lunes, 16 de diciembre de 2013

Divino Mozart

Los de mi generación tuvimos que fabricarnos nosotros mismos el gusto por la música clásica. Como crecimos en tiempos de tinieblas, la música culta la asociábamos a los rituales de Semana Santa, a los días en que todo estaba prohibido, cuando la gente hablaba bajo, estaban cerrados los bares y los cines, y las radios sólo emitían Bach y gregoriano. Músicas de muertos, pensábamos entonces con nuestra supina ignorancia en aquellos tiempos en que aún cantamos el Cara al Sol en el patio de recreo, y dábamos Formación del Espíritu Nacional con el Fuero de los Españoles, la doctrina de José Antonio y las gestas del invicto caudillo. Con el tiempo hemos llegado a apreciar la bondad y la inspiración de los maestros. Bach, Vivaldi, Beethoven, Chopin, Mahler, Verdi, etc. El barroco italiano, el clasicismo. En una película francesa se produjo nuestro primer descubrimiento del concierto para clarinete, KV 622, de Mozart. Su adagio de poco más de seis minutos es una de esas piezas sublimes, etéreas, dictada por algún dios del olimpo al cerebro del compositor. Ha servido para poner música a innumerables películas, entre las que recordamos aquella memorable titulada Memorias de Africa. Entre otras versiones, citaríamos la de Sabine Meyer con la Staatskapelle de Dresden. Una belleza que va y viene, una espiral que regresa una y otra vez para gratificar al oído.
En aquella célebre película Amadeus, rodada en Praga por Milos Formann se decía que Salieri envenenó a Mozart por celos artísticos. Tras el impacto cinematográfico, hace veinte años visitamos Salzburgo, la casa natal y el palacio del siniestro obispo, también el cementerio de Viena en el que yacen, en puro amasijo, los restos de Mozart revueltos con los de otros muchos ciudadanos muertos en aquella misma fecha por alguna peste o similar. Alguna pregunta nos surgió entonces. ¿Era Wolfgang Amadeus tan loco y lujurioso que perseguía a las chicas sin parar, se tiraba pedos continuamente, era tan bebedor y derrochador como se nos indica en el film, era tan inconstante como su mujer? Los biógrafos nos darán su interpretación sobre esto y aquello, y lo único cierto es que hoy acudimos al genio como un enviado de lo hermoso en grado sumo, un inspirado melancólico, un eufórico armonioso, un racionalista que fue masón, un católico que hizo un Réquiem conmovedor, un fundador del género operístico, un autor de arias insuperables como las de Las bodas de Fígaro o La Flauta mágica, sinfonías, conciertos de piano y violín, etcétera. Dentro de otros veinte siglos, si el mundo sigue existiendo, habrá gente que disfrute con la misma frescura que ahora lo hacemos con las grabaciones del genio de Austria. Un alarde de eternidad, ni más ni menos que eso.

2 comentarios:

  1. Magnífico artículo sobre uno de los grandes genios de la humanidad y sin duda el más grande entre los músicos conocidos...

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  2. Gracias, amigo Sombra Gris: tú siempre tan pendiente, desde esa orilla andaluza

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