La película es un recorrido por la noche de Roma. ¿Cómo no recordar La dolce vita? Lo que algunos críticos han dicho de aquella gran cinta de 1960 puede calcarse en esta película de ahora. Sombría y cáustica, excesiva, tan recargada que el resultado final queda mermado a pesar de ser indiscutiblemente buena. Sobran minutos, lo que quiere decir queda claro y algún momento es redundante. Un novelista decadente y sin otra inspiración que asistir a la orgía de música y cocaína de sus noches, una fotografía con grandes hallazgos.
Cine profundamente moral, dividido en episodios sin un argumento férreo (sucesión de fiestas y encuentros diversos en la noche romana) y con momentos de gran potencia visual. Un cine ácidamente subjetivo, Fellini molestó creando un mundo propio, reflejo de la realidad pero reflejo personal al fin y al cabo (esto importunó a los defensores del realismo crudo como única forma de cine humanista y eficaz). Es decir, aparecen bellísimas composiciones y se explotan las imágenes buscando la fascinación estética y la intención satírica. El clero, los aristócratas de pacotilla, la belleza de algún desnudo, el sexo como pequeña diversión de gente que ha perdido el alma.
Menos mal que todavía queda un cine diferente, el que proponen los Multicines Monopol. El día en que echen el candado –esperamos que eso nunca suceda– perderemos una gran oportunidad quienes amamos un cine alejado de las “americanadas” de rigor.
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