miércoles, 2 de noviembre de 2016

Tumbas en Yorkshire: las hermanas Brönte y Sylvia Plath


    Fue precisamente tras Halloween cuando recibimos la invitación para un viaje a Inglaterra. Visitamos Manchester, Liverpool, Leeds y Birmigham; en estas dos últimas universidades presentamos la traducción al inglés de Las espiritistas de Telde ante alumnos del Instituto Cervantes. En pleno otoño, ya se contemplaba alguna lengua de nieve en nuestro camino a Yorkshire occidental, pues Rosario y yo marchábamos hacia Haworth, el lugar donde reposan los huesos de las hermanas Brönte, las de Cumbres Borrascosas, Jane Eyre y otros importantes títulos. “Muy cerca de aquí, en Heptonstall, está la tumba de otra mujer de gran vigor literario y poca suerte, Sylvia Plath”, nos dijo nuestra anfitriona, la poeta Yolanda Soler, medio santanderina y medio canaria, cuando desde el tren observábamos los páramos, los espacios yermos de uno de los paisajes más importantes de la creación literaria en lengua inglesa. Mujer profundamente inquieta, después de sus etapas en Chile, Mánchester y Varsovia, Yolanda ahora es residente en Marrakech cerca del gran Juan Goytisolo.

    Atravesando este paisaje se daba uno cuenta de estar ante una naturaleza potente y sombría, donde los libros cuentan que se acumularon sucesos terribles. Por una parte, los rigores del clima, el frío y el viento, el aguanieve que nos recibía. Y además tratábamos de escudriñar esos espacios atávicos, con pequeñas elevaciones, pantanos y granjas abandonadas, simples ruinas seguramente contemporáneas de los personajes que viven en las páginas de Cumbres Borrascosas, esa historia en la que las pasiones más elementales se desatan.

    Los viajes son el mejor antídoto contra los nacionalismos de vía estrecha, y a fe que los canarios han sido un pueblo viajero, precisamente a través de las hambrunas y las guerras que les obligaron a emigrar. Por nuestro propio carácter, somos producto de un intenso mestizaje que nos ha hecho tolerantes y con tendencia cosmopolita. Además, con los británicos hemos tenido unas relaciones muy especiales, podemos decir que ellos fueron los primeros que construyeron nuestra modernidad. En nuestro periplo Haworth era un escenario perfecto: la niebla, la llovizna, la sensación de frío en el cementerio junto a la iglesia, las tumbas medio abandonadas, un bed and breakfast en el lateral. Y enfrente está la casona parroquial que hoy es un museo donde se exponen objetos personales de las hermanas, que ocuparon este espacio ya que su padre era pastor anglicano. En vano el párroco actual sigue reclamando ayuda para rehabilitar la iglesia donde reposan las escritoras, es un centro de peregrinación de los lectores pero debe ser que la crisis llega a todas partes y el dinero siempre falta para los cometidos de índole cultural. Y recordando las páginas de la novela, rememoramos los amores desesperados, las ofensas y las venganzas, las casas y los prados repletos de fantasmas, el amor y la muerte, la desesperación de sabernos mortales con la imperiosa necesidad de creer que hay algún tipo de vida en el más allá.

     No pudimos hurtarnos al drama de Sylvia Plath, la poeta norteamericana que solo vivió 31 años marcados por la depresión y la desgracia, y que acabó suicidándose con gas en la cocina de su casa después de dar el desayuno a sus niños. Cómo no rememorar ese poema dedicado al padre, que comienza así: ”Ya no, ya no / ya no me sirves, zapato negro, / en el cual he vivido como un pie / durante treinta años, pobre y blanca, / sin atreverme apenas a respirar o hacer / achís. / Papi: he tenido que matarte. / Te moriste antes de que me diera tiempo… / Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios…”

    En aquel viaje nos internamos en el puerto de Liverpool, buscando alguna reminiscencia del célebre poema de José María Millares, que, escrito en 1949, conserva toda su fuerza. A fe que hoy el puerto de la hermosa ciudad de los Beatles es un espacio tecnológico limpio y funcional, en el que no cabe adivinar el ambiente de lucha obrera, opresión y miseria que nos describe el gran poeta canario. Pero aquel fue nuestro pequeño homenaje, el de recorrer un lugar que ya quedó mágicamente fijado en las letras insulares, y que ha sido reconocido con los galardones póstumos que recibió el poeta. José María es el autor que fue inicialmente incomprendido por sus coetáneos, y que recibió el Premio Canarias a una edad muy avanzada, tras muchas intentonas y casi a las puertas del sepulcro, casi in articulo mortis. Escuchemos su voz: Y sobre el último dolor de la tierra, / y sobre el último dolor de mis manos, tanteando el duro cemento de / una puerta vacía, / y sobre la última agonía de las aguas está flotando mi corazón, señores, mi corazón. / Por favor, abridme paso, dejadme cruzar este túnel de plomo, / que quiero ser el primero en llegar con mi sangre a los muelles de / Liverpool.   

    Tras los divertimentos del verano y antes de que nos posea la fiebre consumista de Navidad, esa borrachera de euforia y conmemoraciones familiares no siempre apetecibles, Noviembre nos trae un espacio de reflexión sobre la vida y el más allá. Precisamente ahora que tanto se habla del derecho a una buena muerte, el firme deseo que algunas personas tienen a que no se prolongue artificialmente sus vidas, la aspiración a una eutanasia que va abriéndose paso por ahora solo en unos pocos países. Todo lo nuevo cuesta, de la misma forma que se abrió paso el matrimonio entre personas del mismo sexo y de la misma forma que tarde o temprano se abrirá paso la legalización de la marihuana. Si hemos de entender la muerte como un tránsito normal de la vida, un epílogo que por igual les llega a todos los seres vivos, tengamos o no ideas religiosas que nos reconforten ante el tránsito, todos aspiramos a una salida digna de este mundo con compasión y sin dolor ni crueldad hospitalaria ni sufrimiento. Fue algo que no logró tener Sylvia Plath, esa mujer profundamente dolorida que ya nos anticipó su mundo convulso en aquel poema titulado Últimas palabras: No quiero una caja sencilla, quiero un / sarcófago / de atigradas listas y un rostro pintado, / redondo / como la luna, que mire, quiero / estar mirándolo cuando lleguen…”  

    Las hermanas Bönte y Sylvia fueron mujeres de trágico destino, desaparecidas precozmente por enfermedades del cuerpo y de la mente. Sus novelas y sus poemas son de lectura obligatoria porque fueron mujeres que plantaron cara al mundo, lucharon por la dignidad de la mujer, inventaron una literatura más fresca y vital y precisamente por todo ello  más de una vez tuvieron que ocultarse tras seudónimos para eludir la censura de una sociedad victoriana, hipócrita y pacata como en realidad es toda la sociedad occidental.  

(Ilustración: Rosario Valcárcel y yo, en el cementerio de Haworth; al fondo, la casa de las hermanas Brönte)

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