«La poesía va a seguir andando palpitando germinando»
Prehistórica y otras banderas, Leocadio Ortega
Tejedor Leocadio entre la jauría de lobos sin banderas
A buscar esa sombra de un aullido el aceite de los barcos celestes
en el lomo se posa del concierto inconcluso
a la sazón bajando como abejas del tímpano
a una desolación de bárbaros andamios sobre la yerba impura
Esta vez el noray ignoró una bandada en espera
el vuelo incesante de las amapolas y el engaño azul de la infiel benzedrina
Esta vez no quisiste dormir otro sueño más allá de aquel que no existe
con las alas truncadas por marasmos de perros callejeros
Su estertor de cabinas y alféizares que incitan muchedumbre de peces
fue cazar al cetáceo que aloja tu ausencia milenaria
No encontraste el declive del oro sobre los muros del muelle
La muerte fue una efímera senda que huyó de los calendarios
y una noche en el párpado que encendía pespuntes
en la infancia de Gelman
El llamado del mar en tetra brik vacío va dejando cartones
impresos en las uvas del labio transcendido
a una voz que le teme a la lluvia de sí
El llamado del mar el no invitado a la vida el desterrado
al cantero de nadie el que iba a volar y chocó contra el muro
con un cuervo esperando su habitación kafkiana
el reo que encerró al alcaide del lenguaje a este lado de la horca
y creyó marchitar el asfódelo que William Carlos
plantó en el infierno de Dante cuando dormía al raso
y soltaba los óbolos en el río de sus venas
para llegar callado a la Estigia del verso
Tejedor Leocadio Ortega tu ortiga en el caletre asombrado
realidad urticaria que piensa y no transcurre
por la piel de penélopes que tejen horizontes sin hilos de otra orilla
o arañas que destejen el tapiz de lo andado
Guerrero que llegaste de tu atroz singladura
con un arco astillado sin presentar batalla
©Antonio Arroyo Silva.
De Casi luz
Gracias a Antonio Arroyo por regalarme este poema telúrico, energético, potente. Un gran homenaje.
ResponderEliminarUn gran abrazo, Luis. Gracias a ti.
ResponderEliminarSi Leocadio Ortega no logró entender su propia vida o resolver el puzzle de añicos de su desencuentro con la misma, sí consiguió verse en su propia literatura, fueran versos, cartas personales, narraciones…De hecho, él era muy consciente de que su verdadera fuerza radicaba en su escritura, y así se entiende su recelo autocrítico y su irreverencia crítica hacia la literatura al uso. Su tristeza profunda, que penetraba en sus interlocutores como la niebla de las cumbres de la isla, se vertía paulatinamente y, después, se derramaban en los valles del recuerdo esos ojos chorbos con que él mismo describió a su interlocutora poesía.
Intentar desvelar por qué esa lucidez que a Leocadio Ortega le permitía hermanarse con la luz de las estrellas y alejarse de la luz del sol no es tarea de nadie. Quizás se sabía un extranjero como el personaje de Camus, o en alguna de sus vidas anteriores se había arrojado al Sena como Celan. Meras hipótesis: simplemente era Leocadio. Lo que sí se puede afirmar con seguridad es que él veía claramente cuál era su patria verdadera, su territorio, y quería fundarlo en ese mundo adverso que lo rodeaba, con todo el asombro, incertidumbre, ingenuidad que ello supone, y, por supuesto, siendo consecuente con los riesgos que implicaba su aventura: deshilvanar la madeja de la visión unívoca y polifémica de la realidad circundante, sabiendo que en ella estaban los añicos de su ser yo. Paralelamente, destejer el tejido del lenguaje para llegar a una suerte de alejamiento crítico de esa literatura trasunta de los hechos antes mencionados. Y, después, sobre los guiñapos de ese todo engañoso, sembrar. Dejar la semilla ahí..
"La palabra devagar" 2012.