A
grandes problemas, grandes soluciones. Confiamos en la tecnología que nos
convertirá en dioses inmortales, nos entregamos a las especulaciones futuristas
porque somos conscientes de que nuestro planeta ya se encuentra en estado
desfalleciente, tanto lo estamos exprimiendo que los recursos disminuyen, el
calentamiento global se impone y ya los gurús hablan de expediciones para
poblar planetas más allá del nuestro. Efectivamente, como la Tierra agoniza ya
hay más de un promotor espabilado ideando viajes masivos al planeta Marte. La
opción escapista se presenta atractiva en los medios de comunicación
norteamericanos, siempre por delante. Y es que EEUU es así: moderno y
antiquísimo también. Pues la capacidad de innovación es evidente aunque cada
semana la policía sigue matando afroamericanos que estaban lavando el coche,
afroamericanos con problemas mentales o problemas cardiacos que realizan gestos
descoordinados, afroamericanos que estaban sentados oyendo la radio en su
coche, afroamericanos que tenían un cigarrillo electrónico en la mano,
afroamericanos que paseaban el perro. ¿Cómo es posible admitir esta dicotomía
sin que nos salpique la ira?
Los
derechos humanos en USA valen según quien los tenga. Y ya se sabe que los
afros, los hispanos, los asiáticos y todos los demás solamente son ciudadanos
de segunda a los que habría que expulsar de inmediato, Donald Trump dixit. Que
Dios nos coja confesados si el vehemente millonario se lleva el gato al agua
dentro de unas pocas semanas. El Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas
ha denunciado más de una vez que en Estados Unidos la discriminación racial se
da de forma constante en todas las esferas de la sociedad, y específicamente en
las prisiones o las escuelas. La gran mayoría de los presos son negros,
seguidos de los hispanos y los blancos anglosajones constituyen una minoría. La
gran mayoría de los condenados a muerte son de color. Está claro que ha habido
docenas de penas de muerte injustamente aplicadas.
Elon
Musk es el empresario que ya está hablando de colonizar Marte, tiene doble
nacionalidad en EE UU y Canadá y se ha convertido en una de las figuras del
momento por la enormidad de sus objetivos, como crear el mejor coche eléctrico
del mundo, generar un sistema de baterías para que la gente almacene y use su
propia electricidad y sobre todo fundar una nueva industria espacial privada
que ya se encarga de llevar material al espacio para la NASA y que en un futuro
pretende ser la primera en cumplir el sueño de enviar humanos a Marte. “Podemos
permanecer en la Tierra esperando una extinción final”, ha dicho Musk, “o
convertirnos en una especie multiplanetaria”
Su
objetivo es crear una civilización autosuficiente en Marte, algo que, según sus
planes, llevará entre 40 y 100 años. Una civilización autosuficiente allí
probablemente necesita en torno a un millón de personas. Musk espera tener
todos los componentes de este nuevo sistema en 2024, cuando comenzarían los
primeros viajes. Espera que el precio de un billete esté en torno a los 200.000
dólares [unos 170.000 euros], lo que cuesta una casa. La duración del viaje podría
ser de unos 80 días, e incluso reducirse a 30, ha asegurado. Muchos expertos y
astronautas cuestionan que sea posible enviar humanos allí tan pronto sin
arriesgar sus vidas. La radiación no es un problema muy importante, ha
asegurado el promotor, ni el terrible clima de Marte que va desde los 150
grados bajo cero a los 30 sobre cero, ni la escasez de atmósfera, la casi nula
presencia de oxígeno, ni la abundancia de polvo cósmico. Claro que hay algún
riesgo de radiación, pero no es mortal y el riesgo de cáncer es relativamente
menor durante el viaje, señala. La primera fase serían dos misiones no tripuladas
que aterrizarán en 2018 y 2020 para buscar zonas donde pueda abundar el agua,
estudiar en qué lugares será mejor aterrizar con tripulación y aprender a
llevar gran cantidad de material al planeta rojo. Una vez conquistado, Musk
pretende llevar su vehículo espacial a cualquier otro lugar del Sistema Solar,
incluidas lunas como Europa o Encélado e incluso Júpiter. El empresario ha
presentado el diseño del vehículo con el que espera cumplir ese objetivo, un
mastodonte de 122 metros de largo en cuya parte superior viajará una nave espacial
para unas 100 personas, aunque ese número puede elevarse en función del
combustible y la carga. En este ambiente se me ocurre contarles una pequeña
historia sobre el modelo de vida interplanetaria que le aguarda a nuestros
nietos dentro de unas cuantas décadas, un relato que ya figuró en mi libro “Los
dioses palmeros”, publicado por Cajacanarias, en su colección La Caja Literia,
2009.
Desde
la pantalla de su ordenador se asomó al inmenso vacío, que sin embargo aparecía
repleto de entidades con distinto grado de luminosidad. Pensó en el Big Bang,
la explosión generadora de tantísimos cuerpos celestes, un universo que no
cesaba de expandirse, los agujeros negros, la teoría de la relatividad y la
mecánica cuántica.
Algún
día habrá de emigrar la raza humana cuando vivir en la Tierra ya sea
insoportable. ¿En cuántos mundos hay gente parecida a nosotros con la que
podemos compartir el enorme peso de la soledad? No conocía las últimas teorías
de los científicos sobre el origen de la vida, ni la mecánica cuántica estaba
al alcance de su mente. Tampoco le resultaba fácil comprender que en el
universo existen cosas tan pequeñas que miden la diezmillonésima parte de un
milímetro.
Como
el cosmos se halla en permanente expansión, se preguntó de qué manera redefinir
el tiempo y el espacio. ¿Si alguien pudiese desplazarse a la velocidad de la
luz, a trescientos mil kilómetros por segundo, podríamos retroceder a las
civilizaciones perdidas, podríamos encontrarnos con Buda, Cristo, Mahoma, los
apóstoles y los profetas?
Enredado
en palabras poco usuales –los quarks, las partículas subatómicas, los
gravitones, fotones, gluosones, bosones- llegó a la conclusión más elemental:
se hallaba perdido. Su mente era incapaz de ver algo en tal maraña. Creyó
entonces que cuando las mujeres tuviesen sus hijos arriba en el espacio,
estarían fundando una nueva especie condenada a no regresar jamás a la Tierra.
Tan similares a los peces que regresan al origen de la especie. Tales
pensamientos no le aclararon gran cosa y no quiso darse por enterado cuando
sintió picor. Era una lata: no lograba alcanzar su pequeña y encogida aleta
adiposa para rascarse el hombro.
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