miércoles, 9 de noviembre de 2016

La era del pánico


Las reglas del juego limpio han sido violentadas, debe ser que nos adentramos en la era del miedo extremo, miedo a los inmigrantes, a los refugiados, al cambio climático, a los bancos, a los políticos y a la política. La crisis ha sembrado desconfianza, y por ello han venido los antisistema, el Brexit y Donald Trump. Antes aparecieron en escena Le Pen, Berlusconi y Putin, y no olvidemos que en breve habrá elecciones en Francia y en Alemania, los seguidores de la ultraderecha se frotan las manos sobre todo en el país que limita con los Pirineos. El nacionalismo patriotero arrasa en todas partes, y ello supone el final de la gestión pública tal como la entendíamos. Europa asiste estupefacta al desenlace inesperado, el desconcierto generado tras el resultado ha sido mayúsculo, pero al final se impondrá el pragmatismo y los negocios volverán a ser rentables para los de siempre.
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La cuestión es preguntarnos si seguirán siendo válidos los valores del mundo occidental cuando la primera potencia cae en manos de un personaje tan peculiar. El discurso tras la victoria intentó ser conciliador, pero todavía nos preguntamos si un hombre tan exaltado será un buen gestor no solo para su país sino para el resto del planeta. ¿De qué han servido los editoriales de los principales periódicos, de qué han servido las llamadas de advertencia de lo que podría suceder el 8-N, de qué sirvió la alarma que muchos sembraron si la CNN y las grandes cadenas de TV nos estaban agigantando la figura de Trump? Puede también que Hillary haya sido vista como una candidata demasiado oficialista, demasiado vinculada al sistema, no olvidemos que en su propio partido tuvo un serio contrincante antes de ser proclamada candidata de los demócratas.

Nos encontramos en la cresta de la ola conservadora, así sucede cuando llegan las crisis de profundo calado. El magnate pone en duda los efectos del cambio climático y se atrevió incluso a ir a México para, delante del presidente y sin que este se atreviera a replicarle, seguir amenazando con poner una muralla que impida la llegada de los indeseables. Y lo sorprendente es que pudiera hacer ese nuevo ejercicio de desprecio sin que nadie le cantara las cuarenta. Porque no ha sido demasiado extraño que este lenguaraz y peligroso candidato se haya llevado el gato al agua si lo que manda es la tendencia de los gobiernos que han surgido en los países del Este, la figura de la británica Teresa May y el Brexit que apoyó con entusiasmo. El gigante norteamericano condiciona las bolsas, el comercio, la banca y el pensamiento cultural del mundo, con lo cual las cosas ya no serán exactamente las mismas, y mucho menos para los países deprimidos del sur.

Hillary podría haber sido la primera presidenta, pero la polémica no la abandonó por el uso de correos privados mientras era secretaria de Estado así como también recibió críticas por las actividades de la Fundación Clinton. Digamos que por una causa y por otra se convirtió en una candidata no muy agradable, también contribuyó a ello la sospechosa actitud conspiratoria del FBI en la última hora preelectoral resucitando el asunto de los correos que ya estaba en segundo plano. Algunos analistas argumentaron que los dos candidatos eran malos de solemnidad.

¿Qué pasará ahora con el ligero avance hacia la normalización que Obama había emprendido respecto a Cuba, y qué sucederá en las relaciones norteamericanas con la Unión Europea? Y aquella pequeña reforma sanitaria que Obama quería hacer para beneficiar a las clases más desfavorecidas se irá al traste. Y la amenaza de reducir gastos en defensa podría suponer que, ante una disminuida OTAN, Europa ha de encargarse de su propia defensa, con lo que ello supondrá en los presupuestos de las naciones.

A comienzos de septiembre escribimos un artículo titulado Donald Trump y el apocalipsis. Ni ha valido la llamada a las mujeres ni al electorado hispano ni tampoco a los afroamericanos, el desplome de la candidata ha sido total en votos electorales, no así en votos populares. Es otra consecuencia del endiablado sistema electoral que rige allí. Y es que, además, la civilizada y europea Nueva York tiene poco que ver como eso que comúnmente entendemos como la América profunda, es decir el ala rural y ganadera, los descendientes de los blancos, anglosajones y protestantes, la herencia de los puritanos que fundaron la nación.

Trump ha manejado el lenguaje populista que tanto se lleva, y supo recoger la herencia recibida de las propuestas escandalosas del Tea Party. Lo cierto es que el Estado del Bienestar está cada vez más amenazado por la recesión, los recortes y el triunfo del individualismo, y ahí aplicará su promesa de disminuir impuestos que entrañará una mayor caída de los derechos sociales. Y al erigirse en presidente tendrá enfrente a una Europa en crisis de identidad, un continente en riesgo de desilusión y desintegración, donde crece el escepticismo. Él se definió como firme partidario de la salida de Gran Bretaña, y guiará a una Europa en la que el extremismo gana posiciones de año en año, no solo en el antiguo bloque del Este sino también en la Europa occidental y nórdica. A China la pondrá en su sitio y la obligará a devaluar su moneda, forzará al gigante asiático a cambiar sus estándares ambientales y laborales; además se llevará bien con Putin, otro caudillo de su calaña.

Preveíamos hace dos meses que es seguro que el señor Rajoy se relacionará bien con el nuevo presidente. En realidad, la economía y la política son tan pragmáticas que seguramente el huracán Trump nunca llegará convertirse en el apocalipsis que anunciaban sus declaraciones extemporáneas, la prueba es que poco después de obtener la victoria ya intentó modular su discurso, antes tan intransigente y amenazador. El capitalismo, cuando conviene, sabe aparentar un rostro humano porque sistema es capaz de digerirlo todo, se convierte en una trituradora de todo lo que le echen y hace mucho que las revoluciones ya no son posibles. Pero al final de estos próximos cuatro años ¿llegaremos a ver a Trump como un personaje conciliador, capaz de aceptar a los que no piensan como él, capaz de aceptar a los que vienen de fuera, siendo como es descendiente de inmigrantes y con una mujer procedente de la antigua Yugoslavia? Y ¿qué sucederá cuando gane su segundo mandato presidencial y tenga ya 78 años cumplidos?

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