A través de su oficio fue capaz
Gabo de enaltecer la profesión del periodismo y de emocionar a muchos con sus
historias muchas veces nacidas de su propia experiencia de reportero o de
pueblerino nacido en Aracataca, el Caribe caliente donde cantan vallenatos. Ha
dicho la crítica que Cien años es lo mejor en lengua española después del
Quijote, y seguramente los expertos tienen razón. Ese es un libro absolutamente
único, tal es su capacidad de seducción. Pero cualquier escritor es hijo de mil
padres, por eso resulta imposible definir cuál es el libro que más te ha
influenciado a lo largo de tu experiencia con las letras. La relación sería interminable:
Albert Camus, Kafka y Samuel Beckett, por citar tan solo a algunos de los maestros
europeos; el enorme Shakespeare con su teatro; el cubano Alejo Carpentier con
su brillantez formal; el uruguayo Onetti con su angustia existencial; el
mexicano Carlos Fuentes con su prosa acerada; los argentinos Sábato y Borges,
maestros a los que nunca les dieron el Nobel pero que sobrevivirán más allá que
muchos galardonados por los suecos; el juguetón Cortázar de Rayuela y el
peruano Vargas Llosa tan admirable en La casa verde; los norteamericanos de
prosa eléctrica y caliente: Hemingway, Scott Fitzgerald, Faulkner, Dos Passos,
Steinbeck…
Creo que no es exagerado señalar
que los miembros de la generación de los 70 pudimos asimilar, a través de los
grandes novelistas latinoamericanos de aquella época, lo mejor de la tradición
literaria universal, desde los griegos a Las mil y una noches y las grandes
sagas universales. Y, entre todos esos maestros, citaré a un canario olvidado
pese a que fue el mejor novelista del movimiento surrealista español: Agustín
Espinosa, con su perseguida novela Crimen, que fue quemada en la dictadura, y
su portentoso Lancelot. ¿Qué decir de la poesía esencial y metafísica de Pedro
García Cabrera, otro maestro que me dejó su huella cuando apenas era yo un
veinteañero? Hoy en día, en estos años de whatsapeo y mensajes efímeros, pese a
que cada dos por tres se da por muerta la novela y toda la literatura, hay
enormes maestros de talla mundial como el surafricano Coetzee, el israelí Amos
Oz, el norteamericano Philip Roth o el japonés Murakami. Gente que ha
conseguido algo tan difícil como lo que logró García Márquez: conseguir ventas
millonarias de sus libros pese a ofrecer literatura de calidad, no literatura
comercial del tres al cuatro, literatura profunda, no literatura de mero
entretenimiento.
Llevo 45 años escribiendo libros
y escribiendo en los periódicos, y reconozco que pocas obras me han deslumbrado
tanto como Cien años de soledad, la novela de las novelas, dotada de una
perfección formal y de una belleza que hipnotizan a tantos lectores. El
escritor, mago y embaucador, consigue que en sus páginas vivan llí estaban la
miseria y la grandeza de todo un continente, allí la capacidad de invención, el
realismo mágico, lo real maravilloso, el lenguaje desbordante, los ejércitos de
mariposas amarillas y los infinitos devaneos de los Buendía en ese Macondo que
refleja las miserias y las esperanzas de una América Latina siempre irredenta.
Allí se incorporaban Juan Rulfo, Cervantes, Dostoievski, Flaubert, Víctor Hugo,
Dickens, Galdós y todos los demás. Los cien padres de cada escritor que citaba
Miguel Delibes.
Ahora que conmemoramos el 23 de
abril, Día del Libro, justo es reconocer que en medio de una sociedad que
cultiva las vanidades rápidas y efímeras, en un colectivo aparentemente vacío
de valores, existen todavía los libros y sobrevive una literatura verdadera, con
calidad y ansias de permanencia más allá de ser un producto de entretenimiento.
Y esa gran literatura permanecerá mientras existan lectores capaces de soñar
otros mundos más allá de las cuatro paredes de su puesto de trabajo o de su
casa, pues nos enriquece la vida, nos ofrece la posibilidad de sumergirnos en
otros mundos, los fabulosos territorios de la reflexión y la imaginación, del
pensamiento que se rebela frente a tantas deslealtades, a tantas corrupciones,
a tantas mentiras. Y justo es concluir que un genio como Gabriel García Márquez
se eleva en el Olimpo de los inmortales porque su obra es la de un creador
total que supo hurgar en su tiempo. Podríamos decir que, ahora que ha pasado a
la otra vida, San Gabriel García Márquez es un escritor inimitable que descansa
en paz en el paraíso de los elegidos.
(Ilustraciones: Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, Alejo Carpentier, "Crimen", de Agustín Espinosa, y Albert Camus)
Cuando muere alguien dedicado a las letras, de talla internacional, como este caso, o cuando murió Panero, como ejemplo cercano hace apenas unas semanas,son muchos los que se suben al carro escribiendo demasiado en cualquier página del mundo. Pero, amigo Luis, tus palabras a Gabriel García Marquez, saben a maestría, admiración sincera y respeto; han calado profundamente.
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