lunes, 23 de febrero de 2015

Los nuevos vándalos en la decadencia del Imperio


Estamos en una era en la cual la agresividad y la intolerancia se extienden por todas partes. En una sociedad con tanta precariedad laboral, la falta de contratos indefinidos es también un factor que desestabiliza, del mismo modo que la ruina de las clases medias con la consiguiente cantidad de familias en pobreza es otro factor negativo. Precariedad de un país que intenta recuperar tantas bofetadas recientes de los nuevos vándalos y que todavía apenas muestra síntomas de mejoría. Claro que vándalos son también los que en tiempos de recortes gestionan su enorme fortuna en Andorra, los que evaden a los paraísos fiscales, los que manipulan a su antojo, los que se enriquecen con comisiones ilegales, los que gestionan las finanzas de los partidos políticos y las entienden como una buena forma de meter la mano. Vándalos son también los que se llenan la boca afirmando que España prestó a Grecia 26.000 millones de euros que hemos de recuperar y en cambio se olvidan del coste del rescate a Bankia.

En este panorama convulso la violencia y la intolerancia van de la mano, por ejemplo unos cuantos hinchas británicos –del Chelsea– impidieron a un hombre subir al metro de París tras un partido de fútbol, simplemente porque el hombre era negro. A su vez, Arrigo Sacchi, importante figura del fútbol italiano, se lamenta de que el balompié de su país entra en franca decadencia ya que hay demasiados negros en las divisiones inferiores. Paralelamente, el autodenominado Estado Islámico asesina aquí y allá y nos inunda con vídeos de ejecuciones sumarias, sangrientos degüellos, la estrategia de expandir la barbarie. Está claro que asimilar a los musulmanes con los que dirigen el Estado Islámico no es presentable, y parece más que coherente que se autorice a la colonia musulmana en Gran Canaria a tener una mezquita amplia y suficiente. ¿Cuántos musulmanes pacíficos residen en esta isla?, deberíamos preguntarnos. La respuesta nos daría una abultada cifra. Por cierto, se estima que de los 80.000 musulmanes que oficialmente existen en la región –en realidad son unos cuantos miles más– suponen una nutrida mayoría los que viven en la provincia oriental, y entre ellos existe un porcentaje dedicado a labores que ya los insulares prefieren no hacer, como es el trabajo en el campo.

Se extiende el vandalismo: en estos momentos hay gente con bombas incendiarias en la cabeza y en las manos. La intolerancia no es fruto de un día, es una planta arraigada que espera el mejor momento para levantar el vuelo y expansionarse en todas direcciones. Vándalos son los miembros de las élites de por aquí, ancladas en el provecho propio y la ruina del provecho común, élites políticas y económicas oscurantistas, repletas de pícaros, arribistas y Pequeños Nicolases. El liderazgo de élites empresariales innovadoras, valientes, con visión de futuro, capaces de vislumbrar la convergencia de sus intereses con los de la nación, favorecería la evolución hacia un sistema más justo. Por el contrario, las clases dirigentes temerosas a perder privilegios, recelosas del resto de la sociedad, muestran una fuerte deriva hacia el estancamiento, la injusticia, la falta de oportunidades.

Vándalos son, por supuesto, los que, con motivo de las tradiciones, siguen tirando una cabra desde lo alto de la torre de una iglesia o los que matan a lanzazos el toro de Tordesillas. Vándalos son los que practican la ignorancia y la extienden por doquier. Somos un país bronco, de pocas sutilezas intelectuales.

 Ni los unos ni los otros se libran de su fanatismos, unos y otros le echan fuego a la confrontación. Ahora seguimos jugando a las dos Españas, a la manipulación de la historia en los libros de texto, a los independentismos de pacotilla aunque nadie quiere regresar a los estigmas de la guerra civil, ni al pasado de odios insuperables, ni a las actitudes de enfrentamiento visceral. Por si fuera poco, obsesionados por la idea de la seguridad, vuelve a triunfar la idea de que el que viene de fuera es el perturbador, el bárbaro, el que genera la violencia urbana. Y no nos damos cuenta de que a menudo el auténtico bárbaro es el que siempre ha vivido entre nosotros, el que vemos cruzar todos los días a nuestro lado, el que mantiene actitudes de rechazo y censura encubierta a los demás, el que no sabe verse en el espejo de sus contradicciones. Les recomiendo al respecto la lectura de una novela de Coetzee, el surafricano Premio Nobel, titulada precisamente así: “Esperando a los bárbaros”, y que habla de las injusticias del régimen racista que hubo en su país hasta la llegada reciente de la democracia.

Tenemos mucho que aprender de nosotros mismos para no caer en el vandalismo, entendido como el afán por destruir lo armonioso de la naturaleza, el orden que la sociedad intenta darse a sí misma a pesar de las contradicciones y las injusticias. Por cierto: los vándalos fueron unos invasores famosos por su capacidad de destrucción en la antigua Europa. En tiempos de decadencia del imperio se dedicaron a saquear con saña la ciudad de Roma y fueron más famosos aún que Atila. Y para superar actitudes de confrontación ciega, nada mejor que volver los ojos al espíritu de la Ilustración francesa, la razón y la sensatez. Valores humanos que ha costado mucho ir arraigando frente al pasado. La dignidad humana, el derecho a la educación, el trabajo y la sanidad, la convivencia en paz y en libertad son preciados dones que no comparte todavía una buena parte de los humanos que llenamos el planeta. Y si no somos capaces de darnos otro sistema económico, proseguirá la decadencia del Imperio.

 Publicado en www.laprovincia.es - Opinión, hoy lunes 23 de febrero
 
(Foto: miembros del Estado Islámico a punto de degollar a egipcios cristianos coptos)

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