Lo dijo Gabriel García Márquez y lo repitieron otros muchos: el periodismo es un hermoso oficio, que en España tuvo su apogeo en los años de la transición, cuando la prensa era realmente el cuarto poder, el Parlamento de Papel donde se expresaban los deseos de tolerancia y convivencia tras la larga dictadura. Ante la falta de libertades, los editorialistas y los lectores se acostumbraron a profundizar en el debate de las ideas, en aquellos años setenta todo estaba por hacer. Era un tiempo de construcción, era la venida de la democracia tan esperada en la interminable postguerra.
El periodista ha de
involucrarse en situaciones complicadas, cuando yo era muy joven y tenía que
hacer mucha información en la calle porque no había ordenadores ni móviles
pensé que para curarse de una bajona había tres cosas imprescindibles: 1)
visitar un centro psiquiátrico, aquello que llamábamos manicomio, 2) visitar un
hogar de ancianos, lo que entonces se denominaba un asilo, 3) visitar una
cárcel. Eran tres experiencias sanadoras, curativas, que sin duda se podrían
incrementar con la visita a un hospital donde encuentres a un amigo que ya se
encuentra en un estado terminal e irreversible. En esas situaciones sin duda apreciabas
el desgarro de la condición humana, lo efímero de nuestro paso por este
planeta, asumiendo esa condición de debilidad y desgracia con la que podemos
encontrarnos a la vuelta de la esquina. He de añadir que, cuando hacía reportajes
de calle, tuve la experiencia de realizar esas visitas poco gratificantes pero
muy aleccionadoras.
Ahora mismo el
periodismo no se encuentra en sus mejores momentos. Se trata de una carrera
humanística en la cual existe una gran saturación de profesionales y una
escasez de salidas profesionales. Escribir en periódicos ya no es tan
frecuente, y conseguir que te paguen un salario justo es menos frecuente
todavía. Hay una televisión gritona en la que muchos tertulianos se
autoproclaman periodistas y escritores, cobran dinerales por exclusivas
perversas, y los tertulianos no tienen inconveniente en desnudarse en cuerpo y
alma para satisfacer los chismorreos de las masas. Desde que se ha impuesto el
modelo de los reality shows todo está contaminado por ese afán de conocer la
vida de los famosos y famosillos.
La pandemia ha sido
una puñalada trapera para la difusión de los periódicos en el formato
tradicional de papel, para colmo ya en Canarias los periódicos de una isla no
pueden viajar a la otra. Así que todos y todas hemos de acostumbrarnos a la
lectura digital, que proporciona una especie de esqueleto del periódico pero
que no es todo el periódico. Cómo no añorar aquellos desayunos en los bares
cuando la gente se pasaba el periódico de una a otra esquina, ahora cuando veo
a algún sesentón con un periódico de papel en la mano me entra un sentimiento
de nostalgia.
En nuestro caso
particular, periodismo y literatura han ido de la mano desde que cumplimos los
20 años y, siendo todavía alumno de la sección de la Escuela de Periodismo de
la Universidad de La Laguna, nos integramos en redacciones de diarios de
Tenerife primero y de Gran Canaria después. Han sido dos vocaciones paralelas,
y ahora en el libro Ida y vuelta. Crónicas de tiempos revueltos, de
Mercurio Editorial, un voluminoso volumen de 460 páginas, se puede comprobar
una selección de cien artículos. El análisis de la cultura y la sociedad
constituye el grueso del texto, que ha cuidado con su estética habitual Jorge
Liria, el gran editor de Canarias.
Casi siempre he escrito columnas periodísticas, de mayor extensión o mayor brevedad. Ahora escribo más corto y, evidentemente, no vas gustarle siempre a todos los lectores porque cada cual tiene sus propias ideas y hace sus propios análisis. Pero aquí estamos, y nuestro propósito es continuar mientras el cuerpo aguante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario