¿Hemos de decir Felices Fiestas o volvemos a la fórmula antigua de Feliz Navidad? El hecho de que seamos un estado laico no tiene por qué invalidar tradiciones que forman parte de nuestra memoria, de nuestra infancia, en definitiva, de los recuerdos. El alcalde Juan Rodríguez Doreste, masón, además de socialista, lo explicaba así: “Me gustan las procesiones de Semana Santa, las respeto porque son una manifestación cultural·” Lo mismo podría decirse de los nacimientos que abundan en nuestro país, aunque parece que van a menos.
La Navidad es la fiesta más importante para
los norteamericanos, y rara es la película donde no aparece el arbolito con
papá Noel y todo el sentimentalismo que se le asocia. Esta figura rechoncha fue
ideada por un dibujante sueco al servicio de Coca-Cola en 1931 pero al cabo de
poco tiempo se convirtió en un icono universal. Lo vigente en los Estados
Unidos se implanta a escala planetaria. Aunque la figura histórica Santa Claus
tiene su origen en un obispo, Nicolás de Myra, que vivió en Turquía en el siglo
IV, su figura se recicló en Europa hasta que pasó a EEUU.
En los días navideños, muy
propicios siempre a los balances y a la nostalgia del tiempo ido, no es
actividad frívola contemplar algunas películas sobre la celebración de estas
fiestas en el país del séptimo arte. Todas son reiterativas, tontorronas, pueriles.
Las fiestas han de conmemorarse a lo largo y ancho del país conforme a pautas
muy tradicionales. El 25 de diciembre era una fiesta pagana en Roma, estaba
dedicada al Sol Vencedor pues desde el comienzo oficial del invierno la luz va
robándole minutos a la noche. Ahora la Navidad casi se ha desprendido de la
religión y casi aparece como una fiesta más, aunque en estos días nos acordamos
de la solidaridad y la filantropía, lo cual no excluye que la guerra de Ucrania
siga cobrándose víctimas inocentes para engordar el gigantesco negocio de la
producción de armas de la que también España se beneficia, por cierto que en
Zaragoza hay una fábrica de granadas de combate que ha agotado sus existencias
por la dichosa guerra. No en vano, también España es un exportador de
armamento.
Papá Noel, o Santa Claus, preside las
salas de estar y despachos que aparecen en los filmes como escenario por
excelencia de las actividades festivas. Aquella religiosidad de cuanto éramos
chicos ha ido siendo desplazado por el Viernes Negro, los ajetreados días de
compras, las cenas más o menos opulentas, los restaurantes a tope después de la
larga pandemia, las iluminaciones callejeras y los regalos caros. Pero, como
señal de los tiempos, ahora en estos días apenas se escuchan villancicos por la
radio, lo que suena es un maratón de reguetones. Esta Navidad trae mucha
incertidumbre y distanciamiento, despilfarro y pobreza. Pero toca otra vez el
Noche de Paz mientras en Ucrania siguen cayendo las bombas.
La gente de mi generación recibió una educación marcada por el sentimiento cristiano, como diría Juan Rodríguez Doreste, eran símbolos de nuestra cultura, de la educación recibida. No en vano existía una asignatura denominada Historia Sagrada pues en cada curso había Religión, que se acompaña de otras dos que llamábamos “marías”, es decir, Política, o Formación del Espíritu Nacional y gimnasia. Esa memoria de la infancia nos retrotrae a los nacimientos que de chico y hasta de adulto poníamos en un rincón del modesto salón, dedicábamos varios días a prepararlo, y que no faltara el alpiste que crecía pronto ni el río con papel de platina donde las mujeres lavaban la ropa, que hubiera muchas ovejas, que los pastores se movieran de aquí para allá. Por fortuna, todavía los ayuntamientos, los centros comerciales y los cabildos montan belenes en estos días, y es de agradecer.
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