Como se puede comprobar en los listados
de libros más vendidos que aparecen en Internet, los términos de literatura infantil y juvenil están
profundamente unidos en el panorama editorial español. Si a esto añadimos que
muchos piensan que la literatura juvenil es un fenómeno inexistente fruto de
los mercados y las editoriales, nos damos cuenta de lo difícil que es
analizarla por separado.
Con la obra Matilda, de Roald Dahl pasa algo muy curioso. Es
uno de los 100 mejores libros juveniles de todos los tiempos, según la revista
Time y sin embargo ese libro, y en general toda la obra de Roald Dahl (con cuya mención le homenajeamos en el
centenario de su nacimiento), es muy leída también por adultos. En
ocasiones así, las etiquetas pueden estar de más y en literatura, como vemos en
este caso, únicamente son útiles para distribuir los libros en las librerías.
Lo que no podemos negar es que la
literatura juvenil está creciendo en estos últimos años: Los juegos del
hambre, Hush Hush, El teorema Ktherine, Ciudades de papel, El corredor del
laberinto, Las luces de septiembre, Melocotón loco, Bajo la misma estrella,
Divergente, Cazadores de sombras son algunos de los libros más
vendidos. Constantemente nos bombardean con abundante número de títulos y
propuestas de nuevas colecciones que dan gran dinamismo a este sector. En esto
tienen mucho que ver los autores porque a los consagrados a la literatura
juvenil como Jordi Serra i Fabra, Alfredo Gómez Cerdá, Andreu Martín, Care
Santos, Enric Lluch o Fernando Marías se han unido nuevas promesas como Felipe
Juaristi, Laura Gallego, Gonzalo Moure y otros muchos más que habitualmente
escriben para adultos, pero que han visto grandes posibilidades en este
mercado: José María Merino, Rosa Montero, Marina Mayoral o Gustavo Martín
Garzo.
Según el Ministerio de Cultura en
su informe sobre la literatura infantil y
juvenil del 2007 “el sector
más difícil es la población juvenil, de 12 a 17 años, por sus especiales
características de desarrollo y socialización y las preferencias de ocio entre
los jóvenes”. Ya tenemos el baremo de edad de los consumidores de
literatura juvenil. Dicho informe añade: “A los jóvenes les interesan
las lecturas de entretenimiento y aventuras y aquellas cuyo contenido tienen
relación con sus problemas y su psicología”. A tenor de esta afirmación,
nos damos cuenta de que no podemos decir que la diferencia entre literatura
juvenil y la de adultos difiera en los temas ―que al final son los mismos
grandes temas de todos los tiempos: el amor, la guerra, el poder, las
injusticias etc.― sino en las características de los elementos narrativos, como
señala Silvia Adela Kohan en su libro “Escribir
para niños”. Si hojeamos cualquier libro de los
citados anteriormente, podemos comprobar que los personajes son perfilados para
que se identifiquen con el público al que va dirigido; la interiorización
psicológica disminuye en favor de la acción y los géneros narrativos se entrecruzan y
fusionan.
¿Y los jóvenes, qué libros leen en el
periodo escolar? ¿Leen los que están dirigidos a ellos y son actuales? En este
periodo de la Educación Secundaria es donde los alumnos tienen el primer
contacto con la asignatura de Literatura y es el momento en el que abordan a
los principales autores y las obras maestras de nuestras letras. Con el
tradicional corpus de obras clásicas, estamos viendo que no se consiguen los
índices de lectura deseados, más bien todo lo contrario: desciende el interés
por la lectura, pues enseguida el alumno asocia esas obras a una imposición del
profesor. En vista de ello, sería interesante contar con esta literatura
juvenil en el currículo escolar, ya que tanto por su forma como por su
contenido puede llegar con mayor facilidad a este sector de la población. Pedro
Cerrillo en su artículo “Educación literaria y canon escolar” afirma lo
siguiente:
“Todo canon escolar de lecturas debiera estar formado por obras y autores
que, con dimensión y carácter históricos, se consideran modelos por su calidad
literaria y por su capacidad de supervivencia y trascendencia al tiempo en que
vivieron, es decir, textos clásicos. Pero, junto a ellos, pueden incluirse en
un canon otros libros, de indiscutible calidad literaria, que no hayan
alcanzado esa dimensión de “clásicos” porque no ha pasado aún el tiempo
necesario para que sea posible ese logro”.
Ahora viene el mayor problema: elegir los libros que formen el corpus
literario escolar. Deberían tener unas determinadas
características para cumplir un objetivo fundamental: facilitar el hábito
lector. Para ello, competencia lectora y adecuación del léxico tendrían que ir
de la mano. Habría que lograr un progresivo perfeccionamiento verbal de los
alumnos para lo que se debe apostar por una gradación en la dificultad del
léxico de las obras literarias elegidas y también en la complejidad temática,
estilística y narrativa.
Esta literatura prepararía al alumnado
para dar el paso hacia los grandes clásicos. Actuaría como una literatura de
transición que, además, propondría un diálogo más o menos inteligente entre
libro y lector. Para ello, habría que trabajar con actividades planteadas
después de la lectura para comprobar el nivel de comprensión. Así se uniría el
placer estético a la finalidad didáctica.
También debería ser una literatura
basada en la experiencia, capaz de mostrarles conflictos propios de la juventud
y la forma de resolverlos. Si la obra es de suficiente calidad, conseguirá que
el joven y su entorno se identifiquen con los personajes literarios y así,
ofrecerles una educación literaria más que una enseñanza de la literatura.
Y, por último, esta literatura tendría
que huir de tabúes y moralinas. La
necesidad interior del escritor por contar determinada historia y que todos los
temas tratados con veracidad, rigor y calidad tuvieran su espacio sería lo que
debería primar en la balanza.
Lo que está claro es que los índices de
competencia lectora de los estudiantes españoles están a la baja, según se
demuestra en el informe Pisa de 2012. Algo habrá
que hacer si con la lectura de los clásicos, en la cual sin duda debe
sustentarse la formación humanística de nuestros jóvenes, no acertamos. Ahora
viene muy a cuento esa anécdota que corre por Internet sobre Borges acerca de cómo una estudiante le
preguntó que qué podía hacer si Shakespeare la aburría:
“No hagas nada, simplemente no lo leas y
espera un poco. Lo que pasa es que Shakespeare todavía no escribió para vos; a
lo mejor dentro de cinco años lo hace.”
Por lo tanto quizás, mientras les llega
la hora de tener madurez de pensamiento y capacidad de análisis para disfrutar
de esas obras, sea posible dar cabida en las aulas a esa emergente literatura
juvenil.
(De www.serescritor.com, artículo de Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayor)
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