El progreso es necesario pero, a la vez que progresamos, en ciertos aspectos retrocedemos. Con frecuencia escuchamos frases sobre el
cambio de los tiempos y la pérdida de los valores, el propio papa Francisco ha
recalcado que en estos tiempos el dinero es el valor preponderante, que anula
los preceptos del viejo humanismo, el altruismo, la solidaridad, la piedad, la
justicia social. Cierto que ni los valores ni la moral son parámetros
inamovibles, todo lo contrario: son volubles y circunstanciales. Si a la moral
la definimos como el conjunto de reglas de la vida cotidiana, que guían a cada persona
sobre lo que es bueno o malo, no cabe duda de que la moral es muy variable. Los
valores son diferentes según las culturas, también las religiones crean unas
pautas de comportamiento que difieren mucho. Por ejemplo, en países islámicos y
en la India existe la tendencia en perdonar a los violadores si luego se casan
con la víctima. Gran revuelo ha producido la iniciativa de Turquía para
perdonar a quienes hayan mantenido relaciones sexuales con adolescentes si se
casan con ellas. El matrimonio infantil es una de las formas de violencia
contra la mujer, según la ONU pero lo cierto es que se da en muchas zonas de
Asia y de África, existe riesgo de que esas bodas sean forzadas o sean
ficticias, o que las menores consientan presionadas por sus familias, de la
misma forma que en Bangla Desh y otros países miles de menores elaboran ropa
que luego venden las multinacionales sin el menor pudor.
La
moral cristiana que ha impregnado los códigos de conducta en Occidente pero ya
no es entendida como un cliché de normas absolutas. ¿Quién podría aceptar hace
décadas los cambios de la revolución sexual, o el hecho de los matrimonios
entre personas del mismo sexo? La esclavitud, la ablación o la pena de muerte
han estado en vigor o siguen estándolo en determinadas áreas, pese a que son
situaciones abominables condenables por cualquier humanismo. El racismo, el
odio al inmigrante y el rechazo al que piensa distinto repugnan pero, como
consecuencia de la grave crisis económica, la tendencia de este momento hace
resurgir el pensamiento ultraderechista, tan visible desde el Brexit o la
llegada al poder de Donald Trump.
Es muy frecuente oír frases relativas a que
se están perdiendo los valores, o en mis tiempos estas cosas no pasaban. Los
valores morales son subjetivos, lo que para unos es moral para otros puede ser
inmoral. La eutanasia o el consumo de marihuana son asuntos controvertidos,
como en su día lo fueron el divorcio y el aborto. En el mundo musulmán puedes
tener cuatro esposas, se supone que esas niñas han sido adoctrinadas desde muy
pequeñas para aceptar esas situaciones en que la mujer es considerada un mero
objeto. En Arabia Saudí y en otros países de su zona la mujer no puede conducir
un coche si no está acompañada por su padre, su marido, su hermano.
Cada continente tiene una concepción
distinta de lo que son los valores, pues estos se conciben de acuerdo con las tradiciones
y las circunstancias de cada sociedad. La moral y la ética reciben muchos
varapalos a través de la historia, por ejemplo los contendientes en una guerra
consideran que Dios está con cada bando en conflicto. De este modo, invocan a
la divinidad para justificar las matanzas, los genocidios que casi han
exterminado a los pueblos. El dólar norteamericano contiene la fórmula In God
we trust, en Dios confiamos, una nación que empezó a crecer tras haber
expoliado y masacrado a los pueblos indígenas. Precisamente una organización de
ateos ha demandado al Tesoro estadounidense ante los tribunales para que retire
esa frase de la moneda nacional, porque establece un sistema monoteísta y hace
proselitismo, con lo cual violaría el laicismo que establece la Constitución,
esta pretensión ha sido desestimada.
En gran parte de las naciones de África
pervive la ablación, una práctica que conlleva una gran agresión a las niñas.
En algunas de estas naciones han sido introducidas leyes contra tal práctica,
pero dentro de la concepción islámica se sigue realizando sin mayor problema.
Con todo ello, tenemos la idea de que la moral y la ética son percepciones
inherentes a cualquier ser humano, pero en realidad son producto de los
intereses introducidos tras las guerras, y de las tendencias de la economía.
Hoy en día prevalece la idea de que los ancianos no son interesantes para el
sistema porque ya no producen y porque consumen menos que los jóvenes. Un
neocapitalismo salvaje ha introducido la idea de que todo vale para
enriquecerse, aunque sea a costa de profundizar en las diferencias sociales, del
hambre del Tercer Mundo y del derroche de recursos energéticos que están
propiciando el cambio climático.
En
el mundo actual prevalece la idea de que el pragmatismo es el primero de los
valores, y de acuerdo con sus dictados retrocedemos a una forma de barbarie que
prima al fuerte frente al débil, al rico frente al pobre. Con rapidez nos
estamos deshumanizando. El cine y los medios de comunicación, sobre todo las
televisiones, nos están escupiendo las miserias humanas a cada minuto del día.
¿Cómo fomentar la cultura del esfuerzo si a cualquier advenido o advenediza de
veintipocos años le pagan dinerales por contar sus secretos de cama? El caso de
la anciana muerta en Cataluña a causa de un incendio por alumbrarse con velas
tras serle cortada la electricidad es un ejemplo de desatención hacia los
mayores, que son los seres más débiles, condenados a la indiferencia de una
sociedad solo guiada por el afán de lucro. El propio progreso tecnológico
agrava las diferencias entre ricos y pobres, y construye una nueva forma de soledad.
¿De qué vale tener 5000 amigos en Facebook si a la hora de la verdad estás más solo
que la una?
Nos hemos
acostumbrado a dejar de lado los antiguos valores morales, y de este modo
nuestro silencio y nuestra indiferencia entronizan la violencia y el expolio. Duros
tiempos se avecinan para la lucha contra el cambio climático, para la idea de
solidaridad entre las naciones. Las conductas antisociales y antihumanas están
prevaleciendo, se generan actitudes marcadas por el egoísmo y la indiferencia
que nos retrotraen a etapas del pasado. Aupados por los progresos de la
tecnología hasta llegamos a creernos poderosos, inmortales. La ética, que requiere
la reflexión y el pensamiento, evaluaba lo justo y lo separaba de lo injusto se
está yendo al cuarto de los trastos inútiles. Tal vez porque el propio
pensamiento está siendo sustituido a marchas forzadas por el exhibicionismo, la
frivolidad y la idea del todo vale.
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