lunes, 25 de febrero de 2013

Paseo en el bosque, a propósito de Van Gogh


Subí a la línea 2 y bajé del metro en Banco de España. Saludé a los acostumbrados vagabundos con sus cartonajes para dormir, contemplé la Cibeles y me introduje por el paseo. Me gusta el Von Thyssen, es un museo caro pero muy pedagógico. Como había mucha cola me dieron cita para dentro de 45 minutos. Así que, ni corto ni perezoso, me senté en el bar del jardín y pedí un cortado. Son 3.50 me dijo la chica boliviana, y aunque me pareció una estafa me sentí bien porque iba a contemplar a uno de mis pintores favoritos.
Observaba las obras que Vincent Van Gogh pintó en los dos últimos meses de su vida, en Auvers-sur-Oise, después de haber abandonado el manicomio en el que había pasado un año. Tras innumerables desequilibrios buscaba un lugar tranquilo, donde pudiera empezar desde cero. Una nueva vida, un nuevo ciclo con salud y calma.
En sólo setenta días produjo pinturas, dibujos y un grabado; más de cien obras. Se levantaba a las cinco de la mañana y se pasaba todo el día en los campos o en las calles del pueblo. El trazo del pintor se retuerce, produce arabescos en árboles y casas de tejados de paja, trigales, movimientos y ritmos curvilíneos.
De toda la obra expuesta, enseguida me llamó la atención un óleo de pequeño formato. Una pareja deambula en un bosque en el que destacan árboles de largos troncos, bien alineados.
Los árboles son rectos, sus troncos poderosos. La vegetación es apretada, hasta el punto de que ahoga a la pareja. Los dos paseantes entre los árboles, la hierba y las flores constituyen un par de siluetas desvanecidas.
El pintor pensó que él podría haber sido ese caballero vestido de oscuro, un honorable burgués acompañado de su dama. Pero prefirió que las figuras estuvieran tan sólo apuntadas; no podemos contemplar sus facciones.
A sus 37 años Vincent renunció. Se disparó un tiro de revólver que le originó la muerte dos días después.
-La tristeza durará siempre –fue la última frase dicha ante su hermano Theo.
El más duro ejercicio que han de efectuar los seres humanos es precisamente el de luchar contra la muerte, llevan milenios tratando de establecer alguna forma de supervivencia.
Eso pensaba mientras me quedé tan absorto delante del pequeño cuadro que alguien me tocó en la espalda.
-Disculpe. Es la hora de cerrar.
Me sentí mal. Nunca perdonaré el gesto de impaciencia del vigilante. Sólo él tuvo la culpa de que forcejease buscando su pistola de fogueo. El impertinente se libró de que le diera un buen susto, y a mí me condenaron a una multa y a no volver jamás al lugar.
A la salida, mientras me arrastraban al coche de la policía municipal lamenté el bofetón de aire tórrido. A mí el verano tan lejos del mar me sienta fatal.
(Ilustración: Dos figuras en el bosque. Van Gogh)

2 comentarios:

  1. Un cuadro siempre muchos veces nos puede llevar hacia muchos inimaginables.

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  2. Me encanta el azul y el verde de Van Gogh pero el color que más me gusta es el amarillo, esas pinceladas que transmiten calidez, que casi se puede decir que te dan alegría.

    blog-rosariovalcarcel.blogspot.com

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