Dicen los pensadores que el
impulso del deseo constituye la base misma del arte y la cultura que toda
creación nace como producto de la apetencia por algo trascendente: el deseo de
inmortalidad, el de obtener la gloria celestial, el de capturar la belleza para
exhibirla a los demás el de obtener bienes y lisonjas terrenales. el de la
fama, el de rendir a quien se ama. Bendito deseo que viene a ponernos en pie
desde que nacemos y nos mantiene en vigilia durante la travesía de la vida, tan
importante es su reclamo.
¿Y qué sería el amor sino una
mezcla de deseo físico y de convivencia espiritual? Un cóctel de tantas cosas
diversas, que habría que alimentar día tras día porque nada garantiza que una
pareja sea estable y sobre todo que dure el mayor tiempo posible, aquella
fórmula que se pronunciaba de que “hasta que la muerte os separe”.
Algunos hemos tenido la gran
suerte de que, después de innumerables tropiezos, hayamos podido encontrar una
persona suficiente y adecuada para convivir con ella. Así que me considero muy
afortunado ya que, desde hace muchos años, y después de naufragios y
reencuentros, conozco a una mujer que si no es mi media naranja se le aproxima
mucho. Y si me despierto por la noche en verdad me asombra que esté a mi lado,
creo que es un prodigio, casi un milagro.
Hemos celebrado el llamado
día del amor, una de tantas festividades construidas a partir de la publicidad
de los grandes centros comerciales. En teoría, es lo que nos venden, San
Valentín es el protector de los novios y las novias de todo género y condición,
de los amantes oficiales o clandestinos, de los platónicos y de los reales. Se
relaciona con una antigua festividad de tres días del Imperio Romano: las
Fiestas Lupercales, con todo tipo de excesos. Estas hacían homenaje a Lupercus,
protector de pastores, y a la loba que alimentó a Rómulo y Remo, fundadores de
Roma según la leyenda.
Este
festejo se adelantaba en primavera, durante días de febrero, y celebraba la
fertilidad. En resumidas cuentas, era una fiesta pagana. Este detalle no fue
agradable para la Iglesia Católica que, en el siglo V, optó por darle un nuevo
significado. En el 198, el papa Gelasio I decidió que el 14 de febrero sería la
fiesta de San Valentín, un popular mártir de la Iglesia. Según las referencias,
Valentín de Roma fue un médico que se hizo sacerdote para casar a soldados.
Esto, lo hacía contra los deseos del emperador Claudio.
Aunque la fiesta en honor al sacerdote ejecutado comenzó en el siglo V, no fue sino hasta más avanzada la edad media que la fecha comenzó a ser relacionada con el amor. Pero solo cuando llegaron los grandes almacenes se hizo multitudinaria, es el día de las flores, de los regalos y de volver a contar los pétalos de las margaritas: me quiere, no me quiere.
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