Las reglas del juego limpio han sido
violentadas, debe ser que nos adentramos en la era del miedo extremo, miedo a
los inmigrantes, a los refugiados, al cambio climático, a los bancos, a los
políticos y a la política. La crisis ha sembrado desconfianza, y por ello han
venido los antisistema, el Brexit y Donald Trump. Antes aparecieron en escena Le Pen, Berlusconi
y Putin, y no olvidemos que en breve habrá elecciones en Francia y en Alemania,
los seguidores de la ultraderecha se frotan las manos sobre todo en el país que
limita con los Pirineos. El nacionalismo patriotero arrasa en todas partes, y
ello supone el final de la gestión pública tal como la entendíamos. Europa
asiste estupefacta al desenlace inesperado, el desconcierto generado tras el
resultado ha sido mayúsculo, pero al final se impondrá el pragmatismo y los
negocios volverán a ser rentables para los de siempre.
La cuestión es preguntarnos si seguirán
siendo válidos los valores del mundo occidental cuando la primera potencia cae
en manos de un personaje tan peculiar. El discurso tras la victoria intentó ser
conciliador, pero todavía nos preguntamos si un hombre tan exaltado será un
buen gestor no solo para su país sino para el resto del planeta. ¿De qué han
servido los editoriales de los principales periódicos, de qué han servido las
llamadas de advertencia de lo que podría suceder el 8-N, de qué sirvió la
alarma que muchos sembraron si la CNN y las grandes cadenas de TV nos estaban
agigantando la figura de Trump? Puede también que Hillary haya sido vista como
una candidata demasiado oficialista, demasiado vinculada al sistema, no
olvidemos que en su propio partido tuvo un serio contrincante antes de ser
proclamada candidata de los demócratas.
Nos encontramos en la cresta de la ola
conservadora, así sucede cuando llegan las crisis de profundo calado. El
magnate pone en duda los efectos del cambio climático y se atrevió incluso a ir
a México para, delante del presidente y sin que este se atreviera a replicarle,
seguir amenazando con poner una muralla que impida la llegada de los
indeseables. Y lo sorprendente es que pudiera hacer ese nuevo ejercicio de desprecio
sin que nadie le cantara las cuarenta. Porque no ha sido demasiado extraño que
este lenguaraz y peligroso candidato se haya llevado el gato al agua si lo que
manda es la tendencia de los gobiernos que han surgido en los países del Este,
la figura de la británica Teresa May y el Brexit que apoyó con entusiasmo. El
gigante norteamericano condiciona las bolsas, el comercio, la banca y el pensamiento
cultural del mundo, con lo cual las cosas ya no serán exactamente las mismas, y
mucho menos para los países deprimidos del sur.
Hillary podría haber sido la primera
presidenta, pero la polémica no la abandonó por el uso de correos privados
mientras era secretaria de Estado así como también recibió críticas por las actividades
de la Fundación Clinton. Digamos que por una causa y por otra se convirtió en
una candidata no muy agradable, también contribuyó a ello la sospechosa actitud
conspiratoria del FBI en la última hora preelectoral resucitando el asunto de
los correos que ya estaba en segundo plano. Algunos analistas argumentaron que
los dos candidatos eran malos de solemnidad.
¿Qué pasará ahora con el ligero avance
hacia la normalización que Obama había emprendido respecto a Cuba, y qué
sucederá en las relaciones norteamericanas con la Unión Europea? Y aquella
pequeña reforma sanitaria que Obama quería hacer para beneficiar a las clases
más desfavorecidas se irá al traste. Y la amenaza de reducir gastos en defensa
podría suponer que, ante una disminuida OTAN, Europa ha de encargarse de su
propia defensa, con lo que ello supondrá en los presupuestos de las naciones.
A comienzos de septiembre escribimos un
artículo titulado Donald Trump y el apocalipsis. Ni ha valido la llamada a las
mujeres ni al electorado hispano ni tampoco a los afroamericanos, el desplome
de la candidata ha sido total en votos electorales, no así en votos populares.
Es otra consecuencia del endiablado sistema electoral que rige allí. Y es que,
además, la civilizada y europea Nueva York tiene poco que ver como eso que
comúnmente entendemos como la América profunda, es decir el ala rural y
ganadera, los descendientes de los blancos, anglosajones y protestantes, la
herencia de los puritanos que fundaron la nación.
Trump ha manejado el lenguaje populista
que tanto se lleva, y supo recoger la herencia recibida de las propuestas escandalosas
del Tea Party. Lo cierto es que el Estado del Bienestar está cada vez más
amenazado por la recesión, los recortes y el triunfo del individualismo, y ahí
aplicará su promesa de disminuir impuestos que entrañará una mayor caída de los
derechos sociales. Y al erigirse en presidente tendrá enfrente a una Europa en crisis
de identidad, un continente en riesgo de desilusión y desintegración, donde crece
el escepticismo. Él se definió como firme partidario de la salida de Gran
Bretaña, y guiará a una Europa en la que el extremismo gana posiciones de año
en año, no solo en el antiguo bloque del Este sino también en la Europa
occidental y nórdica. A China la pondrá en su sitio y la obligará a devaluar su
moneda, forzará al gigante asiático a cambiar sus estándares ambientales y
laborales; además se llevará bien con Putin, otro caudillo de su calaña.
Preveíamos hace dos meses que es seguro
que el señor Rajoy se relacionará bien con el nuevo presidente. En realidad, la
economía y la política son tan pragmáticas que seguramente el huracán Trump
nunca llegará convertirse en el apocalipsis que anunciaban sus declaraciones
extemporáneas, la prueba es que poco después de obtener la victoria ya intentó
modular su discurso, antes tan intransigente y amenazador. El capitalismo,
cuando conviene, sabe aparentar un rostro humano porque sistema es capaz de
digerirlo todo, se convierte en una trituradora de todo lo que le echen y hace
mucho que las revoluciones ya no son posibles. Pero al final de estos próximos
cuatro años ¿llegaremos a ver a Trump como un personaje conciliador, capaz de
aceptar a los que no piensan como él, capaz de aceptar a los que vienen de
fuera, siendo como es descendiente de inmigrantes y con una mujer procedente de
la antigua Yugoslavia? Y ¿qué sucederá cuando gane su segundo mandato
presidencial y tenga ya 78 años cumplidos?
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