En Canarias, el mar está en cada esquina.
Cuba, isla gigantesca, obvia esa pulsión: un paisaje poderoso, la música, lo afroamericana.
Las islas suelen ser absorbidas por el continente, en cambio Cuba impuso su
cultura frente al continente. La voz canaria trae cierto fatalismo, la lejanía,
las epidemias, las hambrunas, las invasiones piráticas y la emigración.
Tomás fue vitalidad, impulso. Profesional liberal, médico, intelectual mimado, miembro del Partido Liberal Demócrata. Pedro García Cabrera, empleado de la Refinería, militante del PSOE, perdedor de la guerra civil. Su cautiverio y sus heridas le hicieron fraguar el mar de las quimeras; pero el mar de ambos es complementario. García Cabrera, siguiendo a Quesada, acentúa la derrota y bebe en los humillados, Alberti, Salinas o Miguel Hernández; Morales representa una burguesía mercantil y portuaria, y conecta con lo épico de Rubén Darío, Saint-John Perse o Walt Whitman, en el gran poema sonoro: ¡Atlántico infinito, tú que mi canto ordenas! y luego rubrica: un luchador te grita ¡padre! desde una roca / de estas maravillosas Islas Afortunadas.
Es, en palabras de Andrés Sánchez Robayna, un tiempo fundacional. Según el prólogo de Las Rosas de Hércules, 1922, de Enrique Díez-Canedo, “los dioses y los héroes cabalgan en sus corceles marinos.” Morales supone en la literatura hispánica el reencuentro con el mar –casi olvidado desde los autores mediterráneos como Ausiàs March- y aporta la tradición del archipiélago desde Cairasco de Figueroa, primera figura de nuestras letras.
Morales y García Cabrera son producto de distintas influencias y códigos estéticos: modernismo y surrealismo. Tomás Morales fue gallardo y expansivo; Pedro, adusto y silencioso. Uno conoció el despegue del puerto y otro padeció la cárcel y el menguado salario de empleado de la Refinería. Lo vemos: Un día habrá una isla / que no sea silencio amordazado. / Que me entierren en ella, / donde mi libertad dé sus rumores / a todos los que pisen sus orillas. Para Pedro las islas, tierra anfibia, “son nómadas oasis, se liberan / de las redes marinas de los nautas / en su ley de viajar, con un hatillo / de cielo azul colgado a las espaldas…” El mar en Morales supone luz y ritmo; en Pedro dudas y expectativas. La mar es mundo libre, ser en soledad que entiende la soledad del hombre, interlocutor que regala naranjas de libertad. La mar equivale a la madre, pues la vida del planeta, con la evolución de las especies, procede de ella; y nuestro instante de paraíso se retrotrae al claustro materno, el líquido amniótico, el agua marina: “Tú mar le has dado al agua el albedrío / de andar por donde quiera…”
Recordemos que la palabra “archipiélago” es griega y no significa “muchas islas juntas”, sino “muchos mares juntos”, con frecuencia arriscados. Padorno defiende sin embargo que la casa es el mar de todos, y todos constituimos la casa: Navegaré las mares infinitas, / mi casa construida con el agua, / embarcación azul, nave de luz / de proa hacia el desvío, / en ruta blanca a donde iré, dormido como siempre / navegando las mares invisibles. / Las olas infinitas llevan siempre / mi blanca habitación, tan invisible, / casa del agua, navegante luz.
Para Padorno es precisamente el mar el que nos ha dotado de mirada universal, mestiza, ecléctica, integradora. Los creadores aquí han tenido las antenitas puestas para recibir las vanguardias, y en ocasiones han sido punta de lanza. Como Cairasco cuando traduce la Jerusalén Libertada de Torcuato Tasso y añade versos sobre la selva de Doramas se aproxima al primer imaginario insular; con Viera y Clavijo, los Iriarte y Clavijo y Fajardo en la Ilustración; con la Generación de Gaceta de Arte, cuando Canarias se vincula con París y produce el mejor narrador surrealista español, Agustín Espinosa; con la generación de Antología Cercada, precedente de la poesía social, 1947. Con estos presupuestos no sería raro que la poesía canaria sea la más universal de la poesía en español –se oyó decir en el homenaje a Padorno en el Círculo de Bellas Artes de Madrid-. El aislamiento es acicate para abrirse al mundo, ser ultramarino, comentó Jaime Siles. Morales es el más importante de los modernistas españoles, más que Salvador Rueda con su poema a la sandía. Lo dijo el editor Carlos Barral, lo confirmó Caballero Bonald. Si bien nuestro maná viene por el aire –millones de europeos ansiosos del sol de invierno- nuestro paisaje en la aldea global continúa siendo el mar.
Unamuno pensaba que El lino de los
sueños, de Alonso Quesada, contiene el eco de los aborígenes bereberes que
se dejaban morir de hambre en vez de renunciar a su libertad. Antes se había
desarrollado la Escuela Regionalista de Tenerife, los héroes prehispánicos.
Luego el Romanticismo trae la exaltación del sentimentalismo, lo misterioso y legendario.
El paisaje local es exaltado, las leyendas florecen; así una visión optimista,
patriótica, está presente en el poema Canarias de Nicolás Estévanez: Mi
espíritu es isleño / como las patrias costas, / donde la mar se estrella / en
espuma rompiéndose y en notas. / Mi patria es una isla, / mi patria es una
roca, / mi espíritu es isleño / como los riscos donde vi la aurora.
Incluso en Galdós –tan mesetario- prevalece el subconsciente atlántico, la
tristeza social y la impregnación escéptica. Ya Valbuena
Prat, en los años 20 del siglo XX, se dio cuenta de que nuestra poesía muestra
un temperamento maternalizado, dubitativo. Y el mar como renuncia, castración, enjaulamiento.
Alonso Quesada lo confirma: ¡El sol dando
de lleno en los peñascos / y el mar… como invitando a lo imposible! / ¡Todos se
han ido! Yo, desnudo y solo, / sobre una roca, frente al mar, aguardo / el
mañana, ¡y el otro!
De una
parte, el mar grandioso, exultante y eufórico del origen mítico (Atlántida,
Hespérides, Jardín del Edén), el que trajo el mestizaje europeo, americano y
africano y, de otra, el mar sufriente. Esta doble imagen vive en tres poetas
del siglo XX: Tomás Morales, Pedro García Cabrera y Manuel Padorno.
Tomás fue vitalidad, impulso. Profesional liberal, médico, intelectual mimado, miembro del Partido Liberal Demócrata. Pedro García Cabrera, empleado de la Refinería, militante del PSOE, perdedor de la guerra civil. Su cautiverio y sus heridas le hicieron fraguar el mar de las quimeras; pero el mar de ambos es complementario. García Cabrera, siguiendo a Quesada, acentúa la derrota y bebe en los humillados, Alberti, Salinas o Miguel Hernández; Morales representa una burguesía mercantil y portuaria, y conecta con lo épico de Rubén Darío, Saint-John Perse o Walt Whitman, en el gran poema sonoro: ¡Atlántico infinito, tú que mi canto ordenas! y luego rubrica: un luchador te grita ¡padre! desde una roca / de estas maravillosas Islas Afortunadas.
Es, en palabras de Andrés Sánchez Robayna, un tiempo fundacional. Según el prólogo de Las Rosas de Hércules, 1922, de Enrique Díez-Canedo, “los dioses y los héroes cabalgan en sus corceles marinos.” Morales supone en la literatura hispánica el reencuentro con el mar –casi olvidado desde los autores mediterráneos como Ausiàs March- y aporta la tradición del archipiélago desde Cairasco de Figueroa, primera figura de nuestras letras.
Morales y García Cabrera son producto de distintas influencias y códigos estéticos: modernismo y surrealismo. Tomás Morales fue gallardo y expansivo; Pedro, adusto y silencioso. Uno conoció el despegue del puerto y otro padeció la cárcel y el menguado salario de empleado de la Refinería. Lo vemos: Un día habrá una isla / que no sea silencio amordazado. / Que me entierren en ella, / donde mi libertad dé sus rumores / a todos los que pisen sus orillas. Para Pedro las islas, tierra anfibia, “son nómadas oasis, se liberan / de las redes marinas de los nautas / en su ley de viajar, con un hatillo / de cielo azul colgado a las espaldas…” El mar en Morales supone luz y ritmo; en Pedro dudas y expectativas. La mar es mundo libre, ser en soledad que entiende la soledad del hombre, interlocutor que regala naranjas de libertad. La mar equivale a la madre, pues la vida del planeta, con la evolución de las especies, procede de ella; y nuestro instante de paraíso se retrotrae al claustro materno, el líquido amniótico, el agua marina: “Tú mar le has dado al agua el albedrío / de andar por donde quiera…”
Miembro de
la Generación de los 50, para Padorno el hombre contemporáneo ha de echar por
el desvío. “Yo soy un escritor de poesía que, irremediablemente, doy, por
instinto, por naturaleza, una visión distinta de la realidad. El mar y la luz
son los materiales con los que trabajo, y yo me considero (parafraseando a Juan
Ramón) un poeta canario universal.”
Recordemos que la palabra “archipiélago” es griega y no significa “muchas islas juntas”, sino “muchos mares juntos”, con frecuencia arriscados. Padorno defiende sin embargo que la casa es el mar de todos, y todos constituimos la casa: Navegaré las mares infinitas, / mi casa construida con el agua, / embarcación azul, nave de luz / de proa hacia el desvío, / en ruta blanca a donde iré, dormido como siempre / navegando las mares invisibles. / Las olas infinitas llevan siempre / mi blanca habitación, tan invisible, / casa del agua, navegante luz.
Para Padorno es precisamente el mar el que nos ha dotado de mirada universal, mestiza, ecléctica, integradora. Los creadores aquí han tenido las antenitas puestas para recibir las vanguardias, y en ocasiones han sido punta de lanza. Como Cairasco cuando traduce la Jerusalén Libertada de Torcuato Tasso y añade versos sobre la selva de Doramas se aproxima al primer imaginario insular; con Viera y Clavijo, los Iriarte y Clavijo y Fajardo en la Ilustración; con la Generación de Gaceta de Arte, cuando Canarias se vincula con París y produce el mejor narrador surrealista español, Agustín Espinosa; con la generación de Antología Cercada, precedente de la poesía social, 1947. Con estos presupuestos no sería raro que la poesía canaria sea la más universal de la poesía en español –se oyó decir en el homenaje a Padorno en el Círculo de Bellas Artes de Madrid-. El aislamiento es acicate para abrirse al mundo, ser ultramarino, comentó Jaime Siles. Morales es el más importante de los modernistas españoles, más que Salvador Rueda con su poema a la sandía. Lo dijo el editor Carlos Barral, lo confirmó Caballero Bonald. Si bien nuestro maná viene por el aire –millones de europeos ansiosos del sol de invierno- nuestro paisaje en la aldea global continúa siendo el mar.
(Ilustración: monumento a Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón en Agaete, Gran Canaria
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