lunes, 3 de octubre de 2016

Cuando vivamos en el planeta Marte

 
A grandes problemas, grandes soluciones. Confiamos en la tecnología que nos convertirá en dioses inmortales, nos entregamos a las especulaciones futuristas porque somos conscientes de que nuestro planeta ya se encuentra en estado desfalleciente, tanto lo estamos exprimiendo que los recursos disminuyen, el calentamiento global se impone y ya los gurús hablan de expediciones para poblar planetas más allá del nuestro. Efectivamente, como la Tierra agoniza ya hay más de un promotor espabilado ideando viajes masivos al planeta Marte. La opción escapista se presenta atractiva en los medios de comunicación norteamericanos, siempre por delante. Y es que EEUU es así: moderno y antiquísimo también. Pues la capacidad de innovación es evidente aunque cada semana la policía sigue matando afroamericanos que estaban lavando el coche, afroamericanos con problemas mentales o problemas cardiacos que realizan gestos descoordinados, afroamericanos que estaban sentados oyendo la radio en su coche, afroamericanos que tenían un cigarrillo electrónico en la mano, afroamericanos que paseaban el perro. ¿Cómo es posible admitir esta dicotomía sin que nos salpique la ira?

Los derechos humanos en USA valen según quien los tenga. Y ya se sabe que los afros, los hispanos, los asiáticos y todos los demás solamente son ciudadanos de segunda a los que habría que expulsar de inmediato, Donald Trump dixit. Que Dios nos coja confesados si el vehemente millonario se lleva el gato al agua dentro de unas pocas semanas. El Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha denunciado más de una vez que en Estados Unidos la discriminación racial se da de forma constante en todas las esferas de la sociedad, y específicamente en las prisiones o las escuelas. La gran mayoría de los presos son negros, seguidos de los hispanos y los blancos anglosajones constituyen una minoría. La gran mayoría de los condenados a muerte son de color. Está claro que ha habido docenas de penas de muerte injustamente aplicadas.

Elon Musk es el empresario que ya está hablando de colonizar Marte, tiene doble nacionalidad en EE UU y Canadá y se ha convertido en una de las figuras del momento por la enormidad de sus objetivos, como crear el mejor coche eléctrico del mundo, generar un sistema de baterías para que la gente almacene y use su propia electricidad y sobre todo fundar una nueva industria espacial privada que ya se encarga de llevar material al espacio para la NASA y que en un futuro pretende ser la primera en cumplir el sueño de enviar humanos a Marte. “Podemos permanecer en la Tierra esperando una extinción final”, ha dicho Musk, “o convertirnos en una especie multiplanetaria”

Su objetivo es crear una civilización autosuficiente en Marte, algo que, según sus planes, llevará entre 40 y 100 años. Una civilización autosuficiente allí probablemente necesita en torno a un millón de personas. Musk espera tener todos los componentes de este nuevo sistema en 2024, cuando comenzarían los primeros viajes. Espera que el precio de un billete esté en torno a los 200.000 dólares [unos 170.000 euros], lo que cuesta una casa. La duración del viaje podría ser de unos 80 días, e incluso reducirse a 30, ha asegurado. Muchos expertos y astronautas cuestionan que sea posible enviar humanos allí tan pronto sin arriesgar sus vidas. La radiación no es un problema muy importante, ha asegurado el promotor, ni el terrible clima de Marte que va desde los 150 grados bajo cero a los 30 sobre cero, ni la escasez de atmósfera, la casi nula presencia de oxígeno, ni la abundancia de polvo cósmico. Claro que hay algún riesgo de radiación, pero no es mortal y el riesgo de cáncer es relativamente menor durante el viaje, señala. La primera fase serían dos misiones no tripuladas que aterrizarán en 2018 y 2020 para buscar zonas donde pueda abundar el agua, estudiar en qué lugares será mejor aterrizar con tripulación y aprender a llevar gran cantidad de material al planeta rojo. Una vez conquistado, Musk pretende llevar su vehículo espacial a cualquier otro lugar del Sistema Solar, incluidas lunas como Europa o Encélado e incluso Júpiter. El empresario ha presentado el diseño del vehículo con el que espera cumplir ese objetivo, un mastodonte de 122 metros de largo en cuya parte superior viajará una nave espacial para unas 100 personas, aunque ese número puede elevarse en función del combustible y la carga. En este ambiente se me ocurre contarles una pequeña historia sobre el modelo de vida interplanetaria que le aguarda a nuestros nietos dentro de unas cuantas décadas, un relato que ya figuró en mi libro “Los dioses palmeros”, publicado por Cajacanarias, en su colección La Caja Literia, 2009.

Desde la pantalla de su ordenador se asomó al inmenso vacío, que sin embargo aparecía repleto de entidades con distinto grado de luminosidad. Pensó en el Big Bang, la explosión generadora de tantísimos cuerpos celestes, un universo que no cesaba de expandirse, los agujeros negros, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica.

Algún día habrá de emigrar la raza humana cuando vivir en la Tierra ya sea insoportable. ¿En cuántos mundos hay gente parecida a nosotros con la que podemos compartir el enorme peso de la soledad? No conocía las últimas teorías de los científicos sobre el origen de la vida, ni la mecánica cuántica estaba al alcance de su mente. Tampoco le resultaba fácil comprender que en el universo existen cosas tan pequeñas que miden la diezmillonésima parte de un milímetro.

Como el cosmos se halla en permanente expansión, se preguntó de qué manera redefinir el tiempo y el espacio. ¿Si alguien pudiese desplazarse a la velocidad de la luz, a trescientos mil kilómetros por segundo, podríamos retroceder a las civilizaciones perdidas, podríamos encontrarnos con Buda, Cristo, Mahoma, los apóstoles y los profetas?

Enredado en palabras poco usuales –los quarks, las partículas subatómicas, los gravitones, fotones, gluosones, bosones- llegó a la conclusión más elemental: se hallaba perdido. Su mente era incapaz de ver algo en tal maraña. Creyó entonces que cuando las mujeres tuviesen sus hijos arriba en el espacio, estarían fundando una nueva especie condenada a no regresar jamás a la Tierra. Tan similares a los peces que regresan al origen de la especie. Tales pensamientos no le aclararon gran cosa y no quiso darse por enterado cuando sintió picor. Era una lata: no lograba alcanzar su pequeña y encogida aleta adiposa para rascarse el hombro.

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