Nos hemos escandalizado con los muertos de Ceuta sin
querer acordarnos de que episodios similares se han dado cien veces, y se
repetirán otras tantas, incluso aquí. El ministro del Interior explicó en el
Congreso que “el grupo de inmigrantes, compuesto de forma mayoritaria por
jóvenes de complexión atlética, mostraba una inusitada actitud violenta,
agrediendo continuamente con palos y piedras al personal del Ejército marroquí
que trataba de contenerlos.” Qué florido argumentario, qué simplicidad acusar a
los inmigrantes de ser fornidos atletas y resolver que el problema se soluciona
con mucha Guardia Civil y disparos sobre el agua. ¿Quién es responsable de
estas víctimas? Aquí también sabemos de cayucos y pateras, de actuaciones
sospechosas de la autoridad, con muertos cuando están a punto de alcanzar la
orilla, cuerpos anónimos que nadie reclama.
Estima la Unesco que pasarán 150 años antes de que
África pueda alimentar a sus ciudadanos. Y en medio de guerras tribales alentadas
por los antiguos colonizadores el hambre expulsa a los mejores, esos que
invierten el ahorro familiar para huir. No es algo nuevo: siendo carne de cañón
durante siglos, los africanos aportaron a occidente su sangre, sus recursos, su
labor. Con la esclavitud creció EEUU, con ella Inglaterra impulsó su Revolución
Industrial, sin olvidar que también fuimos punto de apoyo en ese comercio, apellidos
canarios y españoles participaron en el festín de la compraventa de humanos.
África exprimida por las potencias coloniales: en 1879 le regalaron el Congo al
rey de Bélgica. Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Portugal ocuparon
territorios. A España le tocaron migajas: la parte más pobre de Marruecos, el
Sahara Occidental y Guinea.
¿Tendrá África la paciencia que recomienda la Unesco
para poder alcanzar la dignidad? Lo dudamos. Habría que conseguir que la
juventud nativa pueda realizarse en sus propios países, pero eso exige grandes
inversiones en educación, en crear oportunidades de trabajo. La nueva
esclavitud se pone en marcha cada mañana, si llegan con vida estos seres vivirán hacinados, serán mano de obra
ilegal para empresarios sin escrúpulos, algunos caerán en la delincuencia,
sobrevivirán difícilmente. Aun sabiéndolo, preferirán venir.
Occidente no solo
extrae cuantiosos recursos –petróleo, gas, uranio, madera, caucho, marfil, oro,
diamantes– sino que continúa destruyendo economías que fueron autosuficientes,
en los procesos de independencia impuso fronteras artificiales, fraccionando
comunidades ancestrales. Así estallan conflictos y hambrunas, campos de refugiados,
epidemias y sequías. Pues la emancipación de las colonias de mediados del siglo
pasado en realidad avivó los conflictos, incentivó la penetración de las
multinacionales, asentó los mecanismos crediticios que compran el alma a
pueblos enteros, asentó una nueva tiranía. Europeos y norteamericanos alentaron
a dictadores y políticos corruptos para aplastar a los dirigentes comprometidos
con las causas populares. Poco importa la moralidad y el respeto por los derechos
humanos mientras las arcas estén abastecidas, a los enfrentamientos fratricidas
les suceden dictaduras sangrientas y golpes militares. Otro factor que
distorsiona es la incursión de “fuerzas pacificadoras” que suelen intervenir
para proteger los intereses de las corporaciones occidentales y sus aliados
locales. Estos intereses engendran una corrupción generalizada en todas las
esferas del poder y el poder se apropia de las ayudas humanitarias enviadas por
organismos vinculados a Naciones Unidas, gobiernos europeos y ONG’s. Medicinas,
alimentos, donaciones enteras no llegan a sus destinatarios sino que aparecen
en los mercados callejeros. Tal vez el problema radique en que Dios es blanco y
está lejos.
Publicado en La Provincia, hoy 27 de febrero - Ilustración tomada de www.publico.es
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