa de invierno, no necesitan calefacción. En Italia la
izquierda se ha hundido porque las condiciones ya no son las mismas. Lo
sorprendente es que, con su crisis permanente, sigue funcionando. Tampoco
Berlusconi fue un dechado de democracia, y a pesar de sus pecados ganó más de
una vez con mayoría absoluta; el país vive una permanente crisis política, hay
denuncias de corrupción, pero no importa. Y esta ciudad en otoño se refresca y casi
entra en cuaresma, preparando el estallido de las multitudes del verano. Ci vediamo presto. Hasta pronto.
(Ilustración de La dolce vita)
(Ilustración de La dolce vita)
Será por el cariño al modo italiano, será por la preferencia del buen cine de mi juventud, será porque el artículo está muy bueno, pero me encantó.
ResponderEliminarGracias, Juan Tú siempre tan pendiente de todo
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